Una de anécdotas de bar (VI)


Antes de proseguir, debo contaros que en uno de los últimos días de clase, J me dio un buen susto. Después de haberme anunciado que se volvería a Inglaterra, dos o tres clases después se da la siguiente conversación y hay que decir a mi favor que esta es una versión adaptada y traducida, porque la versión original de esta charla sucedió en perfecto inglés:

– Silvia ¡me estoy mudando!

– ¿Cómo es eso?

– ¡Sí, sí! – emocionado -¡Ahora somos casi vecinos!-

Yo entonces le miré con cara de troll – «¡Nooo me digas!… pero ¿tú no te ibas a Inglaterra?»-

– No lo sé, no estoy seguro, me quiero ir pero también quiero a M.E-

Parece que el amarre era fuerte, porque el profe pasó una temporada totalmente bipolar, lo mismo anunciaba que se iba que anunciaba que se quedaba y, mientras tanto, debido a su inexplicable y repentina proximidad física, las posibilidades de cruzarme a la  bruja por la calle aumentaron exponencialmente. También recibí al poco tiempo la correspondiente llamada de la bruja piruja (¿habéis visto que él no llamaba jamás?) invitándome a conocer la nueva casa, una llamada que eludí no recuerdo ni cómo, creo que jamás le he metido tantas excusas a nadie como a esa señora.

Y yo, con un ánimo tan propenso a la paranoia, llegué a pensar que igual la causa oculta del traslado era yo, que tal vez la tía dijera de venirse a vivir a mi barrio porque, si estas cosas del esoterismo funcionan mejor cuanto más cerca, igual así le resultaba más sencillo hacerme la puñeta. Como consecuencia al aumento de mi nivel de paranoia, acabé yendo siempre con mi piedra en el bolsillo y, en ocasiones, por aquello de llevar algo rojo, la palestina al cuello. Daos cuenta de que os estoy hablado de mayo y de que aquí en mayo hace calor.

No obstante, en vísperas de que el profe decidiera o no volver a la pérfida Albión, apareció por el aula su hermana, una chica muy rubia, muy alta y, sorprendentemente, muy alegre y normal. Se pasaba el rato bromeando, haciendo un contraste tremendo con el hermano, que se pasa la vida diciendo de sí mismo que es un tipo melancólico – y, con la que le había caído, no me extraña-. Teniendo en cuenta que la muchacha no hablaba ni media palabra de castellano, me vino genial que estuviera de estrella invitada en la clase, ya que, quieras que no, cuando me tocaba hablar con J si me atascaba tiraba del castellano, porque sé que J lo entiende bien, pero estando su hermana delante, por educación, me tocaba utilizar siempre el inglés. La chica tenía mucha gracia, porque cuando la conocí, como la veía «tan hecha» pensaba que era de mi edad o mayor, pero luego supe que sólo tenía 20 años y si se hablaba con ella más de cinco minutos se le notaban.

Por cierto, de aquí en adelante me referiré a esta chica como A, pues tuvo su importancia y es algo pesado estar escribiendo «la hermana del profesor» todo el rato.

A raíz de aquella visita, el profe me confirmó que había decidido volver definitivamente a su tierra, lo que vuelve a remitirnos al asunto de la despedida. No es que llegara a conocer a todos los alumnos de J, pero había llegado a conocer a unos cuantos por estos motivos:

– Como mi clase del lunes por la mañana fue desplazada al viernes por la mañana, acabé coincidiendo con una señora que no estudiaba inglés por examinarse, sino por aprender. A esta señora de vez en cuando la acompañaba su hija, que tenía intenciones de examinarse del FIRST.

– Un día el que J y yo salíamos de clase, nos encontramos en un bar cercano con otro alumno al que por su especial relevancia para el desenlace de la historia, llamaré M.A. Él se estaba preparando las oposiciones como maestro de inglés y me comentó que quería hacer un grupo para practicar inglés a lo largo del verano. Como la oferta me interesó, cambiamos teléfonos móviles y, a partir de ahí, nos mantuvimos en contacto, así que también me era fácil ponerme de acuerdo con él para ese tema. De hecho, la primera conversación que mantuve con respecto a lo de la fiesta fue con M.A, aunque previamente yo se lo había sugerido a J a título individual (chica prudente vale por dos) y a él  le había parecido bien, cómo sería la cosa que me comentó exactamente cuándo se iba a Inglaterra y cuándo daba su última clase, que era justo la oportunidad idónea para tomarse al menos un par de cañas con él.

Os preguntaréis si me acordé de su mujer… ¿Cómo NO iba a hacerlo? pero pensé:

– Ese problema es del aludido, no mío.

– Se supone que lo está dejando con la loca.

No conté con la falta de testiculina del sujeto.

La última clase que daba J se la daba al doble pack «madre-hija» y, aunque no tenía sus teléfonos, básicamente porque, a causa de la indecisión del profe, lo de la fiesta no se decidió hasta realmente el último minuto, conociéndolas, que se apuntan a un bombardeo, no iban a decir que no a mi sugerencia, de tal manera que con ellas dos, con la hermana de J y con M.A  ya se podía hacer un grupo para organizarle una despedida apañada.

Así, llegó el día D a la hora H, en otras palabras, el último día de clase de mi profe y la hora a la que terminaba dicha clase. M.A y yo andábamos nerviosos, porque, aunque J estaba avisado porque lo había hablado conmigo, cabía la posibilidad de que se hubiera rajado, que le viniera mal o a saber.. y por más que intentábamos llamarle por teléfono, salía que estaba apagado. Tenía también la opción de llamar directamente al fijo de la mujer, pero me negaba a hacerlo. Cuando vimos que pasaban las horas y que J seguía ilocalizable, lo que hice fue proporcionarle el fijo de la casa de J a M.A, pensando que quizá por su condición de hombre, la mujer le trataría mejor que a mí. Al rato, el chaval volvió a llamarme y me comentó que la mujer se había negado a entender lo que él le estaba diciendo, limitándose a repetir: «Nosotros no tenemos organizada ninguna fiesta y ahora mismo J no está en casa».

Por tanto, le anuncié a chaval la siguiente decisión, que para mí era más lógica: «Mira, J. está ilocalizable y eso nos pone en un dilema. Si voy a despedirle, igual se le había olvidado, o me encuentro a su pareja, o le viene mal… y entonces la cago, pero resulta que si no voy y él contaba con mi presencia, va a quedar como que le doy plantón, porque me había comprometido con él para hacerle la despedida. Vamos a hacer una cosa, tú no tienes por qué desplazarte en vano, así que voy a ir yo a la academia. Si veo que la cosa pinta fea y no se puede hacer la despedida, te cuento lo que ha pasado y te ahorro el paseo. Si llego y veo que no hay problema, te llamo para que vengas».

Al chaval le pareció bien y en eso quedamos.

Me preguntó qué habría sucedido si hubiera venido.

Yo cometí una temeridad, pero es que hacía mucho calor ya, hablamos del día uno de junio. La temeridad fue no llevar conmigo mi palestina. Sin embargo, sí que iba con mi piedra en el bolsillo y, según me acercaba a la academia, tocaba la piedra como para darme confianza, mientras pensaba «recuerda, Silvia, estás protegida, llevas tu piedra y, además, a ti no te tumba ni Rafiki, dicho por un profesional, porque con el Factor Silvia que te ha caido encima te basta y te sobra, de alguna manera te tenía que compensar el cosmos y sólo faltaba que, con ese don tan tuyo de atraer complicaciones, fuera sencillo echarte mal de ojo».

Sólo faltan las trompetillas aquí. Pasó lo que tenía que pasar. Cuando llegué a la puerta de la academia, me encontré con el profe, que acababa de salir; con su hermana, que como os comentaba se había convertido en su sombra; con el pack «madre-hija», que incluía un etra: una amiga de la hija; con un tipo al que no conocía de nada y que resultaba ser otro alumno de J; y, cómo no, tachán…¡con la bruja!  que ni me sonrió al verme, más bien al contrario, me miró con esa expresión tan suya de convertir en piedra a la gente o de querer reventarme el cerebro, saludándome con un chocante: «¡Eres una INGRATA! ¡En este tiempo no te has dignado a aparecer por mi casa!».

Os juro que me lo dijo con el mismo tono con el que te cagas en los muertos de alguien. Y qué curioso que me llamara ingrata, como si yo tuviera que agradecerle algo.

Mi respuesta fue un lacónico: «Lo siento, es que no pude», ante el asombro de los presentes, o, digamos, de los presentes normales (los alumnos), porque ya sabemos que J es un ser que vive en una galaxia paralela y que la pobrecita de la hermana no entendía nada de castellano.

Entonces comencé a explicar a todos que había comentado con otro alumno lo de la posibilidad de hacerle una fiesta a J y que supe por el propio J que aquella era la última clase, así que, ante la imposibilidad de contactar con él por teléfono móvil, había decidido presentarme, más que nada porque si se va a otro país y no sabemos si volveremos a verle, lo suyo es que tengamos un detalle con alguien a quien hemos estado viendo durante meses. Creo que lo expuse de modo bastante razonable.

«Claro que no localizaste a J por móvil» me explicó la piruja «porque fui yo quien se lo quitó, se lo apagó y se lo escondió». Di que sí, loca, sinceridad al poder. «Y ahora cuéntame – me pidió, con voz amenazadora – ¿Quién era el otro alumno con el que te habías puesto de acuerdo?»

– M.A – le contesté – que le conocí hace unos días y cambiamos teléfonos. Si es posible hacerle la despedida, he quedado en avisarle para que se incorpore-

-¡JAMÁS! – chilló la loca- ¡Que ese hombre es lo peor! Tú eres una buena chica, pero déjame que te cuente unas cuantas cosas de M.A… ¡que sepas que ha sido M.A quien ha destruido nuestra relación!-

Ya sabemos que cuando esta mujer echa piropos se pone especialmente peligrosa, así que el que me llamara «buena chica» me puso las orejas pinas, como las de los pastores alemanes, por lo que me dispuse a escuchar una de estas historias de las de mearse y no echar gota preguntándome qué iba a hacer con MA si la loca andaba presente y con esa mala leche ante un J más callado que un muerto.

CONTINUARÁ…

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
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2 respuestas a Una de anécdotas de bar (VI)

  1. jairo dijo:

    dios esto tiene tela, madre mia quiero enterarme del desenlace silvia en tono de humor no probasteis a tirarle un caldero de agua a la bruja, a Dorothy le funciono, madre mia veremos como se desenlaza la historia.

    • vengatriz dijo:

      Pues la verdad que lo del caldero habría estado bien, aunque no tenía ninguno a mano en ese momento XD al final,lo mejor que se puede hacer con esta gente es alejarse todo lo posible, oye. Ya va quedando poquito, además, me extendí con esta entrada más de lo que tenía previsto, pero sospecho que la siguiente te va a encantar 😉 ¡nos leemos!

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