Fuente:Buenaventura.wordpress.com
Título: Confusión «Librillo de Ramón Buenaventura»
Llevo sin anotar nada aquí desde el 30 de mayo. Y confieso por qué, sin ambages: no logro aclararme ni una sola idea; no tengo nada congruente y ordenado que decir. Una creciente percepción de la catástrofe en que vivimos me tiene la cabeza en perpetua alarma: no sé en qué incendio o qué derrumbe fijarme para pensar, no sé qué hilo seguir para orientarme, no sé de qué sufrimiento compadecerme antes, no sé qué podría recomendar a mis personas queridas, no sé qué pinto en esta sociedad que solo me permite el autoengaño y la complacencia en mis propios gustos y placeres (los que pueda pagarme, los que el cuerpo me aguante, que no son muchos). Abrumado, en mi caso, empieza a ser mejor palabra que indignado, porque ya no sé ni por dónde empezar a indignarme. Hay buenas cabezas que disparan con puntería e insistencia desde sus apostaderos (Rosa María Artal, por ejemplo), pero no localizo a nadie que proponga soluciones o caminos hacia la solución. Factibles, quiero decir. Está muy bien exigir que la luna deje de manipular las mareas (que se modifique la ley electoral española, pongamos por ejemplo), pero aquí de lo que se trataría, según entiendo yo, desde —ya digo— mi penoso revoltijo de ideas y sentimientos, es de exigir a quienes se han apoderado de la sociedad que dejen de infringir sus principios básicos y acaten su disciplina; y para ello me parece imprescindible que estos principios básicos queden clara y rotundamente expuestos; vueltos a exponer, porque los estamos olvidando.
Yo no sé cuáles son estos principios básicos, pero me parece evidente que para definirlos podemos partir de la declaración de derechos humanos, vueltos a exponer, con mayor rotundidad, ampliados y profundizados, con más enérgica exigencia de cumplimiento por parte de sus gestores, es decir los políticos. La sociedad está hecha de seres humanos, no de invitacion-feriacorporaciones y bancos; éstos no tienen ningún derecho; la convivencia no puede basarse en la optimización del lucro, como están intentando imponernos, como nos han impuesto; quizá no debamos vivir por encima de nuestras posibilidades, pero tampoco debemos admitir sin echarnos a la calle y quemar sedes de corporaciones y bancos, que nuestras posibilidades queden mermadas por la acumulación de nuestra riqueza en manos de unos cuantos canallas. No es de recibo que unos economistas de mierda, equivocados en todos y cada uno de sus planteamientos, nos declaren en bancarrota sencillamente porque diez o doce hijos de perra se están llevando toda la riqueza, retirándola de las estructuras fiscales y, por consiguiente, empobreciéndonos a todos. No tengo datos para hacer las cuentas, pero estoy totalmente seguro de que los 9.400 millones de euros en tiritas y aspirinas que la sanidad pública debe a sus acreedores podrían saldarse sobradísimamente si los receptores de los gigantescos beneficios de las grandes empresas y los bancos pagasen un pequeña parte de sus impuestos, en vez de mantener sus dineros en algún limbo fraudulento. Lo que pasa, lo malo, lo peor, lo aparentemente irremediable, es que ningún país puede ganar esta guerra contra los ricos inhumanos (¿son personas, son máquinas programadas?) si las medidas que se tomen no son internacionales. De nada, absolutamente de nada serviría que unos cuantos países se declarasen en rebeldía, porque no podrían salirse del sistema. Es irracional que exijamos de los gobiernos la adopción de unas medidas que no pueden tomar.
Quizá, en efecto, lo único que podamos hacer sea definir con absoluta claridad los términos de nuestro rechazo —me temo que no está haciéndose aún— y sentarnos en todas las plazas de todas las ciudades, sine díe —hay millones de parados que, por desgracia, no tienen otra cosa que hacer—, en espera de que algunos poderes recuperen el juicio y se vayan poniendo de nuestra parte, en espera de una revolución por aplastamiento, porque no hay sistema que pueda gestionar la protesta de varios cientos de miles de personas, todos los días, en el centro de las ciudades.
Pero, ya digo: no tengo una sola idea clara.