IX. Experiencias pre-profesionales: Entrevistas de trabajo (IVC)


IX. Experiencias pre-profesionales: Entrevistas de trabajo (IVC)

Cuando comenté a mi jefe que me iba a Granada a hacer un curso, que ya hablaríamos a mi regreso, no tuvo problema en esperarme. Parecía que sus intereses por mí eran serios, me hablaba continuamente por Messenger, me llamaba con cierta frecuencia, me abrió una cuenta de correo electrónico para cuando me incorporara “en serio” a la empresa – aunque la idea era vender de puerta en puerta, era conveniente que yo contara con un correo electrónico para poder embarcarme en abordajes virtuales o enviar información sobre nuestros productos a personas con las que hubiera contactado anteriormente-.

No obstante, mi interés decaía y no sólo porque mi motivación por el curso del que hablé en el “capítulo” anterior se incrementaba más y más, sino porque comencé a detectar actitudes que hicieron que se me fuera encendiendo el pilotito rojo.

Esas actitudes eran:

–         Que me llamara guapa con más frecuencia de la que requiere el inocente reconocimiento y la educada admiración de la belleza. Cuando un piropo se repite en exceso, deja de ser piropo para ser manipulación y si a una pretenden manipularla… es inevitable preguntarse qué quiere conseguir. Nota: no quiero que parezca que me tengo por ninguna maravilla. Soy más que corriente e, incluso, gorda, y no de esas repelentes a las que les sobran cinco kilos y se quejan, no, me refiero a gorda de verdad. No obstante, soy consciente de que pasa cualquier tipo de más de cuarenta, una mujer joven, por el hecho de ser joven, ya es ambrosía servida en fuentes de plata y motivo más que suficiente para que se le salgan los ojos de las cuencas y se haga pajas mentales.

–         Que me comentara los problemas existentes en su relación con su mujer. El compañerismo se suele dar entre compañeros, es decir, entre iguales. En los casos en los que se da una desigualdad evidente, por ejemplo, entre un empleado y un jefe, hay que recelar de los arrebatos de confianza. Si además hay otros motivos de desigualdad, como puedan ser una gran diferencia de edad o la pertenencia a sexos distintos siendo ambos protagonistas heterosexuales, ya hay indicios como para sospechar que uno de esos protagonistas está buscando algo más que un simple desahogo o empatía. Y si además, repetimos, el tipo te ha llamado guapa y no una vez, ni dos, ni tres, sino todos los benditos días… ¡mosquéate! Nota: Mi reacción aquí, además de mosquearme, era sacar lo mejor de mi repertorio psicopedagógico para darle consejos que sirvieran para mejorar su vida marital. Consejos vendo, que para mí no tengo… y de paso dejé muy clarito el mensaje de “mira, nene, cada oveja con su pareja”.

–         Si aparte de todo lo mencionado, luego te comenta la vida y milagros de sus hijas, que son aproximadamente de tu edad, para luego advertirte que no vayas a pensar nada extraño de tu conducta porque tiene hijas de tu edad… ¡mosquéate más! Porque eso indica que sabe que su conducta puede ser interpretada de un modo muy poco inocente, lo que descarta que haya sido un arrebato de inocencia.

–         Y, si faltaba algún dato más, cuando tuve cierta historia sentimental con cierto tipo de Coruña al que jamás había mencionado en este blog, mi instinto hizo que no perdiera oportunidad en decirle (faltando un poco a la verdad, pero a modo de protección) “Eh, que tengo novio” y su reacción, a partir de ese momento, era preguntarme cada dos por tres qué tal me iba con él… ¿A qué tanto interés?

–         Tenía unas faltas de ortografía verdaderamente dañinas para el ojo. Sí, ya sé que esto no es una actitud, pero a mí me daba a entender que, aunque el tipo fuera muy resolutivo, aunque tuviera un aplomo impresionante y cualidades naturales para vender… había graves taras culturales. Supongo que, aunque quede asquerosamente clasista lo que voy a decir, para poder respetar a un jefe necesito que se exprese bien. ¡Qué vamos a hacerle! Lo peor es que una, encima, debe pedir perdón por existir, ya que el pertenecer al club de “sobrecualificados sin experiencia” te pone en situación de agradecer cualquier cosa que te den y de sentirte con menos valor que nadie. Más de una vez y más de dos tuve que hacerle de correctora gratuita a mi jefe (por eso no me pasaban comisión) para evitar que enviara textos con barbaridades “horrográficas” a los clientes.

Al acabar mi curso, en noviembre, hice amago de cumplir con mi palabra y retomar mis andaduras por el fascinante mundo de los comerciales a comisión y, entonces, me llegó la típica oportunidad en virtud de la cual optaba a cobrar tan cantidad de dinero que podría pegarme el lujo de tirarme un año sin trabajar.

Os explico. Esta empresa se había asociado con algunas fortunas grandes, al menos, eso fue lo que me contaron. Dichas fortunas estaban interesadas en la instalación de techos solares (placas de energía solar en los techos). La empresa se comprometía a ayudar a los poseedores de terrenos o naves industriales tanto a construir su nave si no la tenían como a remodelarla si la tenían. El resultado final que se buscaba era una gran superficie de naves industriales de la misma altura unidas todas por las placas de energía solar. Los dueños de las naves y terrenos se beneficiarían no sólo de dicha importante ayuda económica, sino de la energía que se obtuviera de las placas. El beneficio para la empresa se derivaba de la instalación de las placas y, si no recuerdo mal, de una cantidad que luego pagarían gradualmente los usuarios de las naves. Mi beneficio personal sería, como intermediaria, un pico grande como comisión directamente proporcional a los metros conseguidos. El beneficio para el socio capitalista, de algún modo, era que se le devolvería con intereses su inversión inicial. Sucede que he olvidado muchos detalles (aunque podría consultar mis archivos, aún conservo documentación) pero de todos modos estos detalles del negocio tampoco son lo más importante.

De modo increíble, pues era la primera vez que me metía en esas lides, encontré un terreno que venía genial por extensión y en cuanto a su aptitud climática… no es necesario decir que Almería es quizá la mejor ciudad de España para instalar placas de energía solar y que dicho terreno era suelo público andaluz que se ofertaba a un precio mucho más bajo del que se encontraría en el mercado. De ese modo, las entidades públicas intentaban favorecer la creación de empresas… sólo que si la nave industrial no se había construido y puesto a funcionar en cinco años el suelo volvía, tal cual os cuento, a su propietario inicial: el Estado.

Lo que proponía la empresa era una gran oportunidad para los emprendedores de cierto municipio porque, con nuestra ayuda, aquellos que por causa de la crisis no se veían con poder adquisitivo para iniciar o continuar la construcción de su nave y se veían expuestos a la pérdida del terreno, podrían con nuestro empujón culminar la construcción y conservar el suelo.

Con esa idea, a menos a simple vista, de que este negocio era una idea en donde todos podrían ganar, mi jefe volvió a desplazarse a Almería y nos dispusimos a hablar con quien tenía los datos de los propietarios de la tierra y, en suma, cortaba el bacalao: la alcaldesa del pueblo.

La mujer era un poco obtusa. Decir que alguien es poco obtuso significa que no es muy agudo. Encontrarse a una persona así en un cargo te hace pensar que la vida es injusta. Tuvimos que explicarle cuarenta veces cuál era nuestra propuesta, que tal y como está planteada deja bien a cualquier ayuntamiento: incentivas el tejido empresarial, favoreces las inversiones en el pueblo, ayudas a la gente y potencias las energías renovables. Sólo necesitábamos que nos ayudara a contactar con los “no propietarios” de esos terrenos. Por fin, cuando finalmente la pilló, al menos en apariencia, vino la gran pregunta: “¿Y qué saca el Ayuntamiento de todo esto?”.

Yo tuve que tragarme la lengua para no decir: “¿la satisfacción de ayudar a los ciudadanos?”. De ahí que no dijera nada, ahí iba con el experto, el comercial que rompió el molde de la fábrica de comerciales… ¡Que se defendiera él!

No hacía falta ser Séneca para ver que esta pregunta hubiera podido reformularse así: “¿Qué tal si prevaricamos un poco?”.

Y sí, el chachi comercial supo responder, simulando que aquella situación era una broma de la alcaldesa: “Oye, si quieres, te invitamos a una cerveza”.

Olé sus cojones.

La cerveza no la incentivó lo suficiente, por más que luego se le insistió y teníamos prevista una segunda reunión, ésta nunca se produjo… y yo fui tomando distancia de todo este asunto y, sobre todo, de este sujeto, aunque todavía permanece en mi lista de contactos. Como os contaba, no escribí antes sobre esto porque la empresa existía… pero me sentí libre de hacerlo en cuanto un día me confesó que había dejado de existir, porque fue absorbida por otra, por lo que él ya ahora dependía de otra empresa.

Próxima entrada de la serie (ya que estamos con las ciberoportunidades): Una oferta muy divertida que me llegó por email.

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
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3 respuestas a IX. Experiencias pre-profesionales: Entrevistas de trabajo (IVC)

  1. brujilla33 dijo:

    Es el típico perfil del jefe que pasa de los 45 :D…jajajaja….
    Por otro lado me ha tocado directamente lo de «esas repelentes que dicen ser gordas cuando les sobran solo cinco kilos..».
    Sip, mea culpa, entiendo que te parezcamos repelentes :), tienes toda la razón, y la razón cuando se tiene no hay más que darla.
    Voy a seguir leyendo los demás post que me he perdido 😉

    Un beso guapa, (uy perdón, ya se que lo de guapa te lo digo muchas veces, pero tranqui, que jamás te metería mano jajajajaja…)

  2. variablex dijo:

    Nah, hiciste bien en dejarlo… A saber si algún día habrías visto algo del dinero que hubieses ganado. Una persona que se aprovecha de una situación de ventaja para tratar de conseguir sexo no es nada de fiar.

  3. vengatriz dijo:

    Brujilla: jajajaj… pero hay un siguiente nivel en «repelencia», que es la clásica tía buenísima que cuando sabe que estás a dieta intenta animarte diciéndote lo siguiente «Ay, mucho ánimo, chica, a mí lo que me cuesta es engordar ¡qué mísera de mí!». Y haberlas, las hay.

    Variablex: Hombre, nunca llegó a decirme directamente que quisiera nada… pero también es cierto que no le di el menor pie, al contrario, y que llegó a mosquearme bastante. A saber.

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