El valor psicopedagógico de la escoba y del chinchón


Entrada dedicada a Brais, porque él lo vale.

Como ya sabéis, hace un par de semanas estuve en Galicia. Conseguí «asilo político» en Culleredo y conocí A Coruña, Santiago, Santa Cristina y, cómo no, Culleredo. Una de las cosas que más me llamaron la atención de este pueblo es la costumbre de jugar a las cartas. No hay bar que no tenga su tapete y su baraja. Probablemente esto sea normal en muchos pueblos de España, pero yo soy chica de ciudad y, además, sin costumbre de jugar a las cartas ni de ver en mi entorno a gente jugando a las cartas… de tal manera que, cuando alguien me pregunta si sé jugar, mi respuesta usual es «yo no juego a las cartas, yo las tiro», en referencia a mi más que discutible habilidad para leer el Tarot. Ya conocéis otra curiosidad mía.

Además de por la falta de costumbre, debo reconocer que jugar a las cartas nunca me había atraido. De hecho, cuando veía de casualidad a algún grupo de niños, jóvenes o, simplemente, menores de sesenta entretenidos con una baraja, mi comentario solía ser «qué pronto se entrena esta gente para su jubilación»… aún admitiendo que todos tenemos un jubilado interior que, de vez en vez, lucha por salir. ¿Quién soy yo para pitorrearme de quien juegue a las cartas cuando de niña tuve una época en la que andaba absolutamente enganchada al dominó? Esa es otra disciplina olímpica del jubilado. Yo las dividiría en tres: a) jugar a las cartas, b) jugar al dominó y c) jugar a la petanca. Quien esté libre de culpa…

No obstante, decidí seguir el famoso «Allá donde fueres, haz lo que vieres» y si toca aprender algo que una no sabe, en este caso jugar a las cartas, pues una no se opone a tratar de aprender aunque se exponga a recibir una humillación lúdica. Así fue como Brais intentó (no tengo claro si lo cosiguió) enseñarme a jugar a dos conocidos y, supongo, simples juegos de cartas:

– La escoba.

Situación inicial: Cada jugador tiene tres cartas y sobre el tapete hay cuatro.

Definición: Es un juego que consiste en combinar una de tus cartas con las cartas de la mesa de tal manera que el resultado sume 15 (escoba).  Se suman puntos dependiendo de las cartas recogidas o si se limpian las cartas de la mesa.  El primer jugador que consigue llegar a un número de puntos establecidos, gana. Nota: Casi todas las cartas tienen el valor que representan menos las figuras, que tienen un valor especial: la sota vale 8, el caballo vale 9 y el rey, 10.

Jugadores: dos jugadores o dos equipos (cuatro jugadores).

Normas para el recuento de puntos:

Escoba: un punto; tener todos los oros: dos puntos; por tener la mayoría de los oros: un punto (si hay empate, se da un punto a cada uno); por tener los cuatro sietes (incluido el siete de oros): un punto, por tener la mayoría de los oros: un punto (si hay empate, se da un punto a cada uno); por tener la mayoría de cartas: un punto (si hay empate, se da un punto a cada uno).

Para jugar a la escoba on line: http://www.mundijuegos.com/multijugador/escoba/reglas/

– El chinchón:

Situación inicial: Se reparten siete cartas a cada participante, dejando el resto del mazo boca abajo y, junto a este,  una carta boca arriba.

Objetivo: combinar cartas para obtener a) tríos o cuartetos de naipes del mismo número; b) Escaleras del mismo palo, formadas por 3 o más cartas (ejemplo: 8,9y y 10 de bastos); y sin que nos sobren cartas de esos grupos que vamos formando.

Forma de juego: Cada jugador está obligado a coger una carta cuando llegue su turno, ya sea de la carta que queda boca arriba o de las que están boca abajo. Siempre debe tener siete cartas en la mano. La carta que suelta, la soltará en sobre la carta/s que va/n quedando boca arriba, de tal manera que sólo se vea una carta.

Más detalles aquí: http://www.andinia.com/b2evolution/index.php/noticias-viajes-turismo-entretenimiento/entretenimiento-recreacion/juegos/juegos-azar-mesa-juego/chinchon_juegos_cartas_naipes_barajas

Cuando comenzó a enseñarme a jugar a la Escoba descubrí, con horror, que me costaba tremendamente hacer las cuentas para comprobar si las cartas sumaban o no sumaban quince. No apelaré a la clásica excusa de «soy de letras» (aunque sí, fuera de bromas, soy de letras), pero me puedo buscar excusas mejores. Por ejemplo, que me paso la vida eludiendo el hacer cuentas, mi uso cotidiano del cálculo mental es cero, y ya se sabe lo que pasa con las habilidades, las tienes si las entrenas, si no las entrenas, desaparecen. También hay otra causa, llamémosla «causa primera», la razón por la que eludo hacer cuentas, además de la pereza, es que nunca se me dio bien. Desde mis años de escuela, eso para mí tenía grandes dificultades, era la típica que andaba escondiendo las manos bajo la mesa para que no se notara que hacía cuentas con los dedos. Con los años y el barniz demagógico que dan las carreras, pasé de considerarme un desastre para las matemáticas a considerarme una chavala con discalculia. Ya se sabe que las etiquetas quedan más plus, pero viene a decir lo mismo: aunque entendiera un concepto perfectamente y supiera qué fórmula o estrategia aplicar para resolver un problema, los cálculos se me daban fatal, me retrasaban y muchas veces me suponían una pérdida de nota e incluso un suspenso. Quizá hubiera necesitado que alguien me hubiera entrenado en esa destreza, pero a nadie se le ocurrió hacerlo. O puede que no les hubiera sido posible, porque seguro que mini-Silvia habría opuesto resistencia, siempre fue impaciente, igualita que en su versión 2.0 (actual).

Y pensando en eso, en el trabajo en que me costaba, el trabajo que me había costado siempre y demás etecés, caí en la cuenta de que justamente ese juego, que como habéis leido se basa en hacer sumas relativamente sencillas pero rápidas, podía ser un buen entrenamiento para mis propios alumnos, que también manifiestan problemas con el cálculo mental. Un juego siempre es un buen modo de engañar a la mente, de tal manera que aunque se haga lo mismo, es de suponer que los chavales aceptarán de mejor grado que un día les enseñe a jugar a las cartas que el que les plante ante sus narices unos cuadernillos Rubio de sumas.

En cuanto al chinchón, su función pedagógica es menos directa,pero ya sabéis cómo son los pedagogos y demás seres afines (y si no lo sabéis, os lo cuento), cuando no vemos clara la función, la buscamos y, si no la tiene, se la ponemos. Pensando en ello, por lo pronto podría ser útil para la atención. Para mis alumnos es todo un reto permanecer sentados y atentos a una actividad, guardar su turno, no exaltarse si están compitiendo/jugando… y además, siempre podría estar (los alumnos de los que hablo son mellizos) uno jugando conmigo y el otro pendiente de las puntuaciones que vamos sacando.

Lo único, que me tocará practicar un poquito (o un muchito) en casa antes de plantear una clase basada en estos juegos.

Nota: ¿Es o no es gracioso que una desempleada, como yo, ande pensando cómo ser más eficiente en su trabajo, apenas remunerado y no oficial, incluso durante su tiempo de ocio?

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
Esta entrada fue publicada en Genérico y etiquetada , , , . Guarda el enlace permanente.

2 respuestas a El valor psicopedagógico de la escoba y del chinchón

  1. Reto para tí. Una tarde viendo desde la cama hacia el techo, eso sí te deja el de los grilletes en tu casa, sin que puedas luego presumir de haber hecho algo. Ese día en tu blog solo podrías colocar, estuve viendo, recostada en mi cama, hacia el techo. Ahora, sin temor de perder, puedo apostar que aún si estuvieras sin buscar hacer algo, en tu blog comentarías las posibilidades que da la horizontalidad de los cuerpos en los seres ociosos, o la imaginación posible entre un techo y una cama.

    Se te quiere, estima y admira.

    Oscar Vargas Duarte

    • vengatriz dijo:

      Si yo me quedo una tarde tumbada en la cama mirando al techo… no dudes en que buscaría mil posibilidades para divagar y desbarrar. Nunca me quedo quieta… y cuando me quedo quieta es sólo apariencia, siempre estoy pensando en algo. No creo que sea sano ser tan nerviosa, pero no puedo remediarlo.

      Un abrazo grande 🙂

Replica a Oscar Vargas Duarte Cancelar la respuesta