… o de cómo el factor Silvia existe y vuelve a manifestarse.
Como sabéis, y os estoy contando por partes, el pasado día cuatro me examiné del PET. Hasta ahora me lo había estado preparando a través de una academia que no cobraba nada mal (80 € frente a los 120 € habituales) y con un profesor nativo – que no por ser nativo es buen profesor, pero a hablar y a escuchar se aprende, para eso los ingleses genuinos son insustituibles-.
En esta academia, situada en un lugar muy céntrico de Almería, no sólo se imparte inglés; también se imparten diversas materias tanto para los alumnos de ESO y Bachiller como algunas disciplinas universitarias.
Por ello, y entendiendo que los lectores habituales conocen sobradamentemente mi CV (maestra y psicopedagoga), se me ocurrió que ya que conocía al dueño de la academia por aquello de haber sido alumna del centro y con altas posibilidades de renovar como alumna en el futuro -si suspendo, repetiré el examen del PET, si apruebo, iré a por el FIRST- podría ser sencillo echarle morro, presentarle mi CV y preguntarle si necesita alguna persona que se ocupe de impartir técnicas de estudio o atender a chavales con necesidades educativas especiales; pensando que en caso de ganar, gano mucho – no económicamente, recordemos que mi profesor cobraba 3 € la hora, pero sí a nivel de experiencia avalada por alguien- y en caso de perder, me quedo igual que estaba.
De ese modo, ni corta ni perezosa, como había quedado en comunicarme con él de cara a retomar las clases de inglés en septiembre, aproveché la ocasión para ofrecerme de mano de obra barata, esperando una respuesta del tipo «lo siento, no necesito a nadie, pero tendré en cuenta tu CV para vacantes futuras».
Sin embargo, esa no fue la respuesta que obtuve. Para mi consternación, la respuesta fue: «Lo siento mucho, Silvia, no puedo contratar a nadie; la academia se hunde y tengo previsto cerrar en cuanto acabe el verano».
Detrás de esta sencilla frase se oculta una tragedia personal, más teniendo en cuenta que la academia llevaba sólo un mes o dos abierta cuando yo comencé a asistir, por lo que el dueño se está viendo forzado a cerrar cuando su negocio todavía no había alcanzado ni el año de vida.
Viniendo, como vengo, de Recursos Humanos (sí, como comenté anteriormente, tengo ese «master del universo» que no me sirve para nada, pero queda rimbombante como él solo) el asunto no debería sorprenderme tanto: el 95% de los negocios que arrancan muere por el camino antes de los 5 años. Imaginad: ¡sólo el 5% de los negocios sobreviven a ese plazo!.
Yo soy la primera que dice que si una no encuentra trabajo va a tener que inventárselo (eso o exiliarse, aunque estas opciones no son excluyentes) pero esta cifra da mucho miedito a la hora de animarse a montar algo. Viendo esto, no es nada sorprendente que mi país sea tan funcionarial.
Al final yo, desempleada que iba a rogarle trabajo al empresario, acabé consolando vía correo electrónico al susodicho, pensando que si bien yo no tengo nada, él además de perder lo que tiene, a buen seguro lo pierde con deudas, lo que le sitúa en una situación peor que la mía. Incluso le invité, porque, según me comentó, él está en vísperas de examinarme del FIRST, a formar parte del grupo de ex-alumnos de mi profe (que se vuelve a Inglaterra) que vamos a quedar una o dos veces a la semana este veranito para hablar en inglés aunque seamos perfectamente españoles con la sana intención de conservar la capacidad de hablar y no perder de todo el oído. Y de paso, seguro que nos divertiremos.
No sé qué pensaréis vosotros… a mi señora madre y autora de mis días le hizo mucha gracia cuando se lo conté: «así que vas pidiéndole trabajo, no te lo da y al final, te da lástima, le das apoyo moral e incluso le intentas ayudar, hay que ver cómo eres».
Pues sí, mami, pues sí.