Para quien no lo sepa, es un refrán clásico en España. Indica que quien hace las normas es quien mejor sabe cómo burlarlas.
Hace unos días, antes de mi viaje, me encontré con una antigua compañera de la universidad a la que hacía dos años que no veía. Esa chica, al igual que yo, se ha estampado contra varias oposiciones, entre ellas las de Orientación Educativa, dentro de Secundaria, a las que detesta por comparación; ya que ha probado a presentarse a las de Psicología de no sé qué Ayuntamiento y de esa prueba destaca:
1. Que es tipo test, por tanto, objetiva.
2. Que la corrige una máquina, por tanto, no manipulable.
3. Que al examinado se le proporciona en el momento de entrega de su examen una copia de sus respuestas, de cara a cualquier tipo de reclamación.
Nota: Aclaro que en la hoja de respuestas no constan los enunciados, pero tampoco sería problema, ya que todos los opositores contestan a los mismos enunciados.
Para mi sorpresa, es una alegría comprobar cómo dentro de algunos cuerpos de la Administración parecen existir (no hay que poner la mano en el fuego por nadie) procesos transparentes.
Como elemento de comparación, esta ex compañera me comentó que su pareja se presentó a las oposiciones de docencia y, como uno de los miembros del tribunal era de su mismo pueblo y le conocía, le dijo lo siguiente: «Ya que en el examen escrito no se pueden hacer firmas, marcas, señales, nada que sirva para identificar visualmente el examen, acordemos una frase que incluirás como última frase del examen para que yo, al leerlo sepa quién eres». Así lo hicieron.
Fijaos qué modo tan sencillo, incluso infantil, de burlar el «severísimo» sistema de seguridad implantado en la parte de la prueba escrita.
Como indica el título «Quien hizo la ley, hizo la trampa».
Es más viejo que el mundo. El anonimato no existe. Lo que cuentas es de una simplicidad extrema y de gran eficacia, y -lo peor- no es nada nuevo. Fíjate en los concursos literarios en los que se extrema tanto -aparentemente- el cuidado por la no identificación de los concursantes, que no puedes poner tu nombre en el remitente (sólo el seudónimo) ni firma en el trabajo ni marcas ni nada. Pero supongamos que conozco a uno de los jurados: basta con que le haga leer los trabajos mandados a concurso, y si tengo trato con él es probable que los conozca por habérselos dado a leer. En fin… que cuando hay muchos candidatos para un puesto, para un premio o para cualquier beneficio, lo habitual y esto desde que el mundo es mundo, es que lo logre alguien que cuente con el visto bueno de otro alguien con poder de decisión.
Un abrazo afectuoso para todos.
¡Hola, Raphaela!¡Bienvenida! El tema del anonimato en los concursos también se las trae, sí. Sobre todo cuando la gente desarrolla un pseudónimo con reputación en los foros y luego envía los textos a concurso con ese mismo pseudónimo, que es más conocido que el nombre que le puso su mamá…
¡Abrazos!
¡Qué fuerte! ¡Que rabia me dan estas cosas! Mucha gente con padrino…
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