Hoy no ha pasado nada relevante en el Aula Matinal y por circunstancias que a continuación explicaré, he acabado cancelando mi cita con la polaca (la de intercambio de idiomas). Lo de Cruz Roja absorbió todas mis energías. Quienes leéis esto, sabéis que, aunque descansé en verano, estoy ejerciendo como voluntaria desde febrero, así que ya tengo alguna experiencia. Sin embargo, os puedo asegurar que la jornada más fuerte que he experimentado desde que comencé ha sido la de hoy.
Hoy me tocaba dar un taller sobre Hepatitis B. Me mandaron la información ayer y por supuesto no debía contar con tiza, pizarra, aula o medio técnico alguno. Simplemente, me tenía que estudiar la información y para eso me preparé un esquema.
Cuando vinieron a por mí, supe que trabajaría con una chica francesa, porque la gente a la que iba dirigida la charla no sabe inglés. También me dijeron que previamente tocaría llevarles a la clínica, porque uno de los inmigrantes (en esta ocasión, chicos de Mali) necesitaba solicitar una analítica y los otros dos precisaban que alguien les explicara los resultados. Ambos habían dado positivo en marcadores de Hepatitis B. Por suerte, en uno de ellos no había nada reseñable, lo que los médicos llaman «un falso positivo», porque el resto de la analítica desmentía que pudiera tener hepatitis, pero el otro, que además no sabía ni español ni francés, resulta que tiene Hepatitis B crónica. Es decir, enfermedad para toda la vida, precauciones para no contagiar a los demás para toda la vida y un riesgo del 25% de sufrir cirrosis o cáncer de hígado.
Para quien no lo sepa, esta enfermedad es entre 50 y 100 veces más contagiosa que el sida, se propaga por las mismas vías, requiere mucha atención a la higiene porque el virus es capaz de sobrevivir siete días fuera del cuerpo y, quien la padece y se trata (si se coge a tiempo es tratable) aunque la recuperación se da en el 90% de los casos, el virus tarda unos seis meses en desaparecer del cuerpo y, mientras está en el cuerpo, puede seguirse contagiando.
Imaginaos las implicaciones de esto si tenemos en cuenta que esta gente viven en casas ruinosas y con malísima higiene situadas junto a los invernaderos.
Con el ánimo roto, mi compañera y yo regresamos a la «casa» donde se detectó el problema y en la que viven once chavales y dimos la charla a medias en francés, a medias en español. También les pasamos un cuestionario y luego vino lo peor: como la coordinadora nos dijo que no podía venir, que nos tocaba dar la noticia a nosotras, pues debíamos anunciarle al muchacho su enfermedad con la única ayuda del chico que había salido «limpio», el que más español sabía.
No cualquiera está entrenado para dar malas noticias. Allí realmente habrían hecho falta un psicólogo, un médico y la coordinadora, como responsable, pero esta había preferido irse con otro equipo a repartir abrigos por levante, una actividad mucho más relajadita. Lo que no puedo comprender es que ni siquiera tuviera un protocolo establecido para responder a este caso si consideramos que había altas posibilidades de que alguno de ellos padeciera hepatitis crónica. Cuando preguntamos, ya que no venía, cómo darle la noticia… ella no sabía.
Al final decidimos llevárnoslo aparte, con la única compañía del chico que nos haría de traductor, para preservar su intimidad en la medida de lo posible y acordamos la chica y yo negociar cada frase antes de pedirle al muchacho que tradujera, con idea de poder ponderar los efectos de cuanto dijéramos. Cada cosa que se dice en una situación así tiene su efecto.
Al final le dijimos que tenía una enfermedad para toda la vida, que debía ser responsable y cuidarse porque podía contagiar a los demás, pero que si todos tenían cuidado, no habría problemas; que tenía un 75% de posibilidades de que la enfermedad permaneciera dormida y que procurara, además de lo de la higiene, comer bien,dormir bien y acudir a controles médicos periódicos. También le dijimos que no se preocupara, que nosotros (como Cruz Roja) haríamos cuanto pudiéramos.
Tras esto, volvimos a Almería y nos tomamos dos cañas mientras esperamos que llegara la coordinadora. Nos sirvió para desahogarnos. Mi pobre compañera nunca había tenido que dar una noticia parecida y, además, ella llegó a Cruz Roja no como voluntaria, sino como doctoranda que estaba haciendo su tesis. Decidió pasar unos cuestionarios y, de ese modo, fue detectado el foco de Hepatitis. Ahora va a entrar como voluntaria porque tras esta experiencia se ha implicado emocionalmente con ellos. De hecho, fumaba como una locomotora y estuvo a punto de llorar en varias ocasiones, se iba escondiendo. También medio lloraba el chico traductor y la cara del chaval enfermo, de sólo 20 años, es indescriptible.
Pero intentábamos buscar lo positivo. De no ser por su trabajo, aquello habría pasado inadvertido y quién sabe si se habría desatado un brote serio de Hepatitis B. Ahora vacunarán a todos los que estén sanos y, si hay más enfermos, se medicará a los que sea posible. De algún modo, la situación será menos dañina.
Sin embargo, la cara más triste del asunto vino cuando le preguntamos a la coordinadora qué podríamos hacer con este caso y nos dijo que, más allá de vacunar y medicar a los que se pueda, nada. Las residencias gratuitas que acogen enfermos no admiten a gente con enfermedades contagiosas. La única que los admite está muy solicitada y sólo quedan vacantes cuando se muere algún residente. Aparte, no lo acogerían a menos que se manifestara la peor parte de la enfermedad.
En conclusión, este chaval, aunque puede que la enfermedad no le detone, debe plantearse dónde preferiría morir; porque quizá le compense volver a su país de origen. Aquí tiene todas las papeletas para que se le desarrolle la enfermedad, porque sus medios de vida no son los mejores y Mali es un país pobre, allí seguro estaría mejor; al menos estaría con los suyos.
Nos hemos quedado hechas polvo.
Mi día más duro en Cruz Roja, sin duda.
Así que, tras siete horas así, llegué a casa y sólo fui capaz de cancelar todo y dormir, para despertar después con un dolor de garganta interesante. Suele ocurrir, al menos a mí, que cuando reprimo alguna emoción me sale en forma de síntoma físico; ya se me pasará.
Mañana más 🙂
Qué pena por el chico 😦
Pues sí, Gissel 😦
A ti te pasa en la garganta lo mismo que a mi…. Y desde luego no es de estrañar! Que mal trago y que tristeza, con los años dejara de afectarte tanto (que aunque parezca cruel es la realidad) les pasa a los medicos, enfermeras y tal… lo sé, conozco a muchos. La vida acaba por endurecerte la piel como una coraza, o eso o el desequilibrio psicologico, no hay mas. Es inevitable que te afecte y lo recordaras durante un tiempo pero es lo que hay, despues se recuerda pero ya no duele. Con mas tiempo te contare un caso que me paso en el asilo donde hice las practicas… no he conseguido olvidarlo pero ya no duele (ves?)
Un besazo mi niña!!!
¡Hola, Nieves! El caso es que yo tendría motivos para haberme endurecido ya, pero siempre hay cosas que sobrepasan tu límite de resistencia y… es así como crecen los límites; cosa necesaria para hacer ciertas tareas pero ¿deseable? ¿de verdad puede ser deseable deshumanizarse del todo? Lo comento porque, a propósito de lo que comentas de los médicos, una de las cosas que más me impactaron, aunque no la comentara en la entrada, fue la frialdad absoluta con la que la médico nos comentó la noticia; lo que es utilizar el mismo tono de voz con el que dirías» hoy hace sol pero mañana va a llover». ¡Ay!
Esa experiencia tienes que comentármela. A ver cuándo volvemos a tener otra charla por MSN, que me apetece hablar contigo.
¡Besote! ¡Gracias por estar!
joer sin duda es normal que se ha tu día más duro en la cruz roja, dar noticias asi te dejan de piedra, y siempre son dificiles de afrontar, creo que tu y tu compañaera salisteis bien en la situacion de comunicar tal fatidica noticia
Gracias 🙂 Lo hicimos lo mejor que supimos… ¡ayns!
Creo que no hay esquemas ni protocolos sobre cómo dar malas noticias. En cuanto a la forma de comunicarlo del médico… es normal, si tenemos en cuenta que hasta donde sé no les enseñan cómo tratar la parte emocional de los seres humanos, y como forzosamente tienen que «defenderse» ya que no pueden ponerse al borde de las lágrimas cada vez que tienen que informar sobre un mal estado de salud, un mal pronóstico o una muerte inminente o ya producida, pues… se visten de indiferencia. No ha de ser fácil despegarse emocionalmente, es decir, no sufrir -indispensable cuando se convierte en hecho rutinario a causa de la ocupación de cada uno- y al mismo tiempo contener con cierta dosis de calidez y sentimiento al receptor de la mala nueva. En fin… la vida, chicos. Besos a la protagonista y saludos a todos.
Sí que hay modos. Los psicólogos estudian esto. No digo que sea fácil, pero se puede planificar. No da igual una mala noticia alguien psicológicamente preparado para ello, que sabe cómo plantearlo, que alguien a quien coges de sopetón y le metes en el brete.
Lo de los médicos lo entiendo, pero no por ello deja de ser impactante.
¡Muakis, guapa!
Para mí una mala noticia es eso: una mala noticia. No me convence nada de lo que pueda decir o hacer un psico al respecto. Si se trata de decirle a un tío que está enfermo… ¿cómo endulzas el momento? Hay un instante en que el individuo comprenderá de qué se trata, que «entrará» en su mente el concepto, la idea. Ese instante siempre es repentino, violento. ¿Será más suave si con el discurso previo te lo ves venir? ¿Si lo lees en la cara de quien te lo dice? No lo creo. En todo caso el asunto pasa por el hecho de que uds. hayan tenido que decírselo y tal vez fue una responsabilidad excesiva, habida cuenta del papel que juegan allí. Eso es todo.
¡Fuf! La noticia es dura, pero el modo importa… al final la coordinadora nos escribió dándonos las gracias, al menos fue consciente de la responsabilidad que nos tuvimos que comer. ¡Muakis!
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