Este que voy a contar estuvo a punto de ser mi primer testimonio. Motivo: Es uno de los más impactantes que conozco, no tanto por el suceso en sí sino por el modo en que llegó a mis oídos. Sucedió hace cuatro años, en Almería, coincidiendo con mi primer intento de opositar. Un maestro, de la especialidad de música y amigo de mi familia, tuvo la desgracia de ser elegido como miembro de un tribunal y le tocó presenciar un suspenso de lo más increíble sin tener más poder para frenarlo. El alumno de la discordia era, en lenguaje técnico, la polla en verso. El chaval, en vez de llegar dudando, como todos los demás, para recitar de memoria su defensa y defender como pudiera su actuación, se presentó en el aula ataviado con una capa y llevando consigo un mantelito, una vela y una serie de instrumentos musicales. El tribunal no fue testigo de una defensa al uso, sino de una exhibición artística, en la que alternaba pedagogía con música. Este amigo se quedó encandilado y le proporcionó la máxima nota, pero entonces se encontró con una de las normas más peculiares que existen en el sistema de votación: si entre la calificación más alta y la más baja existe una distancia que supere los tres puntos, ambas quedan anuladas para el cómputo de la media. Al menos, gracias a esto el muchacho pudo liberarse de que entrara en el cómputo la nota más baja que alguno de los miembros de tribunal tuvo la gentileza de ponerle, pero ni por esas se solucionó el desastre: el muchacho suspendió. Había sido demasiado innovador, dicen. O será que había otras personas más y mejor «perfiladas» para la plaza. Me encantaría ver a Uribarri comentando los listados de calificaciones.
Conozco otro testimonio semejante, aunque de este ignoro cuánto tiempo hace que sucedió. También me lo contó un profesor actualmente jubilado, otro amigo de la familia – y sí, sé lo que estáis pensando, estoy completamente rodeada por profesores en mi entorno y no obtengo enchufe ni a tiros-. Parece ser que le tocó de vocal en un tribunal en el que al menos se dejaban la hipocresía para otras situaciones, porque nada más llegar el presidente preguntó «A ver ¿Quiénes son los vuestros?» en el sentido que estáis pensando, «vuestros recomendados». Cada cual llevaba consigo una listita de amigos, parientes y conocidos por si se daba la coyuntura de que coincidían en el mismo tribunal. Felizmente y en equipo, comprobaron qué recomendados de cada uno tenían en la lista de expositores y pudieron ahorrarse el apuro de simular equidad cuando cada cual intentaba lo mismo: barrer para su casa, para los suyos.
Os imagino mascullando maldiciones, pero humanamente es inevitable. A ver qué opositor, con la manita en el pecho, me jura que cuando conoce la lista de los miembros de su tribunal, no investiga a su alrededor por ver 1. si conociera a alguno directamente y 2. en caso negativo, si hay alguien en su círculo que conozca a alguno de aquellos seres privilegiados que, en demasiados casos, olvidan que fueron evaluados en el mismo instante en el que se convirtieron en evaluadores.
Es muy lógico buscar cualquier recurso cuando lo que está en juego es la subsistencia. Es muy lógico que las personas degeneren cuando se las obliga a competir por comer.
Lo que me conduce a relatar, brevemente, otra anécdota que me contaron hoy. En una oposición (no de educación) que se celebró en el año 2001, en Cataluña, sucedió que un chico joven que acababa de obtener su plaza, murió antes de poder ocuparla. Se daba la casualidad de que era el último de la lista, así que otra persona se vio de pronto ascendida, con plaza, cuando inicialmente no había logrado obtener ninguna. ¿Imagináis cómo debió sentirse la persona que consiguiera su trabjo a costa de la muerte de otra? No sé vosotros, pero yo, aunque ocuparía la plaza (a ver quién dice que no), no podría evitar pensar jamás que la vida de una persona es más valiosa que mi propio poder adquisitivo, aunque me importe más lo segundo.
Es una pena que nos veamos degenerar hasta este punto por culpa del sistema.
¡Saludos!