Haciendo cálculos me di cuenta que aquella entrevista que conté como primera realmente era la segunda y, en consecuencia, la que conté como segunda era la tercera. Había olvidado, quizá porque este recuerdo era muy desagradable, que mi primera entrevista de trabajo la hice para una granja-escuela de un pueblo que queda verdaderamente a tomar viento de la capital y cuyo nombre recuerdo sin problemas, pero no lo voy a citar aquí, no sea que nos pillemos los dedos de un modo absurdo.
Buscaban monitores, ya sabéis, gente que reside en ese lugar y que se dedica a explicar los dimes y diretes del mundo rural a los nenes visitantes. El sueldo que daban a cambio, si mi memoria no falla, era de 400 o 450 €; el medio que buscaron era el servicio de empleo de la Universidad, dentro de la categoría «prácticas-becario» y lo que pedían era alguien que pasara allí unos cuantos días a la semana, porque lo de ir y venir, dada la distancia, era impracticable.
Y bueno, no sólo dada la distancia, sino dada mi no disposición del PCDLC o, para quienes no leyeron cierta entrada aclaratoria, Puto Carné De Los Cojones.
Quise ir en bus a la entrevista pero, tras una ardua investigación, descubrí que no había autobus que enlazara directamente con ese pueblo ni que pasara por él de refilón, lo más que podía acercarme era a un pueblo vecino que estaba a un buen trecho de distancia del otro.
De verdad que me encantaría poder decir los nombres de los pueblos, para que os pudiérais hacer idea de las distancias con la inestimable ayuda de Google-Maps, pero no va a poder ser, jejeje.
Entonces cometí el primer error que un entrevistado no debe comer: ir acomañada por MIS padres. Si una no puede llegar por sí misma al lugar de la entrevista y necesitaría ayuda de terceros para ir y venir, mejor que no se presente, en especial si esos terceros comparten contigo genes y sangre, porque de verdad que los familiares tienen el singular don de complicarnos la vida.
Yo había advertido a mis padres por activa, pasiva y perifrástica que se mantuvieran en un rol secundario, es más, que a ser posible ni entraran conmigo en el recinto, porque ir con compañía a una entrevista es ideal para transmitir una imagen de inmadurez vergonzante.
Como podréis comprender, basta con darles esa instrucción para conseguir justo lo contrario: que entraran conmigo a la entrevista, y una vez que entran es IMPOSIBLE que estén callados, tienen que meterse. Si además la entrevista es para un puesto que no tiene un salario como para vivir de modo autónomo o que no se corresponde con el puesto ideal de tu vida, ni siquiera dudes que harán todo lo que esté en su mano para sabotear la entrevista, como acribillar al entevistador a preguntas para, a continuación, trasladarte sus peores opiniones en voz alta y ante quien sea sobre el puesto al que estás intentando optar.
Una y no más, Santo Tomás, si bien reconozco:
– Que aquello no era para mí por no tener carné ni comunicación directa por bus.
– Que aunque lo hubiera tenido, el suelo se me hubiera quedado en nada por la frecuencia con la que hubiera tenido que llenar el tanque.
– Que por trabajos sin alta en Seguridad Social con ese salario… más me vale seguir con las clases particulares o buscarme un mierdicurro de la capital.
Pero la vergüenza que pasé no tiene parangón. Aquello se me quedó marcado a fuego y ya me cuidé bien de que jamás un suceso semejante se volviera a repetir.
Próximamente: más experiencias humillantes, by Sil.