Ayer fue la primera vez que dormí en la calle, acampada, en el suelo. Y se confirma mi autoconcepto: ideológicamente seré muy revolucionaria, pero no nací para la guerra, se me da mejor la dialéctica.
Contándolo por el principio, ayer me presenté en la asamblea. Debía haber alrededor de 500 personas en la plaza y me contaron que el día anterior debieron superar las mil. El día anterior la zona había sido acordonada. Unos minutos después, los concentrados cometieron la irreverencia de colgar globitos de las cintas policiales. Lo que al principio había comenzado siendo un humilde plástico azul para no mojarse cuando llueve, ha evolucionado a la categoría de campamento. Se han ido recibiendo donaciones de todo tipo: comida para quienes acampan, dinero para octavillas o pilas para el megáfono, tiendas prefabricadas para que no nos mojemos cuando llueve… un espectáculo digno de verse.
Allí hay personas que llevan una semana echando casi la totalidad de su tiempo. ¿Los que más se entregan? Eso a quienes denominámos apáticos; los más jóvenes. Ellos son, además, los que se están ocupando de estructurar todo. Están organizando grupos de trabajo y repartiendo tareas por grupos: de comunicación (con otras asambleas), de difusión (de la campaña), de logística (necesidades), de propuestas (recopilan por escrito las propuestas de la gente para salir de la crisis)…
El sistema de toma de decisión sigue siendo asambleario; se enuncian propuestas al megáfono, se argumenta, se vota a mano alzada, se exponen argumentos contrarios, se vuelve a votar… y se va adaptando a la diversidad. En la última asamblea había una intérprete de Lengua de Signos traduciendo cuando se decía, aunque supuestamente no había ningún deficiente auditivo entre la concurrencia. Establecimos un signo para aplaudir (levantar las manos y agitarlas, así aplaudíamos por la noche sin hacer ruido) y otro signo para dar un voto negativo. ¡No se dirá que no somos civilizados!
Los policías ya se han hecho amigos nuestros. Vienen, nos cuentan chistes, no comen con nosotros para que no les regañen pero nos muestran su apoyo, nos regañan cuando cometemos alguna imprudencia (hacer ruido a ciertas horas) e incluso nos protegen del saqueo de algunos mendigos, que vienen a agobiar, meter miedo o armar follón.
Ayer además asistieron, como los voluntarios de Cruz Roja que rondaban por si ocurría algo, de público al recital de poesía que se organizó. Se leyó un fragmento de «Bodas de sangre», el «Van a por nosotros» de Accidents Polipoétics, un texto de Labordeta, de Neruda, de Benedetti… también había textos escritos por los propios integrantes del movimiento y una muchacha se dedicó a cantar. A las 11.55, cuando la policía nos alertó del ruido y de que se acercaban las 12 de la noche, desconectamos el megáfono, volviendo a leer de viva voz, y retomamos los vítores silenciosos gracias a la Lengua de Signos.
No podía evitar sentirme como si hubiera retrocedido en el tiempo y me encontrara ante un ágora griega, rescatando el espíritu de la democracia, donde el debate es permanente, se vota todo, se toma nota de todo, todo el que quiere colaborar colabora, se convive, se comparte… y sin embargo, también aletea un temor; el temor de dispersarse demasiado, de que unos grupos se hagan más importantes que otros hasta que las asambleas se carguen demasiado ideológicamente. La unión hace la fuerza. No se trata de que ganen las ideas de izquierdas o las de derechas, se trata de que ganen presupuestos mínimos de sentido común y de que se haga mucha presión para conseguirlos. Es más sencillo concentrarse en cuatro metas que intentar obtener cuatrocientas.
Según fue avanzando la noche, nuestro número decrecía. Debimos dormir allí alrededor de 20. Nótese que ya no respetamos el límite de 19. Nótese que ya la gente sí se lleva colchones y sacos de dormir. El miedo a ser detenidos ha desaparecido. La policía nos conoce por nuestros nombres, habla con nosotros e incluso declaran ante nuestras narices que simpatizan con nuestro movimiento.
No olvidemos que son seres humanos – tienen padres que se ven sin pensión, pareja en paro, hijos sin futuro- que a ellos mismos les redujeron un 5% de su sueldo y que la dotación para la seguridad es tan baja que apenas cuentan con recursos – ya no sólo de personal, incluso faltan coches de policía para los policías que hay-.
Hablé con todo el que pude. Como he dicho en otras ocasiones hay diversidad de géneros, profesiones, estudios, edades, orígenes… y de todos se aprende un montón. Además, hay que tener en cuenta que aunque conozco gente en la plaza, muchos están muy metidos en el movimiento, al punto de ir como mucho más que meros simpatizantes, de tal manera que cuando una llega, ellos están ocupados trabajando y yo me dedico a socializar por mi cuenta. El resultado final es que, aunque al principio dé un poco de vergüenza, se acaba conociendo a mucha gente, sobre todo si se va de modo sistemático.
Cuando ya nos quedamos los que íbamos a dormir, nos dividimos en dos grupos para salir a beber. El botellón está prohibido pero ir a mear a un pub y, de paso, tomar unos litros es perfectamente legal. De ese modo se llega con mejor disposición a dormir en el duro suelo, tras echar unos cartoncillos, dividir solidariamente las mantas y cojines disponibles y colocarnos todos alineados, como cigarrillos, o animalitos que al jungar los cuerpos se guarecen del frío.
Pero, volviendo a la idea inicial, una no vale para la guerra. Se me da mejor la comodidad de mi salón y la red de redes. Y no es porque no aguante el frío, o el duro suelo, o el dormir en escasos metros agrupada con tres más. Es que basta conque dude con mi accesibilidad al baño para que me entren ganas de mear. Y basta conque haya orinado y deba relajarme para que en ese momento me entren gases malestares estomacales diversos, relacionados con la mala digestión y el gas metano.
Como mucho, dormí una hora. A eso de las 6.40 dejé la acampada, me fui a mi casa (llegué a las 7 de la mañana) miré mi correo (me dieron las 7.20), dormí otro rato, desperté a las 12, me fui a ensayar teatro, comí, me dirigí a dar una clase particular pendiente y marché a votar. Encima, tenía la vana pretensión de quedar con unos amigos para tomar café, pero aquello era ya demasiado. Llegué a casa, me puse a ver el recuento de votos, comencé a escribir en el blog y… de aquí a un rato, me tenéis en la plaza otra vez, pues una quiere comprobar cómo están los ánimos después de las elecciones.
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