Factor Silvia «in the night»: ¡¡Una kurda mítica!! (I)


Os escribo a las cuatro de la mañana en este finde-puente que estaba encantada de tener. Hoy viernes he dormido toda la tarde y ¡por fin! puedo permitirme el lujo de trasnochar para dormir a pata suelta sin sentirme culpable. La verdad es que me hacía muchísima falta parar.

En este día habría correspondido contar cómo me fue la clase hoy, pero puedo hacerlo mañana. En esta noche en la que estoy tan contenta, tan agusito, creo que lo oportuno es narrar con pelos y señales a tremenda cogorza que experimenté en la madrugada del miércoles al jueves, aunque ya teníais alguna noticia de esto.

No tengo por costumbre salir de farra los miércoles, menos si debo ir a trabajar al día siguiente, pero había una razón de peso: una de mis mejores amigas se va de Almería por razones de trabajo, y aunque quiero quedar con ella antes del día 5 (que es cuando se va) estuvimos echando un ojo a nuestros horarios y va a ser muy difícil volver a quedar, así que tocaba despedirla como merecía.

Quedamos a las 5 de la tarde. Yo llegué a las 5.30, pero quien me conoce sabe que esto es normal en mí, toca admitirlo. El asunto de lo que me cuesta ser puntual tiene sorprendentes relaciones con el Factor Silvia, más allá de que una sea despistada, vaga o se entretenga, si tengo auténtico interés en ser puntual, todo se confabula para que llegue tarde, pero no creo que esto os sorprenda demasiado; ya me vais conociendo. Y si no os lo creéis, podéis preguntarle por ejemplo a Variablex, que las tres veces que ha quedado conmigo, ha terminado alucinando pero por tuberías.

Comenzamos dando una vuelta. Ella tenía que hacer unas cuantas gestiones y yo la acompañé. Parecía que sólo íbamos a poder vernos un rato, porque yo tenía previsto quedar a la tarde-noche con otro amigo, lo que daría para otra historia que puede ser contada en otra ocasión… o no. Je. Pero el caso es que el tiempo pasaba y el amigo no llamaba, aunque esto merece una explicación más exhaustiva, sobre todo porque tiene que ver con una de las anécdotas más letales de aquella jornada.

Aquel amigo trabaja en hostelería y tiene un horario de los muy difíciles. Unas veces trabaja de mañana, otras de tarde, otras de noche y otras libra. Entonces, entre lo ocupada que ando yo y lo caótico que tiene el horario él, es muy chungo quedar. El miércoles se daba la bendita circunstancia de que él andaba libre y yo también, pero se había comprometido a ir con unos amigos a ver «La cosa» (vaya nombre feo para una peli). Como quería ir a una sesión tempranera, quedó en avisarme para quedar por la noche. De ese modo, mi previsión era estar con esta amiga mientras el otro amigo veía la película y luego irme con él cuando saliera del cine.

Pero claro, yo no tuve la previsión – soy así de desastre- de meterme en Internet para ver el horario de la película y él tampoco me dijo cuándo entraba y cuándo salía, así que, mientras esperábamos, decidimos irnos de tapas porque la tarde iba pasando y yo tampoco quería quedarme esperando de brazos cruzados.

Por ende, cuando vi que mi móvil empezó a pitar, le eché un ojo y me di cuenta de que la batería moría. Por esa razón, pedí a mi amiga su móvil, con idea de avisar a este amigo de que me quedaba sin teléfono y de que, si quería localizarme, debería llamar al teléfono de esta chica.

Llamé un par de veces. No lo cogía. Lógico, no había salido del cine. Entonces pensé en mandarle un mensaje, pero la amiga, que es muy moderna ella, me dijo «Oye ¿y si utilizas eso de los mensajes de voz? Tú hablas y lo que digas se manda como un mensaje de texto». A mí me daba cierta grima, pensando que ese dispositivo debía fallar más que las escopeticas de la feria y que para ser comprendida debería hablar con mi mejor tono y velocidad de GPS, pero valoré que el teléfono de esta mujer es de los táctiles, que me da mucho coraje escribir sms en móviles táctiles, y que probablemente sería más rápido mandar el sms de aquella manera.

Así que me arranqué: «Hola L, soy Silvia. Te llamo desde el móvil de una amiga. Al mío se le muere la batería. Cuando salgas de cine, llámame a este número…»

En ese instante, a la amiga comenzó a sonarle el móvil:

– ¡B. tu móvil! ¡Está comunicando!

– ¡Creo que me está llamando tu amigo!

– ¡Pero qué raro, si estaba hablando con el contestador!

– ¡Corre, corre, cógelo!

Efectivamente, era él. Vio las perdidas y llamaba porque estaba extrañado. Yo di por supuesto que, como corté el mensaje de aquella manera, no debía haberse mandado y, si se había mandado, no se habría mandado muy claramente, porque se supone que a estos bichos les cuesta trabajo entender lo que se les dice.

Pues bien, instantes después de colgar, mi amiga recibe en su móvil un mensaje de texto que decía aproximadamente lo siguiente: «Copia: Hola L, soy Silvia. Te llamo desde el móvil de una amiga. Al mío se le muere la batería. Cuando salgas de cine, llámame a este número. B tu móvil. Está comunicando. Creo que me está llamando tu amigo. Pero qué raro, si estaba hablando con el contestador. Corre, corre, cógelo».

Es decir, que mandó toda la puta conversación.

¡¡No sé si os podéis imaginar la panzá de reír que nos metimos!!

Previamente también se dieron momentazos. Aquel día se notaba que los hados estaban simpáticos. Una vez que terminamos las gestiones que ella tenía que hacer y previamente a la fase de tapear, pasamos por la puerta de una tienda árabe. Para mi sorpresa, esta amiga, que es un punto en sí misma, se metió dentro de ella y, con toda la espontaneidad del mundo, le dijo al vendedor: «¿Tienes Khul? ¿Khal? ¿Khol? ¿Eso que se echa en los ojos?».

Es que esta amiga, aunque me lleva tres años, está comenzando ahora a experimentar con el maquillaje; pero más gracia me hizo el vendedor, que con una desidia espantosa, pese a notar, porque era obvio, que la niña estaba interesada y que no sabía muy bien ni lo que quería (condiciones ideales para vender) se limitó a asentir con la cabeza y señalar, sin levantarse siquiera de su asiento, con más desdén que si le hubiera dicho «niña, búscate la vida».

Al final el Khul-Khal-Khol viene a ser una versión anterior a los lápices de ojos. Parece que son más sanos y se puede dormir con ellos puestos y que aguantan un montón. Puede venderse con un frasquito con aplicador, de madera, y unidades para recargar el frasquito y puede venderse también con aplicadores desechables que son tan cutres que parece que al tocarlos vas a coger, por lo menos por lo menos, el tifus y el sarampión.

Ya habiendo perdido la vergüenza después de esta escena, nos quedamos pilladas viendo un escaparate completamente decorado con motivos de Halloween. Era una especie de Escuela Infantil que ofrecía una serie de actividades de todo tipo. Posesa por un ataque de tontería – mi morro se va incrementando con los años- entré dentro y mi amiga me siguió, y sin llevar aún ni media gota de alcohol en vena, lo juro, la abordé de la siguiente manera: «¡Hola! ¡Pasábamos por aquí y nos gustó el escaparate! ¡Somos una psicopedagoga y una psicóloga, nuestro perfil es parecido a lo que se hace aquí  nos preguntábamos si necesitábais gente!».

Supongo que parece un poco patético, pero me salió espontáneo. Habría sido buenísimo que nos contestara: «Ay, qué casualidad ¡justo estaba deseando que entraran una psicóloga y una psicopedagoga por esa puerta!». Pero no fue así, no. Más bien lo que nos dijo fue: «Pues mira, no necesitamos a nadie [insertar tonto y mirada de asco absolutos] pero, si queréis, podéis dejar el CV».

Supongo que más adelante podría plantearme pasar por allí y dejárselo, pero ni recuerdo bien en qué calle exactamente anda ese local. Je. Yo y mi sentido de la orientación, mi sentido de la orientación y yo.

Tras todo esto, decidimos comenzar con la ronda de tapillas. Como habíamos quedado tan temprano, aún no eran las 8 y no estaban disponibles todas las tapas [no andaban encendidas las planchas] pero nunca es demasiado tarde – o demasiado temprano- si se te antoja echarte un vino. Y así fueron por mi parte dos tintos de verano y tres o cuatro copas de vino, no lo recuerdo muy bien. Por aquello de hacer la despedida en condiciones, decidimos no quedarnos adosadas a un bar, sino ir moviendo el culo con cada tapa por aquello de ir haciendo el recorrido turístico.

En un momento de la tarde-noche, yo decidí quedarme con mi amiga y posponer lo de mi amigo para otro día. Lo mejor es que él, por su lado, decidió lo mismo y cuando me vino a llamar los dos estábamos absolutamente de acuerdo, así que no hubo problemas diplomáticos – sobre todo si tenemos en cuenta que esa chica se va y con él podré quedar más adelante en cuanto podamos-.

Al ver que yo ya no tenía que irme a ninguna parte, comenzó el despendole. La sobriedad fue cediendo paso a la embriaguez. Se supone que este proceso es algo natural, pero para mí comenzó cuando a ambas se nos puso cara de filósofas y mi amiga me lanzó la siguiente pregunta: «Silvia… ¿Crees que el amor dura para siempre?» «Bueno, yo es que creo que el amor evoluciona, como decía Unamuno, o creo que era Unamuno, a saber, a los muchos años de matrimonio ya no te conmueve ver la pierna de tu mujer, pero la amas si te das cuenta de que, si le pasa algo a esa pierna, es como si le ocurriera a una pierna tuya». «¿Unamuno? jajajaj… pero, Sil, tenemos que aclarar una confusión terminológica, vamos a ver ¿Qué es el amor?» Momento en el que Silvia, merced a los bebedizos mágicos,deja de ser Silvia,se convierte en Jesús Quintero y le rebota la pregunta a su amiga: «Ok, vamos a ver ¿para ti QUÉ es el amor?».

Cuando el alcohol me lleva a la fase filosófica, ya estamos perdido y toca un round dialéctico completo que dura horas y que abarca:

  • Sentimientos.
  • Relaciones personales.
  • Autoestima.
  • Familia.
  • Mundo laboral
  • Motivación.
  • El sentido de la vida (nada menos).

Y todo este ciclo, tiene dos detonantes. El primero, como veis, que por ambas partes haya suficiente cantidad de alcohol en sangre. El segundo, un cambio de escenario fundamental que se inicia con la siguiente frase: «Oye, estamos muy agusto hablando. ¿Qué tal si nos tomamos una copa? Vale, mañana tengo que madrugar, pero será la última o, mejor dicho, la penúltima; que decir la última da mala suerte»…

PRÓXIMO DÍA: YA HABÉIS VISTO CÓMO NACE UNA KURDA. PARA MAÑANA POR LA NOCHE, LA SEGUNDA PARTE: CÓMO SE DESARROLLA UNA KURDA. ¡BUENAS NOCHES, RAMILLETES DE NARDOS! 

A falta de categoría para «Alcohólicos Anónimos»… ¡Categoría Educación!

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Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
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2 respuestas a Factor Silvia «in the night»: ¡¡Una kurda mítica!! (I)

  1. jairo dijo:

    Silvia jijiji a mi con una turuza wena me da por hablar del curro y reir, en fin de vez en cuando no viene mal y ya ves eso de ir ocn toa la resaca al día siguiente a currar es una superacion y un ejercicio de resistencia jijiji

    • vengatriz dijo:

      ¡Yo últimamente parece que no hablo de otra cosa! jajaaj… pero las kurdas también me dan por reír, es muy raro que me dé una borrachera triste 😀 ¡Voy ahora a ponerme al día con los blogs y después continúo con la anécdota!

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