Al día siguiente a la hora convenida (las dos de la tarde) estábamos en el portal mi prima y yo, sudando como pollos por la carrerica que nos dimos bajo el sol. Cosas de mi costumbre de ir andando a todas partes. Antes de subir, la estuve aleccionando: «Vamos a estar dos horas y media. Más es demasiado para nuestro sistema nervioso, pero menos es maleducado, porque queda como que vamos a zampar y listo. Cuando sean las cuatro y media metemos una excusa, por ejemplo, que tenemos que ir a ayudar a la tita. ¿Entendido?».
Explicación. Esa tita a la que me refiero realmente es la esposa de mi tío (hermano de mi padre) que tiene una enfermedad degenerativa y va en silla de ruedas. Es también la que dio asilo político a esta prima. Con una historia así, nos tenían que dejar irnos. Sin embargo, hay que decir que, además de vivir ya siete años más de lo que los médicos estimaron, resulta que es una de las personas más felices y más autónomas que conozco. Tiene un par de chicas que la ayudan, pero aparte yo me la suelo encontrar rodado por la ciudad en su silla motorizada, va y viene sola. Por tanto, era más una excusa lacrimógena para que nos dejaran ir que una coyuntura real.
Subimos. No nos tomó ni medio instante ver adónde dirigirnos, la puerta estaba abierta. Al otro lado esperaba el profe, sonriendo tímidamente y, cuando cruzamos el umbral, apareció su «mujer».
Era dos veces él, en cuerpo y temperamento. ¿Recordáis a aquel bicho mitológico – la gorgona- que cuando te miraba, te convertía en piedra? o, si lo preferís ¿Habéis visto qué mirada pone Sheldon, de «The Big Bang Theory», cuando se propone lograr que explote el cerebro desu interlocutor?. Pues sí, así me miró la tía cuando fuimos presentadas, y yo llegué a temer lo de convertirme en piedra o que mi cerebro explotara.
No obstante, a mí no me pasó nada. A la que le pasó fue a mi prima. En el breve lapso entre el rellano y la mesa de la sala de estar comenzó a empalidecer, a temblar y a quejarse de que se estaba mareando, cuando antes ella había estado perfectamente. La señora esta le ofreció agua o la posibilidad de echarse en una cama, pero ella lo único que quería era bajar a la calle.
– Tú tienes una salud muy frágil para ser tan joven – comentó la cabrona esta al verla así – ¿Qué edad tienes?
– Treinta.
– Quizá es que anoche bebiste demasiado.
– ¡Lo dudo mucho! no fue mucha cantidad – comenté- ni mezclamos tipos diferentes de bebida…
– ¡Uy! – se burló la señora, con un tonito muy raro – yo lo mezclo todo…-
Yo simulé que no me había quedado pensando en ese comentario:
– Bien ha podido ser el cambio de clima, yo también me altero cuando viajo. O quizá es que ella tiende a la tensión baja; prima ¿tiendes a la tensión baja?
-Sí… y necesito salir- respondió en un tono casi inaudible.
Yo dije de acompañarla, pero no pudo ser, ya que la mujer, cuando escuchó aquello, le dio a su hombre la orden de seguirnos «Cariño, por favor, ve con ellas». Así, mi prima corría hacia el ascensor, yo corría hacia mi prima y el cariño de ella corría detrás de mí. Estaba claro lo que sucedía, la mujer no quería que mi prima y yo cambiáramos impresiones a solas y lo mejor que yo podía hacer era quedarme en la casa y dejar que mi prima bajara sola a la calle, porque ella tampoco iba a estar cómoda con el profe delante.
Volví a la sala de estar, preocupada, y elegí sitio. Tuve la suerte de poder sentarme frente a un reloj, eso me permitía estar pendiente de la hora sin necesidad de ir mirando mi teléfono móvil, ya que tengo manía a los relojes de pulsera y hace años que no los utilizo. Estaba un poco estresada por el rumbo de los acontecimientos y se me venía a la mente lo que había conversado con mi madre antes de salir:
– He soñado con la criatura otra vez – la criatura es una especie de bebé mutante con el que mi madre sueña de vez en cuando – Era redonda, sin brazos, sin piernas, como un emoticón. Lo paría tu prima. Todos querían matarlo, decían que un ser así no merece vivir y yo me desvivía por salvarlo. Ya sabes que cuando sueño con la criatura hay que tener cuidado.
– Pero madre, eso sólo ha sido un sueño y, en todo caso, la que está en peligro soy yo, contra mi prima no tiene nada.
– Tú ten cuidado, vigila lo que comes y dame la dirección antes de salir.
– Sí, eso sin duda. Y os diré más, si no he salido en dos horas y media, llamadme al móvil-.
Mi profesor apenas intentaba conversar. Su mujer andaba muy ocupada despotricando contra los prejuicios de la gente, en la misma tónica que en su conversación del día anterior. Yo le seguía el rollo: «que sí», «qué mala es la gente», «qué hipócrita es la sociedad» mientras pensaba para mis adentros «qué larga se me va a hacer la tarde».
Cuando volvió mi prima, si había algún signo de mejoría, se desvaneció inmediatamente al volver a cruzar el umbral. Obedeciendo a su cuerpo, se negó a comer nada. Tampoco es que la comida fuera demasiado apetecible: una carne extraña con setas, una ensalada con aguacate y un arroz cocido que lucía una blancura que ni lavado con lejía.
Yo marraneé el plato. Probé un poquito de carne y un poquito de ensalada, ignoré la existencia del arroz y simulé que comía. No obstante, cuando se me hizo mención del tema me excusé con un “lo siento mucho, en mi casa tenemos costumbre de comer más tarde”. Elegancia al poder.
– Es un plato ligerito, como veis – comentó al servirlo, sabedora de que servía una auténtica bazofia.
– No te preocupes, vivo a semidieta – respondí, siguiéndole el juego.
– Si la dieta te preocupa, no la sigas.
– Sé por qué lo dices pero descuida; tengo una amiga que fue anoréxica y eso no me va a pasar a mí.
Se mascaba la tensión.
Tampoco era fácil comer con lo que la señora nos estaba contando. A grandes rasgos, nos explicó que, aunque se licenció en otra cosa, su trayectoria profesional se desarrolló como periodista radiofónica en Colombia… y esa condición de periodista la amparó en varias situaciones personales delicadas. Por un lado, ella tenía una hermana gemela que se casó con un maltratador. Ambos tuvieron dos hijos. Un día, su cuñado pegó a su sobrino y ella se vio en la tesitura de pegarle. No sólo fue a fuerza de puños; como buena aficionada a la hípica tenía una fusta y esa fusta era muy especial, podía abrirse y dentro albergaba un sable. Toca sobreentender que la emprendió con su cuñado a sablazos. El hombre tenía contactos con la policía y aquella bronca debió repetirse en varias ocasiones, así que ella se pasaba la vida entrando a la cárcel por agredir a su cuñado y saliendo de la cárcel por su condición de periodista. Un día también le pegó a su hermana. Ese día la había descubierto “culeando, aquí se dice follando” con su marido. Mientras le pegaba, le gritaba “¡mira lo que haces, perra, y yo me estoy dejando encarcelar por ti!”. Pero eso no era lo más terrible; lo más terrible fue que subió a un cementerio, buscó una tumba vacía, escribió en ella el nombre de su hermana, le puso flores, la lloró y a partir de ese momento la consideró muerta y enterrada, en palabras suyas “la lloré hasta que se me fue el amor”. Al día siguiente su gemela averiguó esta anécdota, enloqueció y arrojó chocolate hirviendo a la cabeza de su marido.
Si la mujer quería dejarnos claro que es agresiva o, en palabras de ella, que es una mujer «berraca», qué duda cabe de que lo logró.
Por otro lado, nos dio un recital sobre su exitosa vida sentimental. Se casó a los catorce años, sin ser biológicamente aún una mujer. El sexo le daba miedo y le causaba dolor. “Me convertí en la peor folladora de Colombia”, eso nos dijo. Su marido se aficionó a ir de putas y de amantes y, por causa de vivir en un lugar pequeño, todo el pueblo lo sabía, hasta tal punto que en alguna ocasión llamó a las amantes de su marido diciendo “mira, no te lo quedes un día, quédatelo tres que así no me molesta”. Más adelante se reconcilió con el sexo o con ciertas partes del sexo, pues una de las cosas que más le gusta, según dijo “es que mi pareja me haga las pajillas”.
Qué información tan interesante XD.
A los veintidós la señora esta acabó abandonando a su marido y no sólo por las infidelidades. De lo que más se quejaba nuestra anfitriona era de cómo sus hermanas parecían más importantes que ella en todas las reuniones familiares. Y también nos cantaba cómo discutían, pues esta mujer, al parecer, no discutía con su marido, le cantaba (y nos lo ejemplificó, mientras el cosmos, en silencio, parecía rogarle que se callara).
Tras él vinieron tres hombres más a los que no hizo la menor referencia, siendo el último mi profesor.
Una historia como para hacer una buena digestión. Especialmente cuando nos contó para nuestra sorpresa que había pasado diez meses en la cárcel (¿era eso algún tipo de amenaza? y, sobre todo, ¿qué hizo para pasar diez meses en la cárcel?) y que en ocasiones compensa cometer ciertos delitos porque se vive muy bien en la cárcel, ya que en resumidas cuentas: 1. Papá Estado te paga la comida; 2. Papá Estado te da techo; 3. No debes preocuparte por la ropa; 4. Puedes ahorrar: si trabajas en los talleres te pagan; 5. No hace falta la libertad si tienes tiempo para leer, pensar y pasear por los pabellones; 6. Cuando sales puedes quedar como la heroína que se cargó a un hijo de puta.
Todo ello porque a mi prima se le ocurrió hacer una referencia a que, en ocasiones, sintió ganas de matar a su ex pareja. Un sentimiento muy usual que pocas veces se traduce en un asesinato real. Se nos pusieron los vellos como escarpias.
Así que ya lo sabéis, opositores, desempleados y demás gentecilla que me leéis, si queréis una garantía de techo, comida y comodidad, pasad de todos mis textos anteriores y haced caso a esta sabia mujer: cometed algún delito gordo y que Papá Estado se ocupe de vosotros mientra pasa la crisis.
Mi prima apenas hablaba, entre el malestar y el asombro.
El profesor tampoco. No tengo claro si decir que parecía una mascota adiestrada para poner comida, recoger comida, fregar los platos y servir café, o decir que parecía un cuadro, dado el interés que ponía en intentar participar en la conversación. Claro que en los escasos intentos que hizo, ella le cortaba con un “¡calla y escúchame cuando te hablo!”. Ante eso, a él sólo le faltaba dar la pata y asentir con un “sí, mi ama”.
En esos ratos en los que el profesor se ponía en pie para hacer alguna tarea doméstica, ella aprovechaba para hacerme los comentarios más interesantes.
Así se iban desvelando perlas como las siguientes:
“Cuando estoy con un hombre me gusta tratarle como a un rey. Cuando me decepciona… baste decir que a las buenas, lo subo como a una palmera y, a las malas, le hago caer como a un coco”.
“Yo sé todo lo que piensa él, todo lo que pensáis vosotras y todo lo que piensa todo el mundo”. Lo peor no era que dijera esto, sino que lo dijera con tal convicción de que lo más fácil fuera creérselo.
“Da igual cómo sea una mujer: alta, baja, gorda, flaca, joven, vieja… si una mujer quiere y sabe cómo, puede retener al hombre que quiera consigo. Fíjate cómo yo, una vieja, he retenido a un hombre cuarenta años más joven”. He ahí un hecho tan inexplicable como incontestable. Además ¿Qué mujer no ha deseado retener a un hombre? Puede ser el clásico truco que todas, secretamente, hemos buscado en Google, pero de lo último que me dieron ganas es de preguntarle cómo se hace.
“Él me ha dicho que eres una chica simpática, alegre, agradable, interesante… que te pareces a mí. Además, eres muy guapa”. Jamás un piropo me había sentado peor. Yo repliqué con un: “no me imaginaba que hubieran hablado tan bien de mí” que a su vez recibió como respuesta “es que la gente no valora lo que tiene”.
“No sé si él te ha contado sus problemas psicológicos. Va al psicoanalista por ellos. Resulta que él nunca había sido capaz de hablar a ninguna mujer antes de conocerme”. Como se ve, nueva ocasión para volver a presumir de que ella lo desvirgó y ha logrado retenerle dos añitos a su lado.
“Él no sabe mentir”. Yo, sorprendida, respondí: “muy mal, es lo primero que nos enseñan de niños, estar bien educados supone aprender a mentir”. Ella me dio la razón. ¿Cómo no, si andábamos ambas simulando agrado y soltando patrañas a lo bestia?
Pero la causa primera de toda esta situación, y ya estaba claro que no era ni el teatro, ni cantar ni tocar la guitarra, nos la reveló este comentario:
– Cuando una mujer ama, necesita ser validada por la persona a la que ama (y por eso le tengo dicho que no vaya diciendo por ahí que soy su novia, sino su mujer) y necesita la compañía de esa persona a la que ama. Imagínate el miércoles pasado, cuando yo veía que pasaba el tiempo y no avisaba ni regresaba a casa… tan mal lo pasé, me llevé un disgusto tan grande, que no fui capaz de cenar absolutamente nada»-.
Ahí sí que me quedó todo claro. Y esto fue lo que contesté:
– Ya sabes que damos las clases los lunes y los miércoles por la mañana. Esa semana había perdido la clase del lunes y tenía que compensarla el miércoles por la tarde. Llegó a las 8, la clase es de hora y media, así que salimos a las 9.30. Cuando salimos, decidimos tomarnos un café y yo contacté con una amiga y decidí irme de cervezas con ella. Él sólo se sumó y yo no sabía que tuviera que darle explicaciones a nadie.
– ¡Ah! ¿Se autoinvitó? ¡Ja! ¡Él tiene esa mala costumbre! Incluso se invita a las reuniones de vecinos, que no tiene ningún derecho a asistir.
– Pero – preguntó mi prima- ¿estáis casados?-
Ojo, que la pregunta de mi prima tenía de inocente lo que yo tengo de rubia, es decir, nada. Ella estaba tan intrigada como yo de que la tía se presentara como su «mujer».
– ¡Mijita, me tomas por tonta! –
Eso va a ser que no.
Reconstruyendo los hechos, parece ser que el día que el profe se autoinvitó de cervezas, la buena mujer casi se infarta de celos y ahora pretendía hacerme sentir culpable cuando yo ni sabía de su existencia ni tengo la menor obligación de vigilar a su hombre.
En cuanto a lo del derecho a asistir a las reuniones de vecinos, quedaba claro que el piso era de ella. Se me pasó por la cabeza que quizá lo que le pasaba al bueno de mi profe es que se le fue un poquito la mano buscando la manera de rebajar su alquiler.
Por lo demás, mi gran duda a lo largo de esta conversación, cuyas partes más escabrosas se producían en ausencia de mi profesor, es hasta qué punto éste entendía lo que estábamos hablando o se lo podía imaginar. Yo le veía a cada instante más inglés y, con perdón, más gilipollas.
Por suerte, el tiempo pasa y dieron las cuatro y media. Cortar la conversación fue muy difícil; ella andaba brutalmente entretenida en charlar consigo misma. Debimos insistir mi prima y yo varias veces en que nos andaban esperando. Nuestra anfitriona, con aparentes deseos de volver a vernos, nos preguntó si querríamos volver por allí el próximo sábado. Yo dije algo como “ya veremos, seguimos en contacto”. Una respuesta que no sé cómo entenderán en Reino Unido o en Colombia, pero que en Andalucía tiene un significado muy claro: no vas a volver a ver el pelo a esa persona si dicha persona puede evitarlo.
Diría que la tensión era palpable. Diría que de haber entrado un perro a esa sala, nos habría mordido a todos. No obstante, la expresión con la que se despidió mi profesor fue:
“¿De verdad que no queréis quedaros a jugar al tute?”.
«Pues no profe, de verdad que no, ni siquiera sé si debo seguir dando clases de inglés» me dieron ganas de contestar aunque, por supuesto, me callé; una es metepatas, pero no tanto.
La salida de la casa de la bruja se nos hizo complicada. No fue un salir, cerrar la puerta y respirar. Cuando salimos, al percibir que la puerta no se cerraba, nos dimos la vuelta y ahí estaba ella, al fondo de ese pasillo interminable, contemplándonos la nuca sin decir nada, hasta que nos giramos y la miramos a los ojos. Entonces salió de la casa, nos acompañó al ascensor y nos dijo “la corrección manda no cerrar inmediatamente la puerta cuando se va una visita”.
Es verdad, esa norma tácita existe, bien que la ponían en práctica mis abuelos, y, sin embargo… ¿Por qué me pareció tan violento y tan maleducado ese gesto? Quizá porque no parecía querer acompañarnos inicialmente al ascensor, sino mirarnos en silencio, macerando odio, y sacando todas sus antenas para ver si lograba captar algún comentario furtivo entre mi prima y yo.
Lo que sí tengo claro y deseo transmitir en pro de la integridad física de quien me lea es la inconveniencia de asistir a comidas servidas por anfitriones misteriosos; sobre todo de mujeres sexagenarias que encandilan a veinteañeros, cuyas casas huelen raro y hacen que la gente se maree, que malcocinan con setas, te miran con odio, leen los pensamientos, amarran a los hombres, saben echar mal de ojo y gastan una mala leche de antología.
Y ahora… ¿creéis que la historia acabó aquí? ¡Pues no!
CONTINUARÁ
¿Tienes su número? Te juro que estoy deseando contactar con esa mujer para saber su respuesta a «cómo retener a un hombre».
Y no es por nada personal, si no por simple y pura y agonizante curiosidad, soy cotilla como la que más xD Y esta historia relatada tan en tono de cuento, invita a querer descubrir más sobre los detalles. Envíale un sms y pregúntale, te lo suplico!! XDDDD
Tengo su número. Otra cosa es que vaya a llamarla. Creo que no lo haría ni bajo tortura pero, si tanto interés tienes, te lo paso. Todo sea por tener a los lectores contentos. Ahora bien, tú verás dónde te metes XD. Mi lado racional dice que su técnica para retener hombres es elegirlos débiles mentales. Mi lado irracional o, no irracional, digamos «esotérico-literario» se inclina a que le hizo un «amarre» como un camión. No es que sepa mucho de esos temas, pero parece que los «amarres» implican ritos extraños con pelos púbicos. Seguro que Google sabe más del asunto.
Si me apuras, pondría la mano en el fuego apostando a que la tía le ha hecho algún tipo de rito, sólo hay que ver cómo habla. Otra cosa es que los ritos funcionen o no.
Silvi esto toma unos tintes tetricos, la verdad que debistes de pasar dos horas para olvidar, lo cierto que tu profe de ingles ha pasado de ser un personaje extraño a algo subrealista total madre mia lastimica de hombre y esta historia sigue…dios silvia increible es para un libro
Te parecerá exagerado, pero tenía los ovarios de corbata, me preguntaba si había intentado envenenarme y si me había podido echar mal de ojo, no es broma XD. Me salió todo el lado supersiticioso en aquel momento, jejejeje. Y sí que sigue la historia, calculo que le quedan dos o tres entradas 🙂
Bueno, como conozco la anécdota, queda poco que comentar (¡¡¡y no tengo tiempo de leer a la velocidad que escribes!!! ¡¡¡el martes tengo exámen!!!), así que echaré mano de un comentario que te hice en su día sobre la comida colombiana, extensible a todos los paises andinos.
En los paises andinos, el alimento básico es el arroz (como en una gran cantidad de paises de todo el mundo). Se sirve hervido y sin añadirle nada, aunque no lo hierven exactamente de la misma manera que los españoles (porque si hierves el arroz como lo hacemos nosotros en los andes, obtendrás una especie de emplaste pegajoso, debido a que las técnicas de cocina dan distintos resultados en función de la altitud). Lo lavan, lo cuecen con poca agua, tapado, y opcionalmente, con un poquito de cebolla cortada muy fina en el fondo de la olla, y un poquito de aceite (no de oliva) también. Poner arroz blanco junto con la comida es, para ellos, algo tan básico, y mucho más imprescindible, como para nosotros poner una barra de pan. Las ensaladas también son distintas, y rara vez llevan tomate o lechuga. El aguacate y la remolacha son más habituales, así como muchas otras verduras y hortalizas que aquí en España desconocemos, y que tienen sabores exóticos a los que puede constar un poquito acostumbrarse, pero que están buenísimas cuando te haces a ellas. Finalmente, carne con salsa de setas, creo que es una comida bastante de lujo por allí, así que en realidad no te estaba dando una porquería de comida, aunque es posible que supiese de antemano que lo que para ella era un buen almuerzo, a ti no te iba a gustar.
La verdad es que da un poco de miedo todo lo que cuentas… También hay un pequeño detalle: allí la gente va a la cárcel no sólo por cometer delitos, sino también por cometer ciertas contravenciones (sería el equivalente de lo que aquí llamamos «faltas»). Y sus cárceles no son como las nuestras… si te dijo que no se estaba tan mal en la cárcel ¡tiembla! ¡A saber como era el sitio en el que solía vivir! Conozco a gente que ha estado presa en centros de contravenciones ecuatorianos, y no tienen ninguna gana de repetir la experiencia.
¡Este variablex que lo mismo me vale para un roto que para un descosío XD! (es como decir que sabes de todo). Interesante el apunte sobre comida colombiana, aunque algo me comentaste en su día, pero ahora lo has hecho con más detalle. No obstante, me tienes que admitir que la señora no se hernió y yo te digo que la comida no me susurraba «cómemeeee» precisamente, En cuanto a lo que comentas de la cárcel… ¿no será que esos 9 meses de cárcel los pudo pasar en España? Imagino que las cárceles españolas son bastante más «acogedoras», por decirlo de alguna manera, que las colombianas 🙂