Cómo madrugar y no morir (V)


Son las 10:18. Ayer, fiel a mi (mala) costumbre, ayer sobreviví a base de dos microsiestas. Hoy no me las quiero permitir. Debo educar el cuerpo para los madrugones sin paliativos, para poder aprovechar el resto del día.

Hoy comenzamos quitando los dibujos del año pasado de la pared, aunque no hemos podido quitar todos. Es en estas ocasiones cuando te das cuenta que hay techos de aulas demasiado altos y monitores con alma de Spiderman, porque si no, no se explica. Había dibujos a los que no llegábamos ni subiéndonos encima de una mesa.

Después tocó darle la merienda al rubito. Tuve que cortarle la manzana en pedacitos. La cosa es que como es la primera vez que me encargo yo de eso, no sabía que el nene le tenía manía a la piel de la manzana. No quiere ni plantearse la posibilidad de tomar una manzana con piel; va en contra de su religión o algo así. La cosa es que cuando comencé a cortarla no lo sabía, menos mal que le pregunté. Otro detalle fue el cuchillo, debo coger otro cuchillo otro día, porque ese tenía más pericia para cortarme la yema del dedo que para partir los pedazos de manzana. Ya lo sé para otro día.

Hablamos con la conserje y quedó en darnos mañana la llave de ese cuarto de baño interno que no debemos usar si no queremos limpiar pero que guarda en su interior todos los artículos de limpieza. Así no dependemos de la gente del comedor para entrar o no en ese baño, porque, si quieren que limpiemos las áreas que utilicemos, será necesario darnos acceso a los artículos de limpieza.

Al final se pusieron a jugar al bingo, uno de los pocos juegos a los que tenemos acceso. Mañana tenemos previsto acabar el cartel de las normas del Aula Matinal, preparar un juego colectivo del tipo leerles medio cuento y que, por equipos, le hagan finales alternativos que puedan después comparar con el final original y, finalmente, hacer un juego colectivo en el patio, que hoy también nos han insistido a ese respecto.

Por lo demás, vamos mejorando nuestro modo de organizarnos y organizar la clase mi compi y yo; aunque hoy me di cuenta de que ayer había dejado a la niña de 3 años en la fila de los niños de 4 años. Ya me extrañaba a mí que la niña se negara a jugar con sus compañeros de fila y se negara a despedirse de mí en ningún momento. Sin embargo, los otros peques a los que sí dejé en sus aulas (debemos dejar a los que pertenecen a infantil y primer ciclo de primaria) no me advirtieron de que esa no era la fila de la pequeña. ¡Ay! En fin, una y no más, Santo Tomás.

Otra cosa es la relación con mi compi. Sigue siendo muy buena, pero le noto matices como de ponerse en guardia sin tener por qué. Por ejemplo, estábamos comentando ambas en la puerta qué actividades haremos mañana. Ella estudió puericultura además de magisterio de primaria y, después de proponerle la actividad de completar los cuentos, le dije: «Yo no sé qué pensar para el patio teniendo en cuenta que hay niños pequeños y la especialista en ellos eres tú». Me responde, como si le estuviera diciendo algo malo «Eh  ¡que yo hice primaria!» y me ha tocado aclarar la evidencia «yo no he dicho que no, pero la que no ha hecho infantil he sido yo, así que tú sabes de peques más que yo». Su reacción ha sido darme una respuesta de reafirmación: «Atender a los niños pequeños es más complicado que atender a los mayores».

Y bueno, lectores… ¿acaso dije yo lo contrario? Siempre he pensado que es más difícil entretener a los niños de infantil y primer ciclo de primaria; o será que he trabajado más con críos más mayores. Admiro a la gente que es capaz de manejar a los niños tan peques, pero… ¿por qué existe esa noción de que quien está en Primaria es de algún modo superior a quien está en Infantil hasta el punto de que alguien que sea de esta especialidad se puede sentir ofendido si se le dice «tú entiendes más de niños pequeños»?

En fin, esto de aprender a trabajar con otra maestra en una misma aula (sí, vale, somos monitoras, pero somos maestras) va a ser toda una experiencia. Parece que nadie anda exento de susceptibilidades, sobre todo cuando, estando tituladas, entiendo que ambas hemos recibido muchos desprecios por no haber alcanzado en nuestro trabajo la posición que nos correspondería por nuestros estudios.

¡Seguiremos informando!

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
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8 respuestas a Cómo madrugar y no morir (V)

  1. Noelia González dijo:

    ¿A qué hora te levantas?

  2. jairo dijo:

    Silvi un consejo para lo de las manzanas, con un pelador de patatas puedes pelarla perfecta, eso si se puede oxidar y cambiar de color si no la come rapido, sobre la susceptibilidad, en todos los trabajos esta instaurado el sentimiento de competicon no será eso lo que haga que tu compi responda…Un saludo, por cierto en bitacoras.com empiezan unos premios blogeros muy interesantes. echale un ojo

    • vengatriz dijo:

      Tomo nota de lo de las manzanas 🙂 el caso es que esta chica no es especialmente competitiva, yo diría que lo contrario, es muy colaboradora, pero tiene esa necesidad de reafirmarse. Ahora me pasaré por lo de las bitácoras ¡muchas gracias por el aviso!

  3. variablex dijo:

    Yo creo que el problema fue la forma en que se lo dijiste. Sonó un poco como «a mí no me apetece ponerme a pensar cosas para los peques, así que te comes el marrón tú». Lo digo porque a mí me han pasado cosas de esas un montón de veces, y ya le tengo cogido el tranquillo a la situación.

    Cuando colaboras con alguien y quieres que realice cierto trabajo que crees que se le va a dar mejor que a ti, no puedes atribuírselo así, sin más, sólo porque te parezca razonable, porque entonces la otra persona entiende que te crees la jefa. Lo que tienes que hacer es darle, previamente, una gruesa capa de jabón. Muuuucho jabón. El jabón se debe dar en dos o tres fases:

    1) Disminuirse a uno mismo para aumentar al otro, y así evitar que te crees su jefe (su jefa, en este caso).
    2) Alabar las capacidades del otro, para que se sienta inclinado a demostrar lo bueno que es con lo que hace.
    3) [Opcional] Reafirmación de la fase 1 para que quede claro que no es algo que le estás mandando.

    De este modo, la forma correcta de manejar la situación habría sido decir «uffff… ayer estuve todo el día dándole vueltas a la cabeza a ver qué actividades podíamos hacer para los peques, pero no se me ocurre nada [fase 1: soy un poquito tonta]. A ver si a ti, que has estudiado puericultura se te ocurre algo [fase 2: eres más guay que yo], porque yo… ni idea [fase 3: reafirmacion, si tú no estuvieras, no sé qué haríamos]».

    Lo bonito de esto es que te sirve también para comprobar con quien te relacionas. Si se deja llevar por la idea de que eres un poco tontita y te minusvalora, señal de que no debes fiarte de ella, y ventaja para ti porque si intenta atacarte no pensará estrategias muy elaboradas en la seguridad de que te la puede colar cuando quiera. Si no se queda con la impresión de que eres más corta que las mangas de un chaleco, sentirá que la valoras como profesional y que, al mismo tiempo, eres una persona humilde con la que se puede colaborar sin miedo.

    A mí esta forma de hacer las cosas me funciona casi siempre.

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