Como bien me había anticipado mi amigo, las llamadas de la loca no se hicieron esperar. La mujer no olvidó que quedó en intentar verme el siguiente sábado, así que me llamó el viernes anterior. Creo que en aquella ocasión le dije que la visita de mi prima me había tenido ocupada y que por ello la visita había sido totalmente imposible. Otro día tuve la grandísima suerte de que no me pescó en casa así que se vio charlando con mi padre media horita; mi padre habla más que un sacamuelas y, como ya expliqué hace dos entradas, la señora esta tampoco nació mudita. Luego fue gracioso cuando llegué a casa y mi padre anunció «Te llamó una amiga» y yo, creyendo que si se refería a ella como amiga, sería amiga le pregunté que quién, «una tal M.E» contestó, y yo me puse a hacer revisión mental y en mi fichero de datos no aparecía ninguna amiga llamada M.E «no caigo» le dije, y ya me soltó la bomba «una sudamericana, una mujer mayor».
Sí, es lo que pensáis: mi padre me estaba vacilando. Humor granaíno.
Pasó una temporada en la que la mujer no llegó a agobiarme. No obstante, tenía yo cierto grado de psicosis, temía encontrármela por la calle cualquier día o que me llamara en cualquier momento, pero con el paso de algunas semanas me fui relajando.
Hasta que metí la gamba, mi especialidad.
Voy a hablar de una cosa de la que no suelo hablar, de mi (aburrida) vida sentimental. No suelo hablar de ella porque este no es ese tipo de blog, ya hay muchos que se dedican a los textos introspectivos y cortavenas, pero en ocasiones, cuando se cuentan anécdotas personales, asuntos de diferentes naturalezas se mezclan y entonces no quedan más pantalones que comentarlo; tampoco es que tenga demasiadas cosas que ocultar.
Yo por aquellos tiempos estaba medio medio con un chaval. La cuestión es que esto no fue comentado en mi entorno porque ese chaval no era de mi ciudad, así que la cosa estaba «a prueba de fallos» y jamás llegó a superar la fase beta. Un día se me ocurrió protestar por algo, ya sabéis que los protestantes somos gente molesta, al pluscuamperfecto le sentó mal y en vez de optar por resolver las cosas hablando, le dio un aire y optó por desaparecer. Muy maduro por sus partes. Claro,no esperaba ni de lejos aquel desenlace y lo sucedido me sentó fatal (prefiero que me manden a la mierda en mi cara a una desaparición súbita) y, además, sucedió un martes por la tarde y tenía clase de inglés el miércoles por la mañana. Como es lógico, tenía unas ganas looooooooooocas de ir a clase (sarcasmo) pero ante la proximidad del examen, asistí intentando simular que no me pasaba nada. No obstante, mis dotes de actriz no deben ser lo suficientemente buenas, pues me lo acabó notando y me preguntó qué me pasaba, así que se lo acabé contando por encimilla.
Fue inevitable, pero la volvimos a cagar.
Ese mismo fin de semana tenía una despedida de soltera. La verdad, era un evento cojonudo para sacar pecho y dejar de ir lamentándome por las esquinas. Unas cuantas amigas estuvimos conspirando para celebrar a lo bestia, en especial una de ellas (esto te suena, Jairo) que se ocupó de reservar un apartamento tiradísimo de precio en Mojácar. La idea era secuestrar a la novia con la idea de que nos íbamos a hacer unas compras al Alcampo y que luego se encontrara con los hechos consumados.
Y ahí estábamos, una amiga conduciendo, yo a su lado, ambas tomándole un poco el pelo a la novia, la novia con un mosqueo del carajo preguntándose a dónde nos la llevábamos, quejándose de que tenía hambre, preocupada porque se había dejado al novio solo en casa y, mientras tanto, la que conducía y yo pendientes de una tercera amiga (la del apartamento) que llegaba por otro lado y con la que estábamos en contacto por el móvil. Si no, me hubiera planteado incluso la posibilidad de apagar el teléfono, porque este tipo de juergas son sagradas.
De tal manera que suena el móvil y yo lo cojo sin mirar la pantalla. ¿Quién era?
Sí, premio, la bruja de los cojones. Mi profe le había ido con el cuento – claro, recordemos que J. no mentía porque no sabía mentir; podría haber deducido que tampoco conocía la sutil diferencia entre mentir y ocultar datos estratégicos – y ella estaba simulando un interés enorme en mi estado anímico, ofreciéndome su hombro para que llorara sobre él y preguntándome cuándo iba a ir a su casa.
Bueno, igual no simulaba interés, igual lo tenía, porque si consideramos que esa mujer me tenía miedo, la información de que de pronto yo volvía a estar «en el mercado» no debía resultarle muy tranquilizadora.
Aquí es cuando toca explicar una característica de mi personalidad: en global soy alguien muy poco sutil, pero en situaciones de estrés soy menos sutil todavía y aquella era una situación de estrés.
En consecuencia, despejé la situación del siguiente modo:
– Una alegría escucharte, pero lo siento, no puedo hablar, voy en un coche con unas amigas.
– ¿Pero adónde vas?
– Estoy secuestrando a una amiga y no te puedo decir adónde voy-
Colgué. Así, a lo bestia. Como dice «Aída» (la simpática) yo aquel día no tenía el chichi pa farolillos. La verdad es que, con esa información, podría incluso hasta haber llamado a la policía. Je.
Menos mal que no me molestó más durante la despedida, pero el ralle paranoico de temer que me fuera a aparecer por todas partes regresó a mí.
Y pasó el tiempo, no sabría decir cuánto exactamente, hasta que un buen día al profesor se le rompió la bicicleta y, como debía acercarse a mi barrio a hacer unas gestiones, se vino conmigo en el autobús. Por el caminito me estuvo informando de que había tomado la decisión de dejar a M.E. Yo estuve a punto de lanzar confeti, pero me reprimí y, adoptando mi mejor cara de psicoanalista (las gafas de pasta ayudan para eso) le pregunté por qué razón. Entonces me explicó que había pensado en volver a Inglaterra con su familia, que se estaba planteando marcharse con su hermana a una de estas comunidades que viven en granjas para vivir pacíficamente cultivando la tierra porque, como os expliqué en la primera entrada, ese era su ideal de vida. Que quería mucho a M.E. pero que se sentía limitado por ella aunque, según narraba, entendía que ella no es que quisiera ser una persona dominante, que no es que tuviera mala intención, pero que su personalidad era dominante.
La verdad es que todavía me felicito a mí misma por haber reprimido mi verdadera opinión y haber tenido el santo cuajo de decirle: «Mira, tú ahora mismo no eres objetivo y, como eres joven, tampoco creas que debes decidir el destino de tu vida en un viaje. Vuelve a Inglaterra, pasa una temporada allí sin comunicarte con M.E, concédete un mes y allí te replanteas la relación. Con menos de ese tiempo, la nostalgia te podrá, porque al principio lo pasarás mal, pero si superado ese tiempo la sigues echando de menos, entonces es que la relación te importa de verdad».
Conviene especificar que yo tenía la convicción de que si el británico, en su entorno, con su familia y sus amigos allí, era capaz de pasar un mes alejado de la bruja, ya no tendría las menores ganas de volver con ella. Además, aconsejándole de este modo me libraba del riesgo de que quedara como que estaba trabajando en contra de ella, ya sabéis que el chaval ignora completamente el significado de la palabra discrección; eso me obligaba a medir mucho cuanto le dijera.
Me agradeció mucho mi pericia para dar consejos. Je. Menos mal que J, a diferencia de su chica, no es capaz de leer los pensamientos.
De este modo llegó junio: mes de mi examen y mes en el que mi profesor volvía de nuevo a su país. Por obra y gracia de la casualidad, conocí a otros alumnos suyos de la academia y comentamos la posibilidad de organizarle una despedida sorpresa, pero hubo un detalle que pasamos por alto: que esa posibilidad no le iba a gustar nada a su mujer.
Esto queda ya para el siguiente episodio, así que…
CONTINUARÁ
vaya Silvi la historia cobra un giro un happy end? o al menos eso parece, vaya secuestro el de la Juani jijijiji ni el de Ortega Lara vamos jijijiji estoy enganchadisimo silvia a la historia
El final no te lo puedo decir ya o le quito la gracia, sólo te adelanto que te va a sorprender 😉 y lo del secuestro de la Juani estuvo genial, se me pasaron todos los males. No hay nada como una buena despedida de soltera para que se le pasen a una los bajones 😀
Vaya, voy llegando a una parte nueva y desconocida… pero estoy que me caigo de sueño. Haré una pausa aquí.
Por cierto, el otro día me acordé de esta historia, porque tengo un cliente que es un poco peculiar. Es un hombre de unos treinta y pico años, que vive (o vivía) con su madre, que tendrá unos 70 y no se conserva nada bien, quien le tenía totalmente dominado al pobre. Hace un tiempo lo vi por la calle, paseando con su madre, como siempre. Sin embargo me llamó la atención que su madre estaba como muy cambiada… y no me saludaron (¡¡gracias a Dios!! Es una señora muy pesada). Hace unos días lo comenté con un amigo, de quien también son clientes esos dos (mi amigo hace trabajos de electricidad, carpintería y ese tipo de «chapuzas», aunque no es nada chapucero, dicho sea de paso, y suelo pasarle muchos de mis clientes) y me explicó que con quien lo había visto no era su madre… ¡Era su novia! Que se parecía tanto a la madre que él también se había confundido. Ya ves, el amor no tiene edad :S
¡Auch! Le llamaremos amor, a falta de un vocablo mejor XD… yo entiendo diferencias de 20 años, pero de 40 es demasiado para mi capacidad… ¡qué fuerte me parece todo!
PD. Sí conoces la historia en global, lo que pasa es que aunque haya llamado a esta saga «una de anécdotas de bar» suele hacerse largo contar todo esto de una tacada, dando todos los detalles, se corre el riesgo de aburrir al interlocutor o de que te mate… y yo soy muy parlanchina, pero también siento (a veces) cierto grado de piedad por mis interlocutores. Al escribir no es lo mismo, yo lo suelto todo y ellos ya se lo administran como vean, jeje.