Como os contaba, una de las mejores decisiones que podía tomar era la de hacer el crucero por el Sena. Desde el río quedan a la vista los palacios y monumentos más emblemáticos de París. Hasta los mismos puentes, por sí mismos, son impresionantes –enormes, decorados incluso con las efigies de algunos dioses griegos- y, cómo no, también la Torre Eiffel decidía asomarse al río para maravilla de los turistas.
Esa torre era una construcción provisional, realizada únicamente para una exposición, pero al parecer resultó tan extremadamente útil durante la Segunda Guerra Mundial, que decidieron conservarla. Me resulta irónico pensar que en Almería contamos con otra construcción de hierro de la misma escuela pero mucho más fea: el cargadero de mineral. Construcción fea pero, sin embargo, patrimonio local. Y más irónico es todavía que Miguel, que fue quien me presentó a la famosa Torre, días atrás estuviera en Almería y tuviera oportunidad de conocer a través de mí a la prima más fea del símbolo francés por excelencia.
Durante el crucero chispeó un poco. Era casi como si el cielo de París quisiera anunciar que seguía siendo él mismo y que sólo se estaba portando bien porque era mi primer día, pero que a partir del día siguiente me enteraría de con quién me estaba batiendo el cobre.
Tras el crucero decidimos encaminarnos hacia la Torre. Mis pies comenzaban a doler y mis ingles no estaban para más turismo (recordemos lo que expliqué en la entrada anterior sobre la fuerza de rozamiento entre los muslos) pero… seguí adelante. Estaba anocheciendo. De noche, según me explicaron, la iluminan y en cierto instante, durante 20 minutos, se produce un espectáculo lumínico digno de ser visto.
La verdad es que su efigie en el horizonte era analgésica: me hacía olvidar todos los dolores, la ilusión por llegar era más importante. Y así, hasta con prisa por aquello de no perdernos nada, alcanzamos el Campo de Marte, que se sitúa justo frente a ella. La gente se amontonaba en el Campo de Marte hasta tal punto que los negritos acudían con botellas de vino e incluso de champán a los visitantes, dándonos pie a organizar botellones de alto nivel.
Así, reventada pero feliz, sentada sobre el césped, fui testigo de cómo al anochecer la torre era encendida y también de cómo un tiempo después, a modo de gigantesco árbol de Navidad, la horda de luces que la recorren de extremo a extremo se encendía y apagaba a toda velocidad, simulando estrellas parpadeantes.
Caramba, creo que la escritura ñoña no se me da bien. Lo mejor que se me ocurre es adjuntar alguna de las fotos y vídeos que obtuve aquel momento. Dista de ser como estar ahí delante, pero seguro que, al menos en este caso, unas cuantas imágenes se explican mejor que mil palabras.
Espectáculo de luces en la Torre Eiffel
Lo malo es que tanto regodearse en la belleza nos hacía ir con retraso. Tocaba galopar, alcanzar el metro, luego el RER y, tras eso, el bus en Disney que nos llevaría de nuevo a la residencia. Si no hacíamos todo esto a tiempo, podíamos quedarnos colgados en mitad de París. El problema venía de que tal y como iban mis pies y mis piernas, no me era posible galopar a ese nivel, amén de que mis facultades atléticas nunca han estado demasiado desarrolladas, así que llegué a temer quedarme colgada, en especial porque Debo, la chica gallega, corría como si le fuera la vida en ello.
Afortunadamente, aunque no entiendo cómo lo hice, lo hice, aunque no tenía a las musas para hacer maravillas y, claro, para mi sorpresa, con todo el trajín que llevábamos encima, a Miguel y a Debo les dio por componer- y a mí por grabar, era lo único que podía hacer en aquellas condiciones-.
¿Y qué compusieron? Lo único posible: una canción sobre idiosincrasia española con la siempre presente melodía de “Magic Everywhere” de fondo.
La letra decía así:
Españolitos vamos ya
a conquistar “la” Disneyland
aunque no hables ni papa
de francés.
Haz la maleta y vente ya,
que si eso ya te entenderán.
Si no te entienden, grita más.
Somos los amos
de “tó” este tinglado.
¿Y qué?
Spanish everywhere!
Siempre la liamos.
Se nota cuando estamos…
¡Y cuando no!
Todo nos da igual.
No tenemos vergüenza.
Nos la suda lo que piensan
los demás.
Más o menos eso viene a ser lo que piensan de nosotros en aquellas tierras: somos ruidosos, no nos molestamos en aprender otros idiomas, carecemos de sentido del ridículo… y, la verdad, no todo es tópico, pero, al menos por lo que vi, no debemos sentirnos inferiores a nadie; cuando queremos aprendemos tantos idiomas como el que más (lo vi, ya os he explicao el nivel de los curritos de ese lugar) y contamos con el incuestionable don de llevar alegría allá donde vayamos. Una de las cosas que más me asombraron – y que no debería contar aún porque supone adelantar información- fue ver que en Eurodisney estos nórdicos no ríen ni arman escándalo. Repito: en EURODISNEY. Se podría justificar debido a que aquel día no es que lloviera, es que cayó una segunda versión del diluvio universal, pero no es suficiente: los españoles estamos menos acostumbrados a eso y, sin embargo, parecíamos los únicos que demostrábamos alegría por estar allí. ¡Hasta los niños nórdicos estaban mustios cuando deberían estar dando botes! Increíble tanta contención.
No obstante, quizá cuando nos dio por componer y cantar la cancioncita (me incluyo porque estuve allí, no porque hiciera nada útil) nos excedimos un poco: había un señor negro intentando dormir que no paraba de dar saltos en duermevela porque ni conseguía dormir ni lograba apreciar nuestro sentido del humor o la belleza de la melodía. Sin embargo, fue un gran modo de reconocer a los españoles que rondaban por ahí: al oírnos no podían evitar proferir alguna risita (o risotada, que se note que somos indiscretos).
En fin… con gran dolor, hasta de alma, llegué a la Boisserie. Necesitaba un bañito. En consecuencia, necesitaba un secador. Esta fue una de las valiosísimas pertenencias que no pudo acompañarme debido a cierto pequeño-gran caos con el equipaje. Aquí fue donde entró en escena Paloma, una amiga de Miguel que daba una fiesta en su apartamento (ya me entendéis, dentro de la residencia). Y yo sin poder ni menearme. Tened en cuenta que mi pelo es un cabrón (fino, con tendencia a engrasarse) que no queda nada bien si no me lo arreglo con el secador. Por ende, tal y como llevaba las piernas – y sin vaqueros útiles en la maleta, porque los únicos que llevaba llegaron tan sufridos el primer día que no me los podía volver a poner sin lavarlos previamente- no me quedaba más remedio que ingeniármelas para ir con los leggins agujereados. ¿Cómo tapar el agujero? Coser no es mi fuerte (con sinceridad, nada doméstico es mi fuerte) y, aunque hubiera sabido, tampoco había con qué.
Pero, como se suele decir, la necesidad aviva el ingenio y de esa tenía mucha, no sólo de cara a ver cómo me las ingeniaba para salir esa noche, sino, sobre todo, de cara a los días venideros.
Al fin hallé el modo de salir con esos leggins. Fue muy estúpido, tanto que funcionó.
Me puse los pantalones de mi pijama debajo.
El pijama en cuestión no es negro, es gris oscuro, pero hace un apaño. Con los pantalones bajo los leggins, el agujero no resaltaba tanto. Es más, si yo no lo comentaba (en alguna ocasión lo comenté) no se daban cuenta.
Por cierto, leí por ahí en un blog de moda (sí, yo también leo sobre tendencias, a pesar de lo desastre que soy) que unos leggins rotos se pueden reciclar practicándoles cortes geométricos para luego usarlos sobre medias oscuras y en el marco de un estilo rockero. Lo tendré que intentar. Total, es eso o que acaben en la basura. Ya os contaré.
Y así, entangarillada como pude, sobreviví a otra fiesta y a sus consiguientes vasazos de sangría, entre otras cosas. Fue una noche larga y entretenida, a pesar de cierta francesa que se cabreó mucho con Miguel. ¿Motivo? Uno de sus amigos estaba borracho en uno de los sofás. Miguel, a modo de broma, tomó una prenda de la francesita (ya no recuerdo si era un foular o una rebeca) y se la puso en la cara al borracho a modo de broma. La chica enfurecida, la cogió y comenzó a gritar en inglés que la prenda en cuestión le había costado 80 euros. Inicialmente entendimos 18 (porque suena parecido y porque resultaba increíble que esa prenda le hubiera costado esa cantidad). O nos tomaba por tontos o la timaron. En fin. Francesitas sin humor everywhere.
Os voy dejando, no sin antes daros la enhorabuena. ¡Ya vais por la mitad de esta narración! Je.
¡Nos seguimos leyendo!
Nota: Espero que podáis ver los vídeos. No fueron subidos a Youtube, pero sí a Facebook. Por eso tengo mis dudas. Ya me contaréis.
Buenas, una entrada genial, una francesita con faltas de uno dos polvos mágicos y negritón matón que casi mosqueáis con la canción por no dejarle dormir. Me he reído bastante. Los videos de los enlaces no los he conseguido ver y qué envidia sana tengo de esa experiencia de sentarse en el césped del Campo de Marte contmplando ese espectáculo de luces. Muy bonito todo, en serio. Enhorabuena y besitos.
Pues no sé cómo hacer, porque tampoco me parece plan subirlos a Youtube y enlazarlos desde ahí! Pero gracias por el aviso. Qué raro que sólo esté tu comentario, cómo se notan las vacaciones. Esta tarde voy a darle un poco de tralla al blog, tengo que acabar esta anécdota y contar cosas de mi emancipación, jeje. ¡Muaks!
muy grande la cancion silvia jijijijiji
¡Mejor es la interpretación! Nos falta el videoclip 🙂