El extraño episodio de las palomas

Ya sé que la última vez que escribí sobre la historia de mi emancipación (una serie que debo actualizar más) prometí que hablaría sobre decoración, un punto casi tan interesante como el de la cocina o como el de cómo nos «organizamos» para llevar a cabo las tareas domésticas, pero como se está dando un fenómeno tan repentino como singular en el piso, eso ha acaparado mis necesidades expresivas: tengo que contarlo. Y punto.

El fenómeno podría resumirse con una palabra «palomas» aunque quienes han estado leyendo la historia de mi viaje a París me permitirán añadir la coletilla everywhere. 

Todos conocemos a este ambivalente animalito. Ambivalente porque, por un lado, le mostramos auténtico odio cuando invaden nuestras plazas, dañan nuestros edificios antiguos y van dejándolo todo repletito de cagarrutas o, directamente, optan por cagarnos encima. Dicen los expertos que, aunque físicamente tengan poco que ver, las palomas son nada más y nada menos que las ratas del aire, y que el mundo sería mejor si desaparecieran unas cuantas. A propósito de las ratas, no son tan distintas de los hamsters, pero se comen solas la mala fama las pobrecitas.

Sin embargo, no dejan de ser animalitos clásicos. ¿Quién no la ha pintado con la ramita de olivo como símbolo de la paz en la boca? Lo que la gente no suele ver es que ese símbolo no puede estar más ligado al cristianismo o, incluso, al judaísmo, que a los derechos humanos con la que la solemos relacionar. ¿Alguien recuerda la historia de Noé? Sí, la de la caricatura que hace ese anuncio de Axe. Haciendo un resumen, érase una vez un señor que recibe el aviso de que van a pasar por agua a todo bicho viviente, a excepción de a él mismo, a su familia y a una muestra de animales de cada especie… eso sí, a condición de que haga un arca chupiguay con ayuda de las instrucciones divinas y si ya con esto no caben, los plegamos.

¿Dónde aparecen las palomas en este lío? Pues en un panorama tan complicado como húmedo. Imaginaos, estáis en un arca (barco enorme) y os cae una lluvia violenta e ininterrumpida (y planetaria, como para invertir el eje planetario) durante cuarenta días y cuarenta noches. ¿Qué pasa después? ¿Dónde aparcáis? Ocurre lo obvio, aunque haya dejado de llover, todo sigue anegado de agua y nadie puede bajar de ahí hasta que haya tierra por alguna parte.

Como Noé tenía un buen rollo que ni San Francisco de Asís con los animales, envía a una paloma a hacer reconocimiento del terreno… y le dio una alegría tremenda cuando la vio aparecer, oh casualidad, con la ramita de olivo en la boca, que no significaba ni más ni menos que el nivel de agua ya había bajado y, por tanto, ya era posible «aparcar».

De ahí se derivan algunos de los roles típicos de las palomas:

• Que son mensajeras.
• Que son símbolo de paz (representan, junto al arcoiris, porque una lluvia así no sale sin arcoiris, la reconciliación de Dios con el hombre, que promete que ya jamás volverá a destruir a la Humanidad… con el agua, ojito).
• Y más adelante, dentro de la simbología cristiana, representan al Espíritu Santo, en lo que no profundizaré, que esto comienza a parecer un blog de teología.

Hasta ahí llegaba mi conocimiento acerca de las palomas cuando hace aproximadamente una semana encontré a una pareja de ellas en mi balcón. Que conste que no eran palomas normalitas, de esas plateadas y escuchimizadas que nos miran con actitud sospechosa y asaltan a los jubilados para obtener cualquier cosa que recuerde vagamente a una miga de pan. Se trataba de una pareja de palomas tan grandes que en principio hasta dudé que fueran palomas (aunque no pudieran ser otra cosa) y completamente blancas.

La imagen me resultó impactante y como pensamiento mágico y literatura se llevan tan bien, me dio por pensar que aquello debía ser alguna especie de señal, por más que un par de amigos bromearan conmigo diciendo que sacara la escopeta, que con eso me ahorraba el dinero de la cena.

Siendo Internet el instrumento que ilumina toda mente en apuros, me puse a buscar qué más, aparte de lo dicho, pueden representar las palomas, y me encontré con la siguientes sorpresas:

• Los romanos (no me refiero a los actuales habitantes de Roma) se inspiraban para sus augurios en el vuelo de los pájaros. Según ellos, que vuelen a la derecha es positivo, que se dirijan a la izquierda es malo, que vuelen desde tu balcón hacia el frente es buena señal pero sólo si son dos aves o más, porque ver sólo un pájaro indica malas noticias.
• La paloma era el animal que representaba a Afrodita (nombre griego) / Venus (nombre romana), diosa clásica del amor y, por esta razón, se conserva la tradición de lanzar dos palomas blancas (qué casualidad más grande) en las bodas, como signos de las promesas de amor y compromiso que se hacen los novios.

Visto así, cualquiera diría que estoy a nada y menos de que me salga relación seria [insertar cara de «yo no sé nada»]. Seguiremos informando.

Pero no acaban aquí los episodios sobre palomas. Si fue desconcertante ver dos palomas blancas enormes en el balcón, imaginaos cómo me quedé cuando a la mañana siguiente me encontré con cinco ejemplares prácticamente idénticos. Ya no pude evitar radiarlo a mi entorno; mi pensamiento mágico se encontraba totalmente exaltado. Las opiniones seguían divididas en dos bandos, ya sabéis, el de «ya tienes cena» versus «¡eso es señal de buena suerte!». Me encanta pensar lo segundo. No sé si lo sabíais, pero creer que has visto una señal de buena suerte, trae buena suerte.

Dos días después, mi compañero de piso (él no podía ser menos) encontró dos palomas durmiendo en el balcón. Un símbolo parejil monísimo, si seguimos las explicaciones precedentes, pero aparte, una cosa bastante singular, porque es extremadamente raro encontrar dos palomas por la noche.

Al día siguiente yo no las vi en la casa, sino en la calle. Nada más cruzar el portal, ahí estaban.

Finalmente, esta noche, que la pasé en casa de mis padres, me ha comentado mi compi que se encontró con otra paloma en el balcón.

E insisto, por si no hubiera quedado claro: todas blancas y enormes.

Por más que a mi pensamiento mágico le fascine, tanta recurrencia me hizo pensar hace un par de capítulos que quizá tanta paloma repentina podía deberse a la existencia de un criadero en las proximidades, por lo que una de las veces procuré acercarme a ellas y observarlas. Veredicto: nada de alas pintadas ni de anillas en las patas, distintivos típicos de las palomas de criadero.

No obstante, pregunté a una conocida del barrio por la posible existencia de un criadero de palomas por los alrededores. Me contestó que, al menos que ella sepa, no hay nada de eso. Lo más parecido es la presencia de un vecino que, por gusto, tiene palomas en su casa pero, atención al detalle, no son palomas de esas características, sino de las comunes que vemos por la calle.

Sorprende también de ellas lo poco asustadizas que son – cuando este animal es cobarde donde los haya-. Al parecer, según me comentó mi compañero de piso, cuando él descubrió a la parejita durmiendo en el balcón, él mismo y su perro se acercaron a verlas y ellas ni alteraron el gesto, permanecieron donde estaban, cuando lo normal es que hubieran levantado el vuelo al ver al perro.

¿Sabéis? Me gustaría pensar que cada paloma es una buena noticia. Por lo pronto, la primera es que vuelvo a trabajar. También hay alguna gratificación personal que, de momento, sólo queda para mí. Pero queda más, mucho más, porque empiezo el curso con ganas de comerme al mundo por la patilla. Ea.

¡Espero que no os haya vuelto locos este disparate de entrada! 😀

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