Esta entrada ha sido escrita y reescrita, porque estuvieron pasando cosas a lo largo de todo el día de ayer. Empecé con ella en la cafetería «Princesa», cuando acabó mi primer día de clase y me di cuenta de que tenía chorromil perdidas en el móvil, escribiendo a mano como hacen los escritores románticos. Andaba asustada, convencida de que era mi último día en la residencia. Al parecer, mi madre, que el día anterior parecía el colmo de la serenidad, llegó contándole a mi padre que en la residencia son malísimos y que me tenían en unas condiciones desastrosas – en lugar de decirle que me había pillado con una mano atrás y otra «alante» por haberme secuestrado toda la tarde-. Mi padre, indignadísimo, sin consultarlo conmigo – ¿Para qué?- dio orden al banco de no permitir que la residencia cobrara su talón y se había propuesto llevarme a un piso que quieren alquilar estos familiares a los que habíamos visitado la tarde anterior, que dicho sea de paso viven en un pueblo, lo que me hubiera obligado a depender del autocar…
Como en mi casa andaban todos histéricos, mi teléfono no paraba de sonar: «Haz las maletas» «No las hagas» «Va a recogerte tu padre» «Van a recogerte tus primos» «Espera en un bar» «Espera en la residencia» «No comas en el comedor»…
Y yo queriendo hacerme escuchar; la culpa había sido de mi padre, por no permitir que me familiarizara con el centro y la solución de mis problemas se encontraba en un lugar llamado «Corte Inglés» (publicidad).
No pude pensar que la vida era una pu(¿r-t?)a paradoja. Tanto tiempo buscando un piso para mí, pensando que era una faena estar en una resi… y ahora que había asimilado que me tocaría estar en la resi, me amenazan con llevarme a un piso de alquiler. ¡Argh!
Luego mis padres tuvieron una fase de cambiar de opinión. Con la paciencia y el tesón de un pájaro carpintero, fui convenciendo a mi madre para que intentara frenar a mi padre, que cuando se lanza es difícil pararle. Lo primero, fue lograr que no se presentara corriendo en Granada. Lo segundo, que no me llevara al piso de la familia. Lo tercero, que no me metiera en una residencia de monjas… aunque esto, más que debérselo a mi madre o a mi propio talento diplomático, se lo debo a la circunstancia de que las residencias o estén copadas o no admitan a nadie para un mes, como expliqué en entradas anteriores.
Así, a base de telefonazos, fue volando mi día… ¡qué estrés! Debí hacer de nuevo las maletas para volverlas a deshacer, por la incertidumbre.
Una vez que ya supe que me quedaba allí, tocó volver a deshacer las maletas e irme de excursión al Corte Inglés y, como no tenían sección de hogar, me tocó coger un taxi, irme a otro Corte Inglés, comprar a lo bestia… para luego descubrir que el Corte Inglés que más cosas tenía estaba mucho más cerca de mi residencia que el primero al que había ido. Vaya 10 euros tontos en taxi me gasté (sí ¡diez euros! por el temita del tráfico).
No sé cómo puede haber tanta gente en Granada. En alguna parte deben esconder un agujero negro que escupe granaínos a una velocidad de 5 gr/s (5 granainos por segundo); porque, si no, no se explica.
En cuanto a lo de RAI (ver entrada anterior) ya lo llevo mucho mejor. Acaba de bajarme la regla. Esas cosas son determinantes en las llantinas, nostalgias y morriñas varias que nos atacan a las mujeres.
Continuará…
PD: Cada vez que alguien dice o escribe «El Corte Inglés» estornuda un estornino.
Y encima quéjate xD No me imagino yo a mis padres moviendo tierra y cielo para que su niña esté a gusto en la resi xD A mi me plantarían en la cara un maravilloso «tú te lo has buscado»… a ti te estresaron, te dieron trabajo extra con la maleta y te hicieron perder tiempo pegada al teléfono, pero con todo el cariño del mundo XD
A veces hay amores que son muy peligrosos XD
Achús. Alguien ha dicho Corte Inglés.
Jesús 😛