V. Experiencias pre-profesionales: Anecdotario de una profesora particular (4)


Cuarto alumno: El niño del quiero-quiero. O de cómo a una la pueden poner a trabajar en peores condiciones que «Supernanny».

Si no sabes quién es esta heroína de la Cuatro que hace con los niños lo que «El encantador de perros» hace con los chuchos, haz click aquí: Supernanny en Cuatro

Todo comenzó con una llamada y un problema de lectoescritura en un niño de seis años. A la madre, cuando me lo contaba por teléfono, se le llenaba la boca con la palabra «dislexia», así que yo me imaginaba que el chaval venía diagnosticado de la escuela y que lo único que necesitaba era apoyo para realizar sus tareas escolares y sus fichas.

Cuando llegué a la casa a entrevistarme con la madre, la cosa no era tan simple. Ella me advirtió que el niño tenía «algunos problemas de conducta». Me presentó el perfil de un primogénito con dos hermanos menores que se siente algo celoso de su hermana de meses y que envidia a su hermano de cinco años al grado de no poder hacer las tareas juntos, porque éste se daba cuenta de que a su hermano no le costaban las actividades que a él le resultaban insufribles.

La cuestión no era tanto lo que la madre me quería vender como lo que presencié el primer día. Ya durante aquella primera conversación, el niño se puso a demandar atención, pidiéndole algo a su madre del siguiente modo: «¡Mamiiii! ¡Yo quiero-quiero-quiero…!». Y mientras chillaba daba patadas al suelo o giraba sobre sí mismo. Cuando comprobaba que no le hacían caso, empezaba a emprenderla con los muebles, tirando al suelo las cosas que había encima de la mesa, en este caso una caja de pañales de la hermana pequeña. Si seguían sin hacerle caso, como así sucedió, la empleaba a patadas y a mordiscos con la propia madre que le parió.

En esta actitud notaba algo más que una leve rebeldía, pero la madre comentaba «Es que se luce más cuando hay extraños delante». Quedaba esperar.

En el primer día de clase se hicieron dos cosas:

1. Entregué a la madre un par de hojas de observación de conducta, con el fin de hacerla observar qué desencadenan las rabietas; cómo, cuándo, dónde y con quién suceden; en qué consisten exactamente, qué cosas hace cuando está enrabietado; y qué pasa a continuación de una rabieta, por aquello de averiguar los reforzadores y establecer un plan.

2. Observar todo el arsenal de materiales con el que contaba el nene para abordar su dislexia y arrancar por el archifamoso software «Aprende con Pipo», porque con un vistazo general saltaba a la vista que al nene le costaba mantener la atención y suele funcionar bien el acudir a medios informáticos, por aquello del mayor atractivo de cualquier cosa que se enchufe para los chavales de nuestros tiempos.

Sin necesidad de pasarle ninguna batería al niño, pronto me pude dar cuenta de que se ajustaba de forma divina al perfil del hiperactivo que descibre el DSM-IV, que es el siguiente:

– No prestaba atención ni a sus tareas (que entiendo que las encontrara desagradables) ni a su madre cuando le hablaba, ni a nada en general, aunque era especialmente resistente si de tareas escolares se trata. Cuando se le pedía atención, se ponía a jugar con cualquier cosa, a saltar, a esconderse bajo la cama, a meterse en el armario… y si se quedaba quieto bastante hacía, porque pasaba de mirar a los ojos a quien le hablara.

– No sigue instrucciones de ningún tipo. Según me fue contando la madre, por no molestarse en usar los cubiertos, optaba por comer directamente con las manos.

– No paraba de moverse; ni cuando ha de estudiar ni cuando se divierte. Parecía un fideillo a pilas, porque, imagino yo, de tanto movimiento era un niño muy muy delgado.

– No respetaba turnos de palabra y era muy tendente a inmiscuirse en conversaciones de otros.

Para quien quiera saber más sobre este tema, que investigue este enlace:DSM-IV

No obstante, cuando yo le pregunté a la madre si se le habían hecho pruebas de hiperactividad, ella siempre decía que a veces ella había mirado información en internet, pero que eso no podía ser (¿?), y que al parecer en el colegio no se comportaba como se comportaba en casa.

Pero en casa no sólo era desatento, movido y caprichoso. Hay que decir que era agresivo. A sus dos hermanos menores, aunque cualquier tipo de dificultad, los molía a palos.  Y los hermanos, que no parecían sufrir los problemas de conducta ni académicos del hermano, parecían imitarle porque habían notado que los sistemas de chantaje de mi ex alumno eran más que efectivos.

Aunque los padres no pasaron jamás la hoja de registro de conducta, por la mera observación informal pude darme cuenta de que la única reprimenda que le echaba la madre a su hijo cuando se portaba mal eran los gritos y los palos… pero si el hijo se ponía verdaderamente insoportable, le prometían comprarle lo que él quisiera a cambio de que él estuviera quieto y callado. Entre el dinero que sus padres se habían gastado en material de apoyo para la dislexia y el dinero que se estaban gastando en juegos y caprichos… se puede afirmar que andaban arruinándose con ese niño.

Pronto me di cuenta que el rasgo más peligroso del niño era su agresividad. Y no lo digo sólo porque fuera malhablado o suelto con los hermanos menores. También entiendo que tenía a quién copiarle ese patrón de conducta, porque pude presenciar cómo la madre, en estado de frustración por no poder controlar a su hijo, caía en el error de alzarle la voz y levantarle la mano. Los nenes son esponjas, reconocen las conductas según su utilidad y las utilizan cuando hace falta, pero había más.

Se me vienen a la mente tres situaciones que sirven como ejemplo:

Situación 1:

Estábamos con la cartilla de lectura. O intentábamos estar, cuando el niño de pronto se pelea con su madre y empieza a gritarle «¡Te voy a matar!», con un tono que era para oírlo. Le mando que se siente conmigo y le digo «Venga, piensa, es tu madre. ¿Cómo es eso de que la vas a matar? ¿Quién te cuida a ti? ¿Quién te hace la comida? ¿Quién te limpia? ¿Quién te viste? ¿Quién te lleva al colegio? ¿Quién te da cariño? Si mataras a tu madre, tu madre ya no estaría más contigo y tu papá y la abuela se enfadarían. Nadie te cuidaría, ni te atendería, ni te querría… ¿Qué harías entonces?».

Tras callarse unos instantes y meditar fríamente el problema, me contesta lo siguiente: «Saldría a la calle y le diría a la gente que me cuidara, porque mi madre y mi familia son malos, no me tratan bien y no cuidan de mí».

Me quedé a cuadros, ni miajica de sentido de culpa, aunque siempre intenta una consolarse con la idea de que un niño de seis años no tiene muy claros los conceptos de «muerte» o «asesinato», pero…

Situación 2:

Acabábamos de medio hacer unas fichas un día que estaba propicio y notaba que había perdido su atención, así que me puse a hacer figuritas de plastilina. El reto era hacer figuritas con elementos que contuvieran en su nombre la letra «a»: un árbol, una pelota, una portería, un animal… de ese modo, aún jugando, seguía entrenando facultades útiles para la adquisición de la lectoescritura…

Al principio parecía funcionar, pero pronto hizo una réplica de sí mismo (hay que decir que su nombre incluye la letra A) y se puso a jugar con los elementos que habíamos hecho. Inicialmente pensé que debía interrumpirle, pero la historia que apareció ante mis ojos me resultaba psicológicamente interesante y le dejé estar, para observarle. Él jugaba y hablaba así, mientras representaba con las figuras lo que decía:

«Y va (nombre del niño, como hablando de sí mismo en tercera persona) y está jugando con la pelota… y ¡plafff! la pelota rompe el árbol… ¡y va el vecino, el dueño del árbol! (aquí cogió un muñeco que le hizo improvisadamente de vecino) ¡y se enfada con (nombre de niño)! ¡Y le persigue! ¡¡¡Y le arranca la cabezaaaaaaa!!!».

Sin pudor ninguno, decapitó al muñeco de plastilina que le representaba a él mismo.

En este momento le interrumpí «¿Por qué el vecino va a arrancarle la cabeza? Yo creo que lo que pasaría es que el niño pediría perdón, le diría que estaba jugando y que no querría romper el árbol y que el vecino le perdonaría».

El niño comienza a representarlo: «¿Me perdonas?» «¡No!» ¡Y le arranca la cabeza!». A todo esto, partido de risa, como si se estuviera cachondeando de mi bonhomía.

Luego, esa misma tarde, se puso a hablarme de su abuela – hay que decir que muchas veces, cuando los padres no estaban en casa, era ella quien se hacía cargo de él-  y a contarme que estaba enfadado con ella y que «¡le voy a cortar la cabeza y la voy a guardar en la nevera!».

La verdad, pobre abuela, vaya nieto que le salió.

Situación 3:

Debo explicar que, a falta de que los padres me hicieran caso y aplicaran la hoja de observación, decidí aplicar reforzadores parecidos pero de otro modo. En otras palabras, como el niño normalmente exigía que le compraran juegos de play como condición para portarse bien, yo le decía antes de empezar la clase que si se portaba bien, me quedaría un rato con él después de clase para jugar a la play. Con eso conseguí que se medio portara bien… a ratos.  Considero más aceptable usar como refuerzo la socialización, la compañía, que el sustituir el afecto por regalos materiales, sobre todo en un niño al que quizá le faltaban, como consecuencia de su propio trastorno, interacciones positivas.

El caso es que hubo un día en el que no se portó bien, pero me seguía exigiendo de todos modos que jugara con él. Yo me negué y se lo expliqué: jugar con él era el premio a una buena conducta, pero si no se portaba bien no había premio, debía entenderlo y portarse mejor en la siguiente clase.

Su reacción fue chillar, patalear e interponerse en el pasillo con los brazos extendidos y rumiando «No pasarás»; todo ello ante una madre que no hacía la labor de apartar a su hijo de mi camino.

Por ello, tuve que coger al nene en brazos y apartarle, yo misma, tres o cuatro veces hasta que llegué a la puerta de salida; sólo que, a falta de otro adulto que me echara una mano, cuando apartaba al niño, éste echaba una carrerilla, me adelantaba y se volvía a interponer.

Al final, la madre sí me ayudó a quitarle de la puerta, porque veía que con el nene dando por c… se me hacía casi imposible salir, pero estaba yo saliendo cuando, de pronto, la puerta (con la inestimable ayuda del nene) me golpea y me tira escaleras abajo (la casa era un dúplex). No me abrí la cabeza porque mis reflejos fueron rápidos y pude agarrarme improvisadamente con una mano a la barandilla, así que me quedé con el cuerpo colgando, enganchada de una mano y con un pie condolido, aunque fue poca cosa para lo que podía haberme hecho. Lo peor del caso es que a nadie se le ocurrió abrir la puerta para preguntar cómo estaba.

En casos como este, una debería aumentar su paga para incluir el plus de peligrosidad.

El desenlace de esto fue que me despidieron porque «el niño no adelantaba nada conmigo» y yo aproveché esta situación para decirles todo lo que pensaba, que en resumen era:

– Me mintieron o se autoengañaron. No era una dislexia, era una hiperactividad con más cosas.

– Por más que les pedí que se coordinaran con el colegio no me hicieron caso. Ni siquiera habían sido capaces de decirme si se portaba así sólo en casa o también se portaba así en la escuela.

– Tampoco habían querido tomar nota de las conductas conflictivas y en una situación así, es imposible dar clase sin controlar el problema del comportamiento, que era verdaderamente urgente.

– Que sobornándole sólo iban a conseguir que empeorase la cosa y que los hermanos le imitaran, augurándole de aquí a un tiempo una casa insoportable gobernada por tres pequeños tiranos.

– Que ese niño necesitaba un diagnóstico oficial y quizá medicación, aparte de un cambio radical de entorno… o dentro de no mucho, más allá de los problemas académicos, iban a tener a un futuro delincuente por las calles, ya que estas conductas tenían pinta de futuro «trastorno negativista desafiante»DSM-IV

– Que nadie que acuda dos o tres horas a la semana puede educar a un niño que no recibe la atención apropiada el resto del tiempo.

– Que, de cara a tratamientos sucesivos, sería mejor que le atendieran en un lugar que no sea su casa, para que él no domine el espacio, y sin familia presente; porque si no se le hace verdaderamente difícil al profesional que le atienda.

La madre parecía refractaria a mis razonamientos, pero por suerte el padre – un ser con el que apenas coincidí y con el que nunca hablé salvo ese día- me dio la razón en todo y me comentó que iban a intentar llevar al niño a Salud Mental, para ver qué podían hacer con él.

Nunca más se supo… aunque me quedé con ganas de saber qué fue de esta criatura. Aunque se me hizo verdaderamente odioso (y es feo admitir que un niño te provoca esos sentimientos, pero los psicopedagogos somos humanos) me daba lástima, y también los padres.

De todos los alumnos que he tenido en clases particulares, éste es el que más me ha impactado.

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
Esta entrada fue publicada en Anecdotario de una profesora particular, Experiencias Pre-Profesionales y etiquetada , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente.

7 respuestas a V. Experiencias pre-profesionales: Anecdotario de una profesora particular (4)

  1. Ceci dijo:

    Uooooo, qué anécdota y qué mala suerte.

    En esa casa necesitan una Terapia Familiar y un psiquiatra para el crío,porque los padres fomentan esa conducta del niño,espero que el Padre sea el que manda ahí y terminasen todos en terapia porque si no…mal vamos…

  2. Garicano dijo:

    A la vista de esta entrada, prometo retar a duelo al alba a cualquier ignorante que se atreva a decir en mi presencia que la profesión de ‘mestroscuela’ es un chollo.

    A cuadricos me he ‘quedao’,

    ‘Salud’

  3. vengatriz dijo:

    Ceci: Totalmente de acuerdo. Aquello era un clima familiar viciado, más allá del mosaico de cosas que tenía el nene. Y entiendo que fue mala suerte, pero se supone que mi misión como orientadora es encarar los casos difíciles… me consuelo pensando que nadie nace enseñado, que la teoría es una cosa y la práctica es otra y que mis circunstancias tampoco eran las mejores para ocuparme de esa criatura. Sin los padres, por más que te esmeres, poco o nada puedes hacer.

    Garicano: ¡Qué alegría encontrarte por aquí! Entiendo que magisterio o psicopedagogía tengan fama de fáciles, además, en términos académicos, lo son. No es que las regalen, pero sus materias no pecan de duras sino de abundantes, así que el tema no es aprobar cada materia, sino hacer todo lo que te piden a tiempo. Sin embargo, el ejercicio de estas profesiones es, con diferencia, más jodido que el estudio de las carreras. Como ves, me llevé unos cuantos «soplamocos» como profesora particular. Sin embargo, con otras carreras parece ocurrir lo contrario, una vez que trabajas y te especializas, sacando tu rutinilla, trabajar resulta más sencillo que sacarse la carrera. O bueno, corrijo, eso pasa si el trabajo es estable, porque en los tiempos que corren, en trabajo estable es casi un mito, como los centauros…

    • Garicano dijo:

      Exacto, fama de… pero bueno, a toda la gente que le da ¨fama de…¨ siempre me gusta preguntarle algo así como:
      ¨A ver, hombre/mujer de poca fé, tan irrelevantes te parecen los profesionales que van a tener en sus manos gran parte de la formación de nuestros críos (y a largo plazo del futuro de la sociedad)¨.

      Ya sé, lo que va entre paréntesis suena un poco a maldición gitana, pero tiene su influencia.

      Y otra cosa, ahora mismo voy a consultar el diccionario panhispánico de dudas, que me da a mí que ¨trabajo¨ y ¨estable¨ no pueden ir juntos en un mismo sintagma nominal.

      Saludos!

  4. vengatriz dijo:

    jajaja… mira tú por dónde, mi reacción es muy parecida, pero más agresiva aún, porque ante esos comentarios suelo responder diciendo «si los maestros te parecen tan inútiles, recuerda que gran parte de la educación de tus hijos va a estar en sus manos».

    Consulta eso en el diccionario y, cuando lo sepas, vienes y me lo cuentas 😀

    ¡Saludos!

  5. Brushi dijo:

    Nena, que fuerte, y yo viviendo preocupada con Oscar, que ya sabes que el mio pequeño también gasta carácter a veces, pero vamos Oscar es un ángel al lado de este.
    Y vamos ni mucho menos consigue nada con un mal comportamiento….no, no…
    Hay niños que por carácter resulta más dificil lidiar con ellos, porque son más revoltosos, más nerviosos y otros más dóciles o nobles, o más tranquilos.
    Pero claro, lo que se sale de lo normal….pues eso, que se sale de lo normal, y no sirve de nada voltear la cabeza y hacer como que no lo ves, que un niño de seis años le grite a su madre…»Te voy a matarrr…», pues de normal no tiene nada….y después lo que cuentas de las tendencias agresivas y violentas de la criatura en cuestión….vamos cortar cabezas y todas esas ideas, con solo seis añitos!!….que miedooo de veras!!…
    Seguramente si este niño hubiera dado con otro tipo de familia se podría haber encaminado su problema de hiperactividad y rebeldía y reconducir su conducta hasta llevarla a buen puerto….(imagino que con mucho esfuerzo, tiempo, paciencia y ganas)…Pero claro, si la madre que es la que más tiempo pasa con ellos, cae en la comodidad de pasar de todo eso y querer disfrazarlo con una dislexia….mal va la cosa….
    En fin, que….lo dicho, ser madre y padre no es fácil eso lo sabemos todos y te encuentras con situaciones a veces complicadas y dificiles (doy fé de ello, ya sabes que tengo dos), y en lo que respecta a la educación …pues ya sabes, depende de mi practicamente.
    Pero desde luego intento estar con los ojos bien abiertos, y preocuparme por discernir entre lo que es más o menos «normal» en las conductas de mis hijos, y en lo que se pasa de la raya….
    Decirte también que Oscar me está costando lo mio, pero no se me va de las manos, y ahora estoy menos preocupada, voy cada semana a preguntar a la profesora y ha mejorado muchisimo en cuanto a conducta (académicamente ya sabes que no hay problema), no tiene ningun problema para asimilar y entender conceptos y sus notas son bastante altas.
    Con Oscar no hay problema de hiperactividad, pero si se ha mostrado bastante rebelde, gritón, insultón (conmigo nunca), pero si con su hermano…y en general ha querido siempre imponer sus demandas por encima de todo. Hasta ahora no he necesitado ayuda con esto, me las voy arreglando bien y con siete años que tiene voy viendo bastante mejoría y su actitud va cambiando, pero desde luego que te aseguro que si esto no fuese así o hubiese un retroceso e incluso un empeoramiento y tuviera cmo ver como mi hijo pasa de mis normas, hace lo que le da la gana, grita, chilla, le da patadas a los muebles, tira cosas etc……NO DUDABA NI UN SEGUNDO en ponerme manos a la obra con un psicólogo infantial o psiquiatra o especialista que me ayudara con el niño. Es de lógica que dejar que un niño haga lo que quiera, darle todo lo que demande etc…..en absoluto es quererlo más, ni ayudarlo, ni mucho menos EDUCARLO.

    En fin, que no entiendo la ceguera de algunos padres/madres se escapa a mi raciocinio.

    Besos!!

    • vengatriz dijo:

      Pues verás que no es el único caso de «ceguera» de padres que he tenido. He visto dos más bastante significativos. Supongo que se debe a que cuando tenemos un hijo queremos que sea guapo/a, listo/a, estupendo/a, carismático/a, que tenga éxito según los parámetros socialmente aceptados… y cuando nos cae encima la evidencia de que nuestra criatura no es tan perfecta como nos gustaría… hay quien lo afronta y hay quien se niega a verlo. Por no adelantar la siguiente parte del anecdotario, me iré a otro caso que en realidad es más fuerte, el caso de un niño autista que es alumno de una amiga. Esa amiga trabaja en un «aula abierta» especializada en autismo y el niño tendrá también seis o siete años. Como es un trastorno bastante difundido, no istcreo que deba extenderme mucho en explicarlo: el autista tiene graves problemas comunicativos: algunos no llegan a hablar nunca y se comunican con signos, otros llegan a adquirir un vocabulario muy reducido, los hay que hablan algo más… se dice que está asociado en un 75% de los casos a retraso mental, no tienen sentido del pudor, del autocontrol o del peligro, dan la sensación de vivir en un mundo propio y se aferran terriblemente a los ritos.

      Pues bien, el padre de ese chico no quería asumir que su hijo era autista, a pesar de estar ya diagnosticado y escolarizado como tal, y cuando iba a recogerle a la escuela, en vez de darle la mano, le dejaba correr suelto, alegando que su pretensión era que «desarrollara autonomía», cuando se la estaba jugando a que su niño un día saliera a la carretera y fuera atropellado. ¿Motivo? No asumía su autismo, a pesar de todas las pruebas, y era completamente refractario a los razonamientos que le hacían los maestros de ese centro.

      No hay peor ciego que el que no quiere ver.

      ¡Muakis!

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s