Como habéis leido quienes me seguís, durante un lapso de tiempo me dediqué a dar clase con muy mala fortuna: sólo un alumno me duró cerca de un año. No logré retenerlos, parece que nadie quedó satisfecho. Aquello minó mi autoestima como docente; cualquier persona que se esfuerza por hacer un trabajo y que tiene un mínimo de profesionalidad, desea rendir bien y obtener resultados… y si trabajas con personas, y más con niños, la necesidad de obtener un buen resultado se hace más urgente y dolorosa, porque esos niños se están jugando el futuro.
Llegados a este punto, pensé que me había equivocado, que había dedicado 5 años de mi vida a estudiar una carrera que no estaba hecha para mí y que debía buscar cómo reciclarme en poco tiempo. Los años pasan, sin piedad para nadie… y yo he de confesar que soy muy impaciente y eso de luchar sin obtener resultados hacía que me hirviera la sangre. Pensé en hacer una FP… pero eso era como caminar para atrás, ya que un título universitario es, en cierto modo, superior a uno de FP (por sus años de duración). No obstante, supe de una psicópedagoga que estudió puericultura y de una psicóloga que se acabó reciclando como auxiliar administrativo; así de mala está la cosa.
No queriendo ir hacia atrás, la única vía restante era optar por algo superior: un Master. Y que me condujera preferiblemente a un trabajo rápido y que no collevara oposiciones.
Ojo, os hablo de tiempos prebolónicos. Perdía todos los derechos que me avalan en la educación reglada (en ese aspecto tengo suerte debido a cierta circunstancia personal que no comentaré, pero que me exime de pagar tasas). Ergo, tocaba pagar una pasta, ponedle más de 4.000 €. Yo andaba dudosa, pero los Recursos Humanos (RRHH) eran una moda en mi ciudad: todos mis amigos, al saber que me sentía perdida, me lo recomendaban como la panacea como el desempleo. Por lo visto, acababan de inaugurar un master en mi universidad que había tenido un grado de insercion laboral enorme; todos los estudiantes de la primera edición habían acabado colocados.
¿La pega? Al no ser un master oficial, quedaba pendiente de ser homologado en el futuro o ser por siempre un master propio; es decir, sin validez académica para nada. No obstante, mi razonamiento fue el siguiente «Al ser de la universidad y al estar bien visto aquí, me da igual que sea o no sea oficial, puesto que tiene prestigio y eso favorecerá que puedan contratarme».
Un razonamiento que funcionó para los de la primera e incluso la segunda edición del master… pero la mía no era la tercera precisamente; era la quinta.
Mis compañeros y yo nos encontramos con un panorama lógico: cuando el Master se implantó, no había nadie en Almería que entendiera nada de RRHH, pero cuatro ediciones después los posibles huecos del mercado estaban LLENOS. Así que el anuncio del cartelito publicitario que tenían («¡más de un 80% de inserción laboral!») había quedado descatalogado, tan descatalogado como el otro cartelito en el que figuraban todas las empresas de Almería en las que podíamos hacer prácticas… y que luego, cuando tocó solicitar, ni la mitad – ni la tercera parte- de las empresas que ahí figuraban eran las que admitían alumnos en prácticas… y luego NI UNA de ellas, atención a esto, NI UNA, estaba dispuesta a contratar a ningún becario. Como mucho, a modo de gran favor, podían estudiar la posibilidad de ampliar el plazo de la beca de seis a nueve meses. Y tengo entendido que ese favor sólo se les hizo a una o dos personas.
Como veis, los organizadores del Master nos estaban estafando por seguir chupando dinero de ese chiringuito. Ningún contratado de la cuarta edición y sin embargo… mis últimas noticias son que ya van por la séptima u octava edición.
Sin embargo, no puedo decir que todo fuera malo. Lo que más me gustaba era la dinámica de clase. No recuerdo si alguna vez he comentado aquí que cuando comencé mi primer año de carrera tenía una expectativas enormes con respecto a la intelectualidad de la universidad, su independencia, el desarrollo del sentido crítico y demás zarandajas… y cuando llegué a ella, tuve que asumir que, si alguna vez fue aquello que me había imaginado, hoy se había convertido en una especie de prolongación del instituto; un lugar en el que seguía importando más la forma de hacer las cosas que su fondo.
Pues bien, fue un placer el poder disociar las figuras docentes de las figuras de autoridad. El master se dividía en módulos, a los que podríamos llamar temas. Si, por ejemplo, tocaba un módulo de Derecho Administrativo, un profesor venía a darnos clase dos días. Como dicho profesor no tenía poder sobre nosotros y sólo le íbamos a ver un par de días, teníamos la libertad de hablar con él con una actitud más relajada y sacarle mucho más jugo. Además, quienes venían, eran especialistas en aquellos temas de los que hablaban, un dominio que se echa mucho de menos en ciertos profesores de la universidad. Luego, cuando el módulo terminaba, realizábamos una evaluación del docente y, en función de los resultados de dicha evaluación (esto tampoco conviene tomárselo demasiado en serio, pero no está mal planteado) le llamarían o no de cara a la siguiente edición.
Las figuras de poder, los responsables del master, rara vez daban clase. Ellos se encargaban de gestionar el tema de dónde haríamos nuestras prácticas y el «Trabajo de Fin de Master». Se evaluaba nuestra asistencia, la realización de trabajos y exposiciones cortas, el proyecto «Fin de Master» y la defensa pública del mismo. Además, la evaluación de la defensa provenía tanto de los responsables del master como de un enviado/a del lugar en el que hiciéramos las prácticas, rompiendo la tiranía de la evaluación única – aunque, como comenté antes, estas cosas hay que tomarlas relativamente, luego no es oro todo lo que reluce, pero el planteamiento inicial es bueno-.
Como no había a quién adular (aunque siempre hay aduladores) y el entorno no era competitivo, el ambiente general de la clase era muy bueno. Por extraño que suene, ya que mi Master duró un año, he sacado más amigos de aquel año que de los cinco años previos de carrera, en donde gran parte de las relaciones que inicié se acabaron quemando por alguna parte.
Gracias al Master viví experiencias curiosas, como el tener que efrentarme a pruebas psicométricas (por aquello de sufrirlas en las propias carnes antes de aplicarlas), experimentar un «Outdoor training» (una expercie de excursión con juegos, inspirada en niños de campamento, que tiene la sibilina intención de analizar cuál es la personalidad y las aptitudes de los posibles trabajadores; así que es una técnica que forma parte del singular repertorio de los jefes de personal) o disfrutar de mi primera experiencia laboral no relacionada en absoluto con la docencia. Sobre todo, lo que más le agradezco es que me ayudara a aprender cómo funciona una empresa privada. Mi entorno siempre ha sido muy funcionarial y, aunque quizá he olvidado casi todo lo que me enseñaron en ese curso, se me han quedado las líneas maestras de qué es una empresa y como funciona. Eso quizá no lo hubiera podido aprender sola.
¡Ah! También me ayudó a conocer qué importancia real tiene la imagen para conseguir un puesto de trabajo.
Sobre ello me extenderé próximamente, que esta entrada me ha quedado muy larga 😀
Continuará…
Interesante. Espero el artículo sobre la imagen ^^
Lo habrá, en la segunda parte 😀
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