Había una vez una cigarra y una hormiga


Había una vez una cigarra y una hormiga.
 
La cigarra era el alma más sonora de su barrio. Desde pequeña había estado dándole la brasa a todos los vecinos con sus ensayos corales porque, cómo no, quien tiene vocación musical suele maullar en un coro durante su infancia. Con la adolescencia vinieron las greñas, la guitarra eléctrica y los cuatro colegas. No pasaron de ambientar cuatro garitos a cambio de un precio ridículo y de una cierta popularidad local.
 
La hormiga siempre fue responsable. Ya en el colegio destacaba. Luego llegó el instituto y, tras eso, el acoso escolar, porque existe una tendencia social a desear romperle la nariz a quien nos recuerda cuál es el deber que no cumplimos. A continuación entró en la Universidad, pues así era el orden natural de las cosas, el karma se restableció y cayeron como fruta madura aquellos reconocimientos que se le negaron en los años de instituto en forma de éxito académico y palmaditas en la espalda.
 
Tras la adolescencia llegó la adultez, aunque aún se consideraba una cigarra joven cuando el entorno social comenzó a presionarla. “Está bien que seas artista, pero eso no te dará seguridad el día de mañana”, “aunque tú digas que te esfuerzas a todo el mundo le parecerá que estás vagueando”, “entiendo que el arte te hará feliz pero lo más probable es que no seas nada extraordinario y, o tienes muy buenos contactos, o debes ser excelente… y a veces ni con la excelencia lo consigues”. Pero la cigarra odiaba la vida rutinaria y seguir el camino que los demás intentaban trazarle, así que comenzó a fumar marihuana, se hizo un tatuaje en una de las patas y se adornó la lengua con un piercing, que dicen que es el uniforme de quien se declara rebelde en el siglo XXI y al son de “yo de mayor quiero ser viejo rockero” siguió empecinada en llevar la contraria a quien intentara dirigir su vida.
 
Mientras tanto la hormiga, al ver el desempleo tan elevado y al considerar que a través del camino de la constancia se alcanzaba el éxito, decidió que la continuación natural a su licenciatura era el doctorado, del que salió cum laude, todo ello aderezado con unos años muy tediosos en los que estuvo como becaria eterna de la universidad a cambio de un salario de mierda mientras sus profesores se llevaban todos sus méritos con una amplia sonrisa y le decían “Sigue así, que vas bien, se nota que eres constante, trabajadora y capaz, a quienes son así les acaba llegando su recompensa”.
 
Ni la cigarra ni la hormiga tenían demasiado dinero en sus carteras, pero nadie podría dudar de que la cigarra al menos se lo pasaba mejor.
 
Un tiempo después la cigarra se vio con cuarenta años y al borde de una depresión. Ninguna de sus relaciones sentimentales habían cuajado: “Eres un bohemia y para una aventura eso nos excita” le decían “pero de cara a formar una familia ni tus hábitos ni tus recursos son los más adecuados”. De ese modo, no le quedó otra cosa que encadenar amantes, cosa que resultaba más fácil a los 20, aunque con la edad cada vez era menos selectiva.
 
Mientras tanto, la hormiga se había convertido en una burócrata. Al principio eso le gustaba, porque si aprendía a hacer un trabajo de manera rutinaria, eso le eximía de comerse la cabeza y, dada su personalidad, prefería la seguridad a los retos, pero poco a poco se sintiendo cada vez más triste y gris e ignoraba por qué. A diferencia de la cigarra, sí había creado una familia, pero hace un par de años su pareja le dejó. Nunca olvidaría su nota de despedida “Cariño, lamento todo lo que ha sucedido, pero hace un tiempo que siento que a nuestra relación se le ha ido la chispa y… he terminado acostándome con la cigarra, así que creo que es mejor dejarlo”.
 
Desde entonces su estatus económico, que tampoco era demasiado boyante, había mermado muchísimo ya que cada mes debía abonar religiosamente la manutención de los dos chiquillos.
La soledad le había llevado a apuntarse a una web de búsqueda de pareja. No hacían más que agregarle insectos hembra o muy jóvenes o extranjeras, lo que la hacía sentirse más valorada como fuente de una posible estabilidad que por sus cualidades personales.
 
Pasó más tiempo.
 
La cigarra, viendo que al final la música no le daba una salida práctica, consiguió malvivir con ayuda de un subsidio y decidió invertir su tiempo libre en actividades edificantes como afiliarse a un grupo de estos que protestan para darse una vuelta y  golpear cacerolas cada vez que algo le disgustara, inscribirse en un curso de Pilates y comenzar un voluntariado, por aquello de tener amigos si las cosas venían mal dadas, ya que la vejez es larga y muy dura si se vive en soledad.
 
La hormiga no volvió a establecer otra relación de pareja estable por temor a que cualquier pareja potencial se le acercara sólo por sus escasos bienes y le tocó vivir cómo, debido a la progresiva degeneración social, fue perdiendo derechos. Al final le tocó vivir con otro subsidio no muy distinto del que recibía la cigarra y con la sensación de que había arrojado su vida por un retrete para tirar a continuación de la cadena.
 
Un día la cigarra y la hormiga se encontraron en una manifestación.
 
La cigarra la saludó muy sorprendida con un “Ey ¿cómo tú por aquí?”
 
“No sé de qué te extrañas tanto, total, siempre fui una obrera”
 
“¿La familia bien?”
 
“Bueno, bastante, tengo la suerte de ver a mis hijos un par de veces por semana desde que me quitaste a mi mujer”
 
“Bah, no duró ni dos meses y apenas si la recuerdo: una experiencia muy mediocre”
 
“En fin, poco valía si me cambió por ti”
 
“No te quejes tanto, toda la vida la sociedad ha estado comparándome contigo y siempre he salido perdiendo”
 
“Pues aquí estamos los quejándonos y pasando necesidad, la vida no es justa”
 
“No lo es, no, aunque supongo que a ti mi situación sí te parece justa”
 
“Mi opinión aquí es irrelevante”
 
“Entonces te invito a un chocolate con churros”
 
Moraleja:
 
Desde entonces quedaron todos los días para desayunar, echar una partida de ajedrez y contarse sus cosas. Al fin y al cabo, la cigarra y la hormiga no son necesariamente opuestas, pueden coexistir perfectamente dentro de una misma persona.
 
No seamos demasiado severos juzgando a ninguna de las dos.
 
18/02/2013

Acerca de Hécate

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8 respuestas a Había una vez una cigarra y una hormiga

  1. ¡Ja ja ja! Menudo cuentecillo, mujer 😀 No sé si reír o echarme a llorar, o las dos cosas a la vez.

  2. Nieves dijo:

    Jo!!! Me has tenido enganchada de principio a fin. Muy entretenido; Esa cigarra me cae bien, la hormiga no tanto pero seria incapaz de juzgar… cada uno es «yo y mis circunstancias».
    Besito reina mia!

  3. la verdad que visto asi, uno no sabe si es hormiga o quiere serlo, lo dificil es separar las dos cosas ser hormiga cuando procede y cigarra cuando necesitas desahogo, en fin sea como fuese la moraleja es acertada, no se debe juzgar a nadie por ser como es, de todo el mundo se sacan cosas positivas y negativas, pero quedarse con las segundas no es lo mejor para ser feliz…

    • vengatriz dijo:

      Yo, como dije en el cuento, creo que todos tenemos de las dos. En unas épocas ha «dominado» la cigarra y en otras la hormiga. Es importante tener claro que la vida no es justa, por lo que lo principal es estar en paz con uno mismo, hacer lo que realmente se desea, porque hacer lo que los demás te dicen no garantiza el éxito.

      Me ha alegrado volver a escribir ficción. Hacía mucho tiempo que no lo hacía.

  4. Muy bonito, y muy cierto.

    • vengatriz dijo:

      ¡Qué alegría verte por aquí! Me alegra que el texto te guste. Ya me contarás qué andas haciendo por Liverpool, quizá me lo contaste en Facebook, pero luego no encontré dónde te lo había preguntado. ¡Pásalo en grande, que te lo mereces!

  5. Avellaneda dijo:

    Me gusta mucho. Y si añadiéramos a las cigarras que terminan pagando manutención (sí, también las hay) o enganchadas a según que cosas, me gustaría más. Y con las hormigas que se juntan con gente decente que permanece junto a ellas independientemente de un polvo mediocre (sea con cigarras o con hormigas, todos tenemos un mal día), ni te cuento.

  6. vengatriz dijo:

    Jajajaja… la verdad es que las cigarras y las hormigas pueden acabar de muchas maneras. La gracia está en que pueden acabar de esas maneras… con independencia de su condición. También hay cigarras que acaban siendo estrellas del rock y hormigas que acaban montadas en el dólar, aunque ya el dólar no sea lo que era. ¡Me alegra que te guste!

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