Tengo un lapsus aquí. No recuerdo si esto me ocurrió el año pasado o el anterior. Pensad que llevo tanto tiempo anunciándome en portales de empleo y páginas de anuncios que acabo perdiendo la perspectiva de cuándo pasó cada cosa.
Creo que nunca había comentado que además de ofrecerme como maestra- psicopedagoga a domicilio, también he publicitado mis servicios como correctora y transcriptora de textos… aunque como correctora jamás me ha llamado nadie; ha de ser que la competencia del eficientísimo corrector del Word es imbatible (insertar risita irónica).
Fue muy sorprendente encontrar en mi correo que un navegante de estos anchos mares se dirigía a mí para solicitar mis servicios como transcriptora. Claro, una hubiera esperado que me llamaran, por ejemplo, que pasara a ordenador un texto a mano. Entiendo que en estos tiempos que corren casi todo el mundo tiene un ordenador o puede conseguir uno, pero puedo presumir de un par de virtudes: alcanzo, sin haber estudiado nunca mecanografía, más de 500 pulsaciones y tengo una redacción (en cuanto a ortografía, gramática y vocabulario) más que aceptable. Suponía que estas cualidades podían ser bastante útiles para estudiantes o extranjeros que tengan que tramitar algún papel.
Lo que no esperaba es que el navegante me requiriera para escuchar unas grabaciones y pasarlas a word.
Por lo que recuerdo del caso, esas cintas habían sido tomadas sin el permiso de sus protagonistas. La intención era llevar un asunto a juicio, aunque no se me dijo cuál. Además, como algunas de las conversaciones registradas estaban en castellano y otras en catalán, no era yo la única persona que se iba a encargar de hacer la transcripción.
Sospecho que la variable idiomática o la posible prisa que pudiera tener el cliente no eran las únicas razones de tener a varios realizando ese trabajo; para mí que el principal motivo era que no existiera nadie que tuviera una cantidad significativa de información sobre el asunto.
¿Sabéis? Lo intenté… pero acabé abandonando ese «trabajo» por dos motivos:
– La calidad de la grabación era pésima. No podía garantizar una transcripción correcta, ni siquiera aceptablemente aproximada, y en terrenos tan sensibles da mucho miedo equivocarse.
– El implicarme hasta las cejas manejando información confidencial en un algo que iba a acabar en los tribunales podía conducirme, sin comerlo ni beberlo, a ser una testigo involuntaria o acusada de perpetrar cualquier delito. Recordemos que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento, así que mejor no meternos donde no nos tenemos que meter.
Esta anécdota acabó siendo la estrella de mis charlas de messenger, teléfono y bar y, además, fuente de inspiración para un cuento que acabé divulgando en un foro y al que le guardo cierto cariño.
Si os apetece verlo, lo comparto.
Internet es una mina de oportunidades. Son un poco extravagantes e incluso peligrosas… pero no dejan de ser oportunidades XD
¡Abajo las oposiciones! 
Yo también tuve un encargo parecido, pero en vez de grabaciones de voz, tenía que transcribir un texto que escribió un señor mayor, que además era cura, quejándose del ruido y del comportamiento de los jóvenes vecinos de su barrio, para poner una denuncia a un pub o algo así. Al final decidí no poner más anuncios de esos porque no tenía suficientes pulsaciones por minuto como para que el trabajo me saliese rentable… y también porque me daba miedo que en otro encargo de esos acabase convirtiéndome en testigo de algo sin comerlo ni beberlo.
Je, parece que no he sido la única que ha intentado esa vía. Qué peligro tiene eso de transcribir. Los orientadores escolares deberían explicarnos estas cosas cuando estamos en el instituto.
En mi instituto no había orientador. En el de mi hermana sí, pero nunca nadie supo para qué estaba ahí.
En este enlace explico para qué se supone que sirven esos seres que pululan por los centros: https://abajolasopos.wordpress.com/2010/09/18/experiencias-pre-profesionales-i-sub-especies-profesionales/ 🙂