Cruz Roja: Clase 13


En ocasiones, salen espontáneos. Se ha visto en los toros, se ha visto en la música… y ahora también lo he visto en el apasionante mundo de los voluntarios de la Cruz Roja.

Hoy no me llevó el compañero que dijo que a partir de la pasada clase me llevaría siempre. Ha sido sustituido por otro compañero latino que al igual que él también está recién llegado a Cruz Roja. Según este último, ahora la tarea de llevarme se la repartirán entre él y el otro chico. A ver si es verdad.

Para variar, llegamos tarde a clase porque nos volvimos a perder, pero en esta ocasión el retraso no fue muy signficativo. Aunque sea un adoquín, al cabo de 13 clases y a punto de terminar el curso, comienzo a aprender cuál es la ruta que hay que seguir para llegar a los asentamientos. Espero que sirva para mi descargo la inmensa monotonía del paisaje: tierra, invernaderos, tierra, invernaderos, tierra… es difícil coger puntos de refrencia, así que lo que he decidido estudiarme es la secuencia de los carteles indicadores.

Vinieron bastantes alumnos, pero por goteo. Inicialmente había seis pero, según fue pasando el tiempo, llegaron tres más, así que acabé con un más que digno grupito de seis, en el cual había dos alumnos que sólo habían asistido dos veces a clase, pero este asunto tampoco es nuevo para mis lectores habituales; ya sabéis que una de las mayores dificultades para dar clase es la inestabilidad del alumnado y la diferencia entre sus niveles.

En esta ocasión tenía muy claro lo que iba a enseñar: el pretérito perfecto simple y el pretérito imperfecto de indicativo. Hasta ahora nos habíamos apañado con estructuras de presente, vocabulario y desempeño en situaciones cotidianas: voy a+ infinitivo, visita al médico, redactar un currículo, buscar trabajo, preguntar dónde está algo… pero con el curso a punto de cerrar, me parecía básico que supieran relatar algo sucedido en el pasado.

Mi primer paso siempre es comenzar con la estructura gramatical y, una vez que la tienen explicada y copiada, me dispongo a la parte de práctica, en la que busco que ellos hablen y escriban, que es realmente lo más interesante.

Podía haber dejado a mi compañero en la puerta de la clase, castigado. Su única función es llevarme y traerme, así que si me da la gana reservar la intimidad de mi clase, puedo decirle al «chófer» que se quede en la puerta, pero no soy tan maleducada. Por ello, siempre permito a los compañeros que se queden en clase a verme a cambio de un compromiso tácito: saber comportarse, que se queden callados, etc.

Somos grandes y ciertas cositas se dan por supuesto.

Sin embargo, dar todo por supuesto es peligroso.

Llevaba media hora de clase cuando pasó un hecho inusitado; mi compañero se levantó, se dirigió a la pizarra, me pidió permiso para explicar algo (pensé que sería algo puntual, una idea, una acotación breve), tomó la pizarra, usurpó mi puesto y empezó a hablar, a hablar, a hablar, a hablar…

Y yo sentada y flipando, sobre todo cuando comprendí que ni siquiera tenía muy claro lo que explicaba pues, aunque no había planteado un mal ejercicio oral para repasar la estructura que yo acababa de enseñar, no tenía ni puta idea de cuándo se utilizaba el pretérito perfecto simple y cuándo se utiliza el pretérito imperfecto y, que yo sepa, para hacer una práctica oral contextualizada, el alumno no sólo tiene que saber qué se usa, sino cómo y cuándo se usa.

Y ello por no comentar que, mientras escribía, cometió varias faltas ortográficas en la pizarra que le tuve que corregir.

No le mandé a la mierda de puritico milagro. Cuarenta minutos tardó el alma de Dios en devolverme la tiza y el dominio de la clase. Cuando me puse a explicar todo aquello que él no había dejado claro, debió sentirse avergonzado, ya que en el camino de vuelta me comentaba que era de empresariales, que había hecho el curso de formador de formadores, que también tenía el curso de monitor, pero que jamás había visto de forma específica la didáctica del español y que, de hecho, le sale tan natural hablar su propia lengua, que jamás se había puesto a pensar en por qué usaba las estructuras que usaba ni en cuándo usaba un tiempo verbal o cuándo otro.

Yo respondí algo como: «Bueno, a todos los que enseñamos nuestro idioma nos ha pasado alguna vez» pero mi lenguaje no verbal decía  algo como: «Claro, capullito de alhelí, por eso debes estar quietecito y respetar un poco a los profesionales».

Al menos fue útil y me informó de un par de cosas interesantes para planificar mi futuro exilio, ya que según los últimos datos económicos, España va a tardar quince años en recuperar la tasa de empleo que tenía antes de la crisis:

– La junta de Andalucía convoca plazas de cooperante internacional de un año de duración para menores de 30 años.

– Si eres voluntario de Cruz Roja y te apuntas a cooperación internacional, puedes elegir cursos internacionales provenientes de Suiza como, por ejemplo, francñes y, teniendo idiomas, es más fácil salir fuera.

Esto se suma a mis ideas de buscar información acerca de agencias para salir de España y aprender un idioma en un país extranjero con el trabajo y el lugar donde vivir garantizados, de tal modo que una pueda autocostearse, y la vieja idea de marcharme de Au-Pair, que sigue rodando por mi cabeza.

Un detallito: sigo sin firmar, todos los días me está llegando el coche sin mi hoja de firmas. Menos mal que estoy haciendo este diario para saber cuántas clases llevo, porque ahora me ha dicho la técnico que le mande en un correo cuántas clases he dado, con fechas, para arreglarme ella el tema de la asistencia… y ya sabéis que una de mis motivaciones iniciales era garantizarme la experiencia profesional de algún modo.

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
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