Motivos escatológicos para faltar a inglés


Como algunos de vosotros sabéis, yo ahora mismo no debería estar escribiendo una entrada en el blog; lo que debería estar haciendo es dirigirme, más rápido que el zorro de David el Gnomo, a la academia en la que recibo clases de inglés. Y más ahora, que acabo de desembolsar el coste del PET, es decir, me he casado con el examen que, con suerte, me reconocerá un nivel B1, ya no hay vuelta atrás.

¿Y qué hago aquí? Pues cruzarme de piernas y acordarme de todos mis antepasados, en especial de los paternos. A eso de las 10 recibí una llamada de teléfono. Gracias a ella me desperté, ya que no había escuchado el despertador que me puse a las 9.30. Para mi desgracia, aunque la llamada no llegó ni a cinco minutos, durante la misma mi padre abrió violentamente la puerta de mi cuarto y me miró con esa típica cara de peste que significa «estoy muy mosqueado y me dispongo a putearte». Ignoro cuál será la razón del mosqueo, pero su modo de putearme era obvio y sencillo: sabiendo que a continuación yo iría a salir de la cama, se dirigió, más rápido que el pensamiento, al único cuarto de baño de la casa, se metió dentro y cerró el pestillo.

50 minutos después sigue dentro.

Para que luego digan de las mujeres. ¿Y qué hace? cagando. Lo que yo suelo llamar (pues es costumbre) «the neverending cagada», en homenaje a «la historia interminable». Mi padre lo de la cagada se lo toma como un arte, con creatividad y con tiempo, mucho tiempo. Da igual que los demás de tanto cruzar las piernas nos estemos poniendo amarillos. Da igual que su hija tenga urgencia por arreglarse para salir por la mañana, con el agravante de que la pobre chica (pobre yo) tenga el pelo graso y se vea en la maldita obligación de lavarse el pelo todos los benditos días antes de salir a la calle, so pena de no poder salir a la calle si no se lo lava porque, estéticamente, un día que se descuide supone como más de una semana de una persona que no tenga este problema anatómico tan simpático.

En resumen:

– Me estoy meando.

– Tengo el pelo hecho una mierda.

– Faltan 5 minutos para la clase.

Cuando yo vi que pasaban las 10.30 y el buen hombre no salía ni daba señales de salir, ya fui alertando a mi profesor-  que encima me da la clase a mí sola porque soy la única alumna que demandó dar clase lunes y miércoles por la mañana- le llamé para excusarme diciendo que me sería imposible llegar, pues ya me era matemáticamente imposible ser puntual.

Suena la cadena del baño. 10.55. Minuto, debo hacer algo urgente.

11.20. He aliviado mi vejiga y arreglado mi problema capilar y, cómo veis, hace 20 minutos que debería estar en clase. Toca estudiar inglés un rato por mi cuenta, porque lo necesito y porque debo mitigar mi sentimiento de culpa y, cuando termine, iré a sacar una fotocopia de mi DNI porque la necesito para hacer una gestión.

En la situación que os he descrito y que es más habitual de lo que debería, hay varios componentes importantes:

Sólo hay un cuarto de baño. Ya lo dije, porque no quiero que se os olvide. Sólo hay un retrete disponible y somos cuatro usuarios… y no hace demasiado tiempo, éramos cinco.

Mi padre ha tomado el cuarto de baño como su oficina. El quid no es su ritmo intestinal. Él utiliza esos momentos de vaciado de intestino para leer y hacer llamadas telefónicas. Eso último demuestra que no tarda tanto en vaciar los intestinos, porque si realmente esos ratitos de intimidad los dejara para ese fin… difícilmente podría hacer llamadas telefónicas.

Acotación (no breve): Tal vez algunos recordéis que mi padre es un jubilado y, en tal caso, os estéis preguntando para qué puñetas necesita un jubilado una oficina. Os diré que quizá mi padre y yo nos parezcamos en el don de estar ocupadísimos cuando se supone que estamos desocupados: él ha saturado su tiempo con ocupaciones vecinales y yo lo he saturado con todo eso que os ando contando en el blog. La crucial diferencia entre ambos es la que sigue: yo proclamo que necesito trabajar (por mi edad, por mis circunstancias, por mi psicología) y que cuanto hago busca esa meta… y sí, si no hiciera nada ¡me volvería loca! mientras que él va diciendo que está encantado de estar jubilado, que ya trabajó cuanto tenía que trabajar… ni bajo tortura reconocería que la inactividad también le vuelve loco (más de lo que está). Sin embargo, para que veáis qué injusta es la vida, mi madre (física y psicológicamente) necesitaría dejar de trabajar y no puede, porque le quedaría una pensión de mierda. ¿Qué os parece?

Volviendo a los puntos anteriores:

– No se le puede reprochar nada. ¿Por qué? Porque: 1. es quien paga los gastos y, quien paga, manda y 2. porque yo tengo edad y estudios como para estar ganándome la vida desde hace años… y no lo estoy haciendo. Desde que cumplí 25, si mi padre me quisiera mandar a la p… calle, podría (legalmente) hacerlo. Esta cuestión daría para una entrada en el blog, quizá la haga porque puede haber gente interesada en ella.

Os cuento otra cosita más – es lo que tiene estar narrando una anécdota en tiempo real-. Son las 11.35. Mi padre, al notar que estoy completamente arreglada, pero sin salir de casa, y en silencio absoluto cuando es obvio que debía tener cosas que hacer y algún reproche en la recámara, se dirige a mí y me dice: «Y tú ¿qué?».

La respuesta no la voy a compartir con el público, porque algo me tengo que guardar, aunque sólo sea para simular que soy interesante.

Nada más comentaré que he debido dar en la diana porque no me replicó, simplemente se fue. Se confirma que me había jorobado deliberadamente. Cosas del FP (factor padre, para los olvidadizos).

Ah, la familia, ese núcleo de la sociedad…

PD. Menos mal que mi profesor no me ha preguntado por qué no voy a clase. Hubiera tenido que soltarle algún rollo del tipo «mira, profe, en inglés ¿no existen los contables y los incontables? pues mi motivo está entre los incontables, pero si quieres, me invento una excusa de las que quedan bien y te la suelto».

Seguiremos informando.

 

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
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5 respuestas a Motivos escatológicos para faltar a inglés

  1. Coral dijo:

    Profe, he venido tarde porque mi padre cuando caga arregla los males del mundo.

  2. raphaela dijo:

    Vaya. La solución podría ser prever esos detalles, del todo previsibles de acuerdo a antecedentes, y poner tres despertadores en lugar de uno, y todos con un margen de tiempo suficiente como para tener en cuenta una «intromisión» del tipo de las acostumbradas. Se ahorran rabietas y disturbios familiares, y se consigue no perder la clase. Y la «clase». Beso, nena. Habrá mejores días.

    • vengatriz dijo:

      Vamos a ver, mi despertador (mi chachi despertador comprado en los chinos) suena cada 5 minutos. Se programa con una palanquita con un recorrido de «cuatro paradas». Primera: time set (para programar la hora), segunda: alarm set (para programar la alarma), tercera: alarm on (para que suene) y cuarta: alarm off (para que no suene). Hay veces que la pongo y no la oigo pero hoy no es que no la hubiera oido. Eso pensaba cuando escribí el texto, pero luego, al mirar el despertador, me di cuenta de que no. Debido a la proximidad entre todas las opciones, programé el reloj en alarm off después de haber introducido la hora de alarma. Así que no es que no la oyera, es que no sonó. ¡Ah! Otras veces me han ocurrido cosas igualmente graciosas, como creer que estoy programando una alarma y verme programando la hora del reloj, o confundirme y programar la hora en pm cuando debería estar poniéndola en am. Si es que soy un desastre. Pero hoy este desastre hubiera ido a clase de no ser por FP.

      PD. Cometí escribiendo este texto dos megafaltas de ortografía de las que no suelo cometer. Espero que nadie las haya visto, pero si me preguntáis, diré cuáles. Valga como ejemplo de que escribir mientras uno se mea o despotrica (es decir, en estado físico o emocional alterado) tiene sus peligros. Podría hasta contárselo como ejemplo a mi alumno (me ha salido otro alumno, éste de 17 añitos, que también merecería entradas en el blog) si no fuera tan prosaico.

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