La chica de la Cruz Roja
Día 1:
Quizá os reiréis de mi concepto de coquetería femenina, o quizá no sea coquetería, quizá es ese impulso que tenemos algunas personas, aunque demos imagen de seguras de nosotras mismas, de no querer llamar la atención cuando, paradojas del destino, cuanto más queremos evitarlo, más la llamamos.
Doy todas estas vueltas para decir que, por estúpido que parezca, me daba una vergüenza tremenda salir con el chándal de la Cruz Roja a la calle. ¿Por qué? No porque sea rojo y gris y haga un cuerpo feote, aunque también, los chándal y yo no nos llevamos, sino porque es algo llamativo, que todo el mundo reconoce y que hace que la gente se te quede mirando por la calle. Para animarme a mí misma, me decía mentalmente mientras caminaba por la calle «Silvia, tú has estado disfrazada de lápiz color naranja-fosforito, con tu túnica a Lo Hare- Krishna, un cono de cartón en la cabeza, y la cara y las manos pintadas con cierto color tan discreto; no debería darte apuro ir con un uniforme por la calle. Claro que la diferencia es que ese disfraz me lo puse en carnaval por orden del colegio y toda mi clase iba a dar «la murga» en las mismas condiciones que yo…
Además, me sentía como debe sentirse quien se mete en una cita a ciegas. Los hay que se pondrán camisetas verde pistacho o un clavel en la solapa, en mi caso el distintivo era el uniforme, y suponía que en el caso de mis compañeros, a los que aún no conocía, también. Me citaron en la puerta de «El Molino», que para quien no lo sepa, es un Sex Shop de Almería. Los Sex Shop tienen un singular encanto: todo el mundo, independientemente de su grado de extroversión y hábitos, sabe dónde están.
Y ahí estaba yo, a primera hora de la mañana, ante un escaparate de maniquíes en lencería erótica, con mi uniforme nada discreto, plantada como un semáforo esperando a unos compañeros que no conocía pero que, esperaba, fueran tan reconocibles como yo, dada la obligación de llevar uniforme.
Hay que decir que yo no sabía si daría clase desde el primer día o no, si la clase sería al aire libre o en algún tipo de edificio, si había ocasión de cambiarse de ropa en algún momento o si tocaba ir con el uniforme puesto de entrada – lo que sí es ineludible es llevar el uniforme cuando estás haciendo algo para CR-, etc. Por tanto, aunque confiara en que ellos llegaran también uniformados, podrían no venir así; y eso por no hablar de la sensación de incertidumbre con respecto a lo que me tocaba hacer. Menos mal que dispongo en mi inventario de unos cuantos manuales fotocopiados para enseñar español a extranjeros, adaptados a diferentes niveles, porque si no me hubiera tocado ir con las manos vacías.
Durante esta espera, pasando frío, llamé a un amigo (el capullín de la flor en el culo, je) que me hizo un comentario tan divertido como evidente y sensato: «Silvia, tú no te preocupes, aunque no reconozcas a nadie te reconocerán a ti, porque vas de la Cruz Roja y no de efecto Doppler». Elemental querido Watson.
Para quien no entienda a qué responde esta frikada absoluta de comentario, recomiendo muy encarecidamente que se pase por «Series Yonkis» mientras SINDE no se la cargue y que se ponga a ver la serie «The Big Bang Theory», aunque de todos modos, al final de esta entrada anexaré video explicativo- publicitario.
Al final éramos cuatro voluntarios que fuimos divididos en dos parejitas, a lo guardia civil, dos para dar clase dos días a la semana por la mañana y los otros dos para dar clase por la tarde. Los que conocí saben muchos idiomas (inglés, francés y alemán) pero no tienen nada que ver con la docencia, así que la única que sabe de docencia soy yo, aunque como no sé idiomas ni sé conducir, no puedo ponerme chula por la vida. La verdad es que mi compi y yo muy probablemente formemos un equipo bien compensado. Lo único malo es que es complicado enseñar castellano siendo argentino. A buen entendedor…
El primer día tocó elegir de qué zona nos ocuparíamos, cuál será nuestra aula, y pasear por los asentamientos para animar a quienes los ocupan a asistir a las clases. Creía que nos iba a corresponder ir de puerta en puerta, pero no hacía falta: con ponerte, eso sí, con el uniforme en mitad del descampado, ya es suficiente para que todo el mundo se acerque. así están los pobres, desesperados por conseguir todo tipo de ayuda. La paradoja es que normalmente me hubiera dado miedo meterme en ese lugar, sola o acompañada, sin embargo pude experimentar el efecto positivo del uniforme de CR: se te quita el miedo de meterte en donde sea porque te reconocen enseguida como persona bienintencionada que va a ayudar.
Día 2:
Contábamos con el aula, pero no. Las cosas de palacio van despacio. Tenía previsto pasar una entrevista oral y un test de nivel escrito, pero no había infraestructura para poder hacer eso. Sin embargo, a fin de que no se olvidaran de nosotros y de ir tomando una lista inicial de posibles alumnos, mi compi argentino y yo (ya sin otros voluntarios y sin la técnico, cuya función es acompañar el primer día o apoyar cuando hay algún tipo de urgencia, la tarea es enteramente nuestra) nos plantamos en el asentamiento, repitiéndose el fenómeno del día anterior: no era necesario llamar de puerta en puerta, ellos solos salen al vernos de sus casas y vienen corriendo para ver qué nos trae por allí.
Las dos horas se fueron rapidísimo, simplemente, tomando datos, pasando la entrevista oral. Si el grupo es lo que parece, igual conseguimos una clase de 18 o 20 personas. Lo que pasa es que no hay que olvidar que las cosas rara vez son lo que parecen.
Una cosa que nos entristeció es que supimos que hubo una redada. Se llevaron a 8 personas, cuatro hombres y cuatro mujeres. Teniendo en cuenta que en ese lugar hay muchos más hombres que mujeres, dejaron los asentamientos prácticamente sin mujeres. Una pena, teniendo en cuenta que un hombre árabe en su país de origen, tenga más o menos oportunidades de formarse, va a tener siempre más oportunidades que una mujer; y sabíamos de buena tinta que había varias mujeres interesadas en las clases.
Día 3:
Mi compañero faltó. Le surgió una ITV ineludible – para los no españoles, la revisión obligatoria que deben pasar periódicamente los vehículos para que puedan circular- así que fue la técnico la que vino a por mí.
Aquello era un desastre porque:
– Llegó tarde. Entiendo que no fue culpa suya, le tocó atender un par de asuntos que no le correspondían. Es lo que tiene que esta ONG cuente sólo con un 20% de técnicos frente a un 80% de voluntarios. La consecuencia para los alumnos fue un retraso total de media hora, tiempo suficiente para que cualquiera llege al lugar de la cita, espere, se canse y se vuelva a su casa con toda la santa indignación del mundo.
– El concejal no había cumplido con su palabra. Seguía sin darnos el aula, diciendo que tenía que hablar con no sé quién, aclarar no sé cuánto, y que entonces nos daría la llave, el mismo cuento del día anterior.
– Cuando llegamos al edificio donde supuestamente está el aula (esa a la que no tenemos acceso y donde citamos a la gente) nos encontramos a todos los de Ghana, pero a ningún marroquí. Hay que decir que, según nos comentaba la técnico, los marroquíes son más parecidos a nosotros; muy de decir «ya iré, ya» y luego repensárselo. No vamos a obviar nuestro parentesco con esta cultura. Sin embargo, si alguien de Ghana se compromete a algo, lo cumple y es mejor responderles, porque si no lo haces, se decepcionan mucho, justamente por lo cumplidores que son. Encima, venían todos arregladísimos para la clase, como dándonos a entender de este modo la importancia que le dan.
– La técnico se quedó con el grupito que sabía leer y escribir, pasándole el test de nivel, y yo me quedé con un muchacho que necesitaba que se le enseñaran los rudimentos de la lectoescritura. He quedado absolutamente admirada con su constancia. Estar dándole caña a las cinco vocales durante más de una hora es muy pesado y, sin embargo, cuando le preguntaba en mi penoso inglés si estaba cansado o aburrido (y os prometo que debía estar más que harto) el muchacho me decía que no, que siguiéramos. He salido con la idea de que esta gente es mucho más educada y valora mucho más las cosas que nosotros mismos o nuestros casi deificados «europeos de arriba». ¿La clave? Ellos valoran cualquier cosa y nosotros nos creemos con todos los derechos.
– ¿Que dónde dimos clase? ¡Je! ¡En los bancos de un parque! Y el próximo día, si el concejal sigue remoloneando, nos iremos a una de las casas de ellos, ya está acordado, esto de dar clase a la interperie no puede convertirse en una moda.
Y ahora, como lo prometido es deuda, mi video explicativo sobre el disfraz de «efecto Doppler»… ¡disfrutadlo!
Hija, no sé qué es peor. ¿Estar plantada delante de un sex-shop con una ropa horrible y llamativa?. ¿Dar clases en los bancos de un parque?. Definitivamente creo que lo primero. 😛
La verdad es que lo de la ropa es cuestión de acostumbrarse. El primer día me calenté la cabeza lo más grande con eso, el tercero APENAS lo pensé, je. Lo de los bancos se pudo sobrellevar porque llevaba todo tipo de material en mi kit de supervivencia, que mi rato me costó imprimir la noche anterior, entre otras cosas una bonita colección de fichas para escribir y re-escribir las vocales hasta el hartazgo. Si no… no sé qué hubiera hecho con el muchacho sin una clase, sin pizarra, sin programación, sin ordenadores, sin fotocopiadora, sin ¡NADA! Los recursos no lo son todo, pero suponen una diferencia gooooooooooorda. E incluso la comodidad, que no es igual estar sentada con el alumno en un banquito que en un lugar donde haya mesas y sillas. Aunque, eso sí, debo agradecer que hubiera buena iluminación natural y de la ventilación tampoco tengo queja XD
Me he quedado pensando en lo triste y doloroso que ha de ser irse del propio país a otro del que no se conoce ni la lengua, con ganas y necesidad de ganarse el pan, sin dinero, sin casa, padecer alguna forma de discriminación más o menos grave (no nos engañemos) y todo eso mientras se añora el «paisaje» en el que se ha nacido, donde ha transcurrido nuestra infancia. donde hemos amado y donde ha quedado mucho de lo que amamos. Me ha gustado leerte, chiquita. Y te deseo lo mejor en esto que has emprendido. Ellos también tienen suerte: la de contar contigo. Un abrazo.
Es un drama, Lita, y la verdad es que aunque lo «sabemos», hasta que no lo vemos, no somos realmente conscientes.
Me alegra que te haya gustado. Seguiré contando anecdotillas – aunque con pinzas, por aquello de la prohibición de dar datos concretos-.
Un besote
Esperar disfrazada delante de un sex-shop puede despertar extrañas fantasías.
Todo lo que hagas por ayudar a otras personas no quedará en saco roto.
Me gusta leer tus entradas. ¿Y para cuando una foto tuya vestida de uniforme de C. R.?
Pues mira, debería planteármelo, pero la foto no irá al blog, uno de los encantos del blog es su anonimato, aunque los que me comentan en un 90% sois amigos. Otra cosa es que lo suba al facebook 😉
Genial!Todo,pura experiencia,desconocia que era un chándal de hombre el uniforme!!!!!!algo habrá que hacer,jajaja
Ceci: Shhh… ¡eso te lo dije off the record! jaja… lo explicaré esta misma mañana, que voy a postear porque no he podido ir a dar clase, ya contaré por qué, es todo un número.