Residencia. Día 1.


No puedo hablar de este día sin aclarar previamente dos conceptos:

–          Factor Silvia: Dícese de mi capacidad inigualable para que me suceda todo aquello que podría pasarle a cualquiera.

–          Factor Padre: Dícese de una contingencia siempre presente en mi vida. Cuando sucede, incrementa los efectos caóticos del ya poderoso “Factor Silvia”.

El día d (ayer) a la hora h (por la mañana) salí de casa con mi padre y con el equipaje. De hecho, si mi padre venía conmigo era para echarme una mano debido a la cantidad de equipaje. Mi intención era cumplir estos objetivos:

–          Pagar la mensualidad de la residencia.

–          Aprender su funcionamiento.

–          Comprar cosas que pudiera necesitar.

–          Conocer a los compañeros.

–          Hacer una transferencia urgente a la cuenta de una ex compañera de escuela.

Llegamos a Granada a la hora prevista, aunque resultó más sencillo llegar de Almería a Granada que moverse por Granada en coche, ya que:

–          El centro es casi totalmente peatonal; como consecuencia, las carreteras se encuentran atestadas y los lugares para aparcar valen uranio.

–          Toda Granada – y muy en especial el Camino de Ronda – está en obras por la próxima instalación del metro.

Pese a los inconvenientes, alcanzamos la residencia, eso sí, más justos de tiempo, previa meada imposible en “El Corte Inglés” (publicidad) porque los cuerpos son así de demandantes y al menos en el famoso hipermercado cuentan con un parking.

Pagamos el mes de residencia – ¡Bien!- cumpliendo el primer objetivo. Cuando, tras haber pagado, volvimos al coche a fin de sacar las maletas y llevarlas a mi cuarto, andaban junto a nuestro coche un par de policías llamando a la grúa. Vale, sí, el coche andaba mal colocado, pero no estorbaba y no habíamos tardado ni cinco minutos en cumplimentar nuestra gestión; aunque esté claro que cinco minutos son más que suficiente para que un cabrito te quiera joder (sin perdón).

Por suerte, mi padre – con su labia y su utilísimo carné de policía nacional jubilado- logró que los municipales le retiraran la multa.

Sí, una buena noticia, pero la cosa comenzó a embrollarse. Nos daban las dos de la tarde, cerraban los bancos y yo no podía hacer la transferencia del dinero debido porque:

–          Mi tarjeta de La Caixa no va en los cajeros de La Caixa – curiosamente en los de otros bancos y cajas sí va- y nunca he arreglado las cosas para poder hacer gestiones bancarias por ordenador; no suelo necesitarlo – y lo admito, soy una petarda-.

–          No sé dónde hay cerca de aquí un cajero de Unicaja y además sospecho que éstos no tienen la opción de hacer transferencias.

–          La chica a la que debía hacerle el ingreso obvió darme el número de cuenta, con la feliz convicción de que con su nombre, apellidos y banco bastaba. Le mandé un aviso de que me enviara un mensaje con su número de cuenta… y a buen seguro me lo envió a través de tuenti, con la convicción de que yo podría conectarme.

Siguiendo mi lista de objetivos, correspondía aprender el funcionamiento de la residencia, así que la idea era comer con los demás en el comedor y que me explicaran las cosas; pero mi padre, con la melancolía de que no iba a poder ver a su hija en un mes, me pidió (exigió) que comiera con él. Yo acepté, qué iba a hacer si no; total, en comer no se tarda tanto y pronto estaría de nuevo en la residencia.

No obstante… no volví a la residencia hasta las 23.00 h. ¿Motivo? Mi padre se puso a visitar familia y en eso no tiene medida. Las personas normales echan dos o tres horitas, como mucho, en casa de otro, pero él debía echar siete, porque él lo vale. Lo que no entiendo es cómo la familia no nos acabó echando a escobazos.

Cuando llegué – ¡por fin!- ya definitivamente a la residencia, tras haberme despedido de mi padre, me encontré con las siguientes sorpresas:

  1. Mi llave de la puerta de la calle no iba.

Toca explicar que la residencia se divide en dos edificios. La parte A es la principal, donde hay más servicios, donde están los vigilante y donde se encuentra el comedor. En la parte B sólo hay una salita común y los dormitorios.  Ambas están separadas por una distancia de, aproximadamente, cincuenta metros.

Cuando hicimos el pago de la mensualidad, me habían entregado un llavero con dos llaves: la de la puerta de la calle y la de la puerta de mi habitación.  Al no poder entrar en mi edificio, me dirigí a la parte A, cuya puerta estaba abierta, y me encontré al pleno de los estudiantes de la residencia preparados para salir de marcha. Imaginaos el apuro, mientras yo andaba desubicada y con cara de “soy una gilipollas incapaz de utilizar una llave”. Ahí encontré al vigilante, que me cambió la llave y esta sí que funcionó.

2. No tenía papel higiénico, gel ni mucho menos champú:

Un ínfimo detalle que me hubieran explicado de haber dedicado el tiempo necesario (en horario comercial) a hacer un reconocimiento del entorno y un análisis de mis necesidades “residenciales”, pero como me abdujeron… sólo contaba con mis (escasos) pañolitos de papel. Menos mal que una es mocosa y siempre lleva dos o tres paquetes en el bolso; así como las toallitas húmedas, otro permanente habitante de los bolsos femeninos.  

Mi sueño erótico de ducharme quedó en eso: en sueño. Sólo pude cambiarme de bragas, gracias a mi excelente inventario.

Imaginaos mi preocupación: al día siguiente tocaba ir a clase y yo, gracias a la genética, soy la “orgullosa” propietaria de un pelo muy graso al que debo lavar prácticamente a diario.

3. Para acceder a internet necesitaba una clave.

Mirad qué cabrones ¿Quién va a robarles red si en los edificios de la residencia sólo están los inquilinos? Una puede soportar (relativamente) el no poder asearse un día… pero que se me limite la conexión a Internet en un día de histeria es delito. Aunque ya me había puesto el pijama (y el pijama es un atuendo muy poderoso que convierte en piedra a quien se lo pone) decidí volver a vestirme para ir a la parte A de la residencia a pedir que me dijeran cuál era la condenada clave de Internet. Por desgracia, en esta ocasión la puerta estaba cerrada y al vigilante no le salió de los cojones atenderme cuando llamé al portero automático.

Me tocó volver con el rabo entre las piernas, aunque no gaste de eso.

4. La cama carecía de sábanas.

Ojo al panorama: sin posibilidad de asearme, sin Internet, sin recursos suficientes para poder llorar y limpiarme el culo al mismo tiempo… me encuentro con una cama sin sábanas. ¡Ah!

Aquí rompí y cometí uno de los pecados más graves que una adolescente de casi 27 años puede cometer: llamar a la autora de sus días o madre que la parió. Una tiene ese impulso, un impulso que nos marcó a fuego la madrastra naturaleza, y cuando tiene ese impulso olvida que jamás un acto así se queda sin consecuencias… y que esas consecuencias suelen ser nefastas para el desarrollo del “adulto”; sobre todo si encima la llamas presa de un llanto histérico.

Valga el decir estas cosas en mi descargo:

–          Toda la tarde me la había pasado melancólica pensando en lo que una no debe (o en quien una no debe). A esta circunstancia de la que no daré más detalles la llamaré RAI: “Ralle Agobiante e Inoportuno”. Como una no es de llorar cuando está en público y me había pasado horas conteniendo el impulso, el mero hecho de encontrarme sola en la habitación ya detonó que me pusiera a llorar como las tontas.

–          Además de melancólica, estaba furiosa con mi padre, por su modo de “abducirme” durante la tarde. Llego a tenerle delante, y más en aquellos momentos, y le meto dos soplamocos sin pensar en el parentesco.

–          El estrés de tener clase al día siguiente y encontrarme tan mal de recursos me puso los nervios a punto de nieve.

–          A esto hay que añadir el estrés de andar con una deuda y no haberla podido pagar cuando me había comprometido a ello, lo que me hacía sentir como una cerda informal.

–          Durante la tarde, me habían llamado los del curso diciéndome que, aunque inicialmente estaba previsto que las clases comenzaran a las 10, se habían adelantado comenzando a las 9, lo que complicaba todavía más el tema de la transferencia y, en realidad, toda la casuística, ya que aumentaba el agobio.

Al final, una vez que me hube desahogado, me puse a leer y me dormí sobre el colchón pelado, procurando no pensar en quién pudo dormir antes ahí y en qué clase de restos han podido adherírseme en el experimento. En cuanto me sea posible, me daré friegas con Salfumán.

Conclusiones para estudiantes en apuros:

–          Una residencia no es un hostal. Preguntad con ALTO detalle por los servicios. El comedor, la lavandería, el planchado, la limpieza de la habitación, etc, son importantes, sí… pero el papel higiénico, el gel, el champú, las toallas, las sábanas lo son mucho más.

–          Siempre que vayáis a un lugar nuevo, id con la suficiente antelación para dominar bien el terreno. Si no se domina el terreno, cualquier imprevisto será muy desagradable.

–          No vayáis con vuestros padres: entretienen, dominan, complican la vida. Para ellos no eres mayor de edad hasta que no cobras y quien no cobra no tiene derecho a tomar la menor decisión, aunque estés rozando la treintena.

–          No se os ocurra llamarles a menos que se trate de un caso de vida o muerte porque, tratándose de los padres, como se te ocurra pedirles ayuda TE LA DARÁN. Y agárrate a las consecuencias, porque igual tú sólo quieres apoyo moral y ellos te mandan al ejército del aire.  

 Será continuado…

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
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7 respuestas a Residencia. Día 1.

  1. Garicano dijo:

    Jaja!

    «Chica, la aventura es la aventura» (de un famoso anuncio de los 80)

    Disfruta de la independencia ( o autonomía, lo que corresponda 😉 )

  2. Tony el brasillas dijo:

    Jajajaja ay silvia si lo que no te pase a ti…ya sé que para ti no es de risa…pero no he podido evitar reírme pensando tu situación,lo siento…animo chica que lo que falta hoy lo recuperarás mañana!!un besoooo!!!

  3. vengatriz dijo:

    Gracias a ambos. Tenéis todo mi permiso para reír; lo he expuesto entre otras cosas porque es gracioso (y porque puede ser útil a alguien que no sepa cómo va una resiodencia) aunque en su momento no me hiciera ni pu… gracia XD.

    Voy a por el segundo capítulo de mis aventuras y desventuras en la resi 🙂

  4. hengo dijo:

    XDDDDDDDDDDDDDDD Juassss si es queee… ¡no se puede dejar todo para el
    último momento! XD Esa frase me la dicen mucho, y creo que a ti te viene de perlas… vaya nochecita tuviste que pasar XD Aunque me hace gracia que, en semejantes circunstancias, te preocupe tanto el aspecto de tu pelo… no tienes dónde dormir, no tienes dónde cag**, pero lo peor de todo, ¡mañana tendrás el pelo graso! XD
    Yo en tu lugar habría llamado habitación por habitación, que alguien quedaría para echarte una mano!

    PD: Ah, pero… ¿es que los padres aceptan en algún momento de la vida que su hijo ya no tiene 15 años? Yo pensaba que no XD

    • vengatriz dijo:

      Tú no sabes lo compleja que es la relación con MI pelo. Si MI pelo se pone soviético, aquí la moza no puede ni salir a la calle a menos que se endose un burka islámico 😛

      E insisto: no había nadie más en mi parte de la resi. Todos andaban en sus tierras durante el fin de semana. Y los del otro lado de la resi: 1. No estaban porque se habían ido de juerga y 2. Si alguno no salió de juerga daba igual, para acceder a esa parte necesitaba otras llaves.

      Y bueno, tengo esperanza de que mis padres asuman que con mi edad mi madre se casó 😛 y demás etcs…

  5. Coral dijo:

    Entre el pelo grasiento, la falta de papel para el c…, la falta de sábanas y la presencia del padre una sólo piensa en… MENOS MAL QUE LLEVABA BRAGAS.

  6. vengatriz dijo:

    Es que fíjate que sabía que bragas no me iban a dar en la residencia XD

    Me alegra tenerte de vuelta por aquí :))

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