V. Experiencias pre-profesionales: Anecdotario de una profesora particular


Anecdotario de una profesora particular:

Una vez que acabé de estudiar, y mientras echaba CV, probaba a opositar y pensaba en un tipo de trabajo mejor, me pasó lo que a tantos profesores: aposté por las clases particulares, que proporcionan interesantes ingresos en dinero negro y permiten adquirir un mayor rodaje en la práctica profesional.

Como recordaréis, en mis prácticas de magisterio acabé muy satisfecha de mí misma como docente. Partiendo de la (absurda) idea de que es más sencillo dar clase a los niños de uno en uno que en grupo, esperaba que mi experiencia como profesora particular fuera más relajada de lo que fueron mis prácticas, ya sabéis, adiós a los problemas de disciplina.

¡Y una leche!

Paso a exponeros la situación alumno por alumno, ocultando los datos personales.

Alumno 1: Niño de 6 años. Dislexia. Los padres buscaban un profesor particular que le echaran una mano con la delicada cuestión de la lectoescritura; que se puede decir que es la bestia negra de la escolaridad. Si un niño tiene cualquier tipo de problema de aprendizaje, va a cantar justamente en los comienzos de la lectoescritura y del cálculo. No era la primera vez que recibía atención psicopedagógica privada (habréis notado que no me llamaron simplemente como maestra) puesto que otra chica le había estado atendiendo. De hecho, cuando me localizaron, la anterior psicopedagoga del niño me dejó material de apoyo en una copistería para facilitarme la tarea, un gesto que le agradezco.

Pero la cosa no era tan sencilla. Un niño de seis años no es como un niño de 12. El niño de seis años no acaba de captar la importancia de hacer fichas. Si le resultaran sencillas, todavía… pero para ese chiquillo manipular el lápiz era el infierno. De hecho, lo empuñaba con furia, como si quisiera taladrar el papel.  Cuando vi que costaba tanto trabajo forzarle a hacer fichas, intenté engañarle; que practicara la escritura jugando. Aproveché que tenía una pequeña pizarrita y un día me propuse jugar al ahorcado con él. El ahorcado no es un juego simple ni sencillo para un niño de seis años, así que imaginad para un niño de seis años con dislexia. En la primera parte del juego, intentando adivinar las palabras que yo ponía, se divirtió… pero cuando vio que él también debía escribir, protestó con vehemencia: «¡Seño, me has engañado! ¡Esto  no es un juego! ¡Esto era tarea!».

De tonto no tenía un pelo la criaturita, pero que estuviera tan a la defensiva, incluso con los juegos, era todo un problema… y no encontraba medios para darle refuerzo positivo, con un simple «¡Muy bien!» no bastaba. Cada vez mostraba actitudes más rebeldes. Incluso comenzó a esconderse cuando yo llegaba y me amenazaba con agredirme. No es que tomara en serio sus amenazas (luego conocí niños agresivos de verdad) pero la mala uvilla se le notaba.

En ocasiones me planteaba situaciones como «¡Seño! ¡No quiero hacer la tarea sentado! ¡Quiero hacer la tarea en la cama! ¡Mi otra señorita me dejaba hacer la tarea en la cama!».

Hay que decir, porque me parece importante, que el niño era hijo único, en su casa tenía de tooodoooo y estaba absolutamente mimado, PERO su madre estaba embarazada y prontito se le iban a acabar los privilegios. Me parece un detalle a tener en cuenta, porque este oficio conlleva sus dosis de psicología.

En menos de dos meses, la madre me echaba diciendo que yo no lograba un entendimiento con el niño. En parte es cierto, mi error fue querer resolver el problema sola en lugar de pedir ayuda a los padres, porque el problema inicial era una cuestión disciplinaria: aunque debemos motivar a los niños para que hagan lo que tienen que hacer, algo que todos debemos aprender en la escuela es que en ocasiones es necesario hacer cosas que no nos gustan. Mi propio miedo a decirle nada a los padres, en lugar de usarles como recurso, fueron los culpables de verme manipulada y amenazada por un nene de seis años. Y cuando se da la circunstancia esa de «mira, mi niño no quiere ni verte»… pues la culpable es una y no el nene.

Hete aquí una diferencia básica con el funcionariado. El profesor atiende al cliente y el cliente es el padre del niño. Y es muy fácil que el padre te tilde de incompetente sin conocer la problemática de la cuestión y sin darte el tiempo suficiente para resolverla (se creen los padres que de un día para otro se resuelven problemas que quizá llevan años) También tengo la sensación de que me faltó tiempo, no habíamos llegado a salir de la fase de adaptación. En fin, todo un cúmulo de circunstancias.

¡Continuará!

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
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4 respuestas a V. Experiencias pre-profesionales: Anecdotario de una profesora particular

  1. Garicano dijo:

    Guau, esta nueva serie promete… Queremos más psicología aplicada a las pequeñas bestezuelas.

    Un abrazo!

    • vengatriz dijo:

      ¡Qué alegría verte por aquí!

      No te preocupes que habrá una temporadita dedicada a mis ex alumnos, a cual más pintoresco, aunque el último que tuve fue insuperable. Casi me escalabra, pero cada cosa a su tiempo. Salí de la experiencia pensando que no valía para la enseñanza y necesité tener otras experiencias para recuperar un poco mi autoestima docente, jeje… y es que no se parece dar clase en un colegio a dar clase particular, son maneras distintas de enfocarlo.

      ¡Un abrazo!

  2. Hengo dijo:

    ¡Jo! Se ve que has tenido mala suerte. Yo estuve tres añitos como profe particular (ainsss, qué monos estos padres, que se fían de una cría de dieciséis años, suspendedora por naturaleza, para inculcar a sus hijos las ganas de aprender). He tenido una niña con problemas de aprendizaje (para la madre, simplemente, su hija no quería aprender, pero dos años con ella bastan para saber que el problema no es que no quiera, es que le costaba horrores) y una muy, muy, muy vaga, pero super simpática, aún quedo con ella de vez en cuando porque era un cielo, me dio mucha pena dejarla. Pero aparte de eso, mis críos eran genios, simpáticos, amables, y excepto dos de ellos, super inteligentes. A una de las niñas no sabía de qué darle clase, porque se sabía el libro de memoria (las clases las había pedido ella, no la madre, flipa). Otro, con seis añitos, y en apenas un año, pasó de sumar sin llevar a hacer divisiones de seis cifras entre dos o tres números (en plan 123456:123). Yo tenía que resolverlas con calculadora. Mis niños eran geniales, las familias muy simpáticas, me hacían regalo por Navidad, pero, eso sí: cobraba una mierda xD (sin tener bachillerato, no podía pedir más)

    Así que estoy deseando leer tus historias de profe particular. Va a ser muy interesante escuchar historias de monstruítos en potencia, tienen que ser geniales (para leerlas, pero ni de coña para vivirlas xD)

    Y vaya plan eso de, después de la carrera, pensar de repente que no sirves para ello… yo me hubiese deprimido ligeramente xD Ya nos contarás qué hiciste para superarlo!

    • vengatriz dijo:

      Bueno, hay que tener en cuenta (y valga como adelanto) que jamás me llegó un alumno normal. Todos me llamaron por la psicopedagogía y no es lo mismo ser un orientador de despacho, con tu batería de test en una mano y tus dos mil recursos comprados en la otra, que ser una orientadora que no tiene pruebas ni recursos… amén de lo que comenté antes, cuando te licencias en psicopedagogía es cuando piensas «bien, ahora puedo ser maestra y es cuando necesito profundizar más para manejar los casos difíciles», pero no tanta teoría, hace falta práctica dirigida en terreno real…

      Por no hablar del factor «padres-clientes». Ya iréis viendo, ya.

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