¡Ave, pajarracos!
Siento haber tardado tanto. Volví de Roma hace una semana pero me salió un encargo de negra académica que me tiró de mí como el húmedo agujero de un retrete y, cuando llegó el fin de semana, sólo tenía fuerzas para conocer a mi compañera de piso (por fin ha venido, llegó el pasado lunes), hacer algunas faenas domésticas y conocer a los bebés de mis amigas (que se pusieron de acuerdo para tener dos nenas con apenas un mes de diferencia).
El miércoles por la mañana, después de trabajar, me dirigí a Madrid, de donde salía el avión. Siete horas de autocar que no tuvieron nada extraordinario, salvo que tuve el buen sentido de llevar los casos para que se me amenizara el trayecto con ayuda de la música que tengo guardada en mi teléfono móvil. Aprendiendo de la experiencia de París (en la sección «Viaje a París») pasé de maletas y me llevé sólo el equipaje que cabía buenamente en mi mochila, prescindiendo de ciertos artículos femeninos que luego se echan profundamente de menos (perfumes, desodorantes, gel, champú… toallitas húmedas y poco más, que cualquier cosmético o textura líquida-gel mosquea a estos).
Pasé también de los zapatos de trekking… que viene a ser el senderismo de toda la vida, pero en moderno. Resulta, señoras y señores, que me salió un novio deportista que desde el principio llevó toda la premeditación de reventarnos a andar, y que tuvo la osadía de decirme que mis deportivas (tenis en moderno) no iban a ser suficientes para el itinerario que teníamos previsto…
Suelo decir que soy andariega, que lo soy. Voy a casi todas partes andando, cosas de no tener carné, coche ni demasiado dinero. Si voy justa de tiempo, utilizo el transporte público. No obstante, esa advertencia me sobresaltó bastante, sobre todo cuando vi que tal era el interés en que utilizara un calzado tan específico, que me dijo que lo comprara tranquilamente, que él me lo pagaría.
Decir que me sobresaltó bastante es poco. Realmente me acojonó. Así que me compré los zapatos y los estuve probando en el trayecto al trabajo, pero por muy de senderismo que fueran, unos zapatos nuevos son unos zapatos nuevos, conseguí que me saliera una ampolla a los 20 minutos de utilizarlos y me costó volver en taxi del trabajo para no dañarme más los pies, porque ni a la parada de bus quería andar; más que nada porque en tres días me tocaba pegarme una pasá antológica de caminar y no era buena idea tener los pies en carne viva.
De hecho, mi chico acabó asimilando que iría en deportivas (que ya es mucho decir) porque la alternativa era peor.
Mi única precaución en cuanto al calzado fue llevar dos pares de deportivas en lugar de uno (por aquello de que zapatos diferentes dañan partes diferentes), llevar tiritas y (fatal error 404) tijeras, de esas romas escolares, porque las tiritas que me compró mi hermana son de esas cuya forma y tamaño hay que customizar artesanalmente.
Y sí, llevar tijeras es una cagada del calibre de llevar cosas líquidas o en gel en el equipaje, o incluso mayor, pero no lo pensé. ¡Se me hacen tan inofensivas las tijeras escolares!
Así, como os contaba, iba yo con mi exiguo equipaje y toda mi paciencia. Siete horas de Almería a Madrid. Luego, una hora entre la estación de bus y el aeropuerto. Después, aproximadamente, hora y media en el aeropuerto hasta que comenzó el vuelo. Afortunadamente, el viaje en avión fue sólo de una hora y poco, que se me hizo muy ameno viendo una película rara que te cagas de nazis tan alunizados como alucinados («Iron Sky«) que provocaba en mi mente versiones alternativas a este tema (mi radio mental está loca, como diría Javi Durán). Pero no llegamos a la misma Roma, llegamos a Fiumicino. Todavía quedaba un trayecto en autobús hasta la Termini (estación) y de ahí, encontrar el hotel (que estaba cerca, pero éramos guiris).
En resumen, que tomé el primer bus a las 9:30 am y estuve viajando sin parar hasta llegar a Roma a las 11.00 pm.
No os podéis imaginar la alegría que me dio ver el cartel de «Ostia… ¡Fiumicino!»*
*Nota: Es que, desde la Termini, el primer cartel era el que se veía hacia Ostia (nombre de ciudad) y Fiumicino (otro nombre de ciudad) y cuando llevas tantas horas de trayecto, esto se lee tal cual indico arriba y te partes de la risa.
El siguiente impacto fueron las alcantarillas. En casi todas ellas vienen escritas las siglas «S.P.Q.R». Igual para alguien poco interesado por lo antiguo estas siglas pueden no significar nada, pero quienes hemos dado algo de cultura latina en el instituto nos damos cuenta de que esas siglas significan «Senatus Populusque Romanus» es decir «Senado y Pueblo Romano»; emblema oficial de los estandartes de las legiones romanas tanto en tiempos de la república como del imperio **
** Nota: He encontrado una frikada muy divertida en wikipedia. «SPQR» son las siglas de una frase popular italiana «sono pazzi questi romani» que quiere decir «están locos estos romanos» muy utilizada por Obélix. Más información aquí.
Como era tan tarde, apenas dio tiempo a instalarse, dar una vuelta, cenar un poco y dormir, pero dio tiempo a descubrir otra peculiaridad de Roma. Resulta que los «Mac Turcos» (Kebaberías) negocio que ha relevado a la comida china en cuanto a poder vírico, se han aliado con la comida tradicional italiana (pizzas y pasta) formando negocios mixtos que mezclan la comida turca con la italiana y que, normalmente, están regentados por latinos que se llevan una alegría enorme cuando descubren que hablas castellano y no italiano ni inglés.
Y tras esto, caí como un leño. Me esperaba un día tan duro como interesante. Ya veréis, ya.
¡Hasta el siguiente capítulo!
pinta bien el viaje la verdad que Roma es una ciudad para ver yo la vissite con el insti pero me gustaria volver por que es una pasada
Ya lo seguirás viendo. Y en la última quiero poner fotos, así que cuando hablo de verlo es en sentido literal 🙂
Estaré pendiente de la continuación 🙂
Ansiosa me hayo jejejeje Que paso con las tijeras?? Besos hermosa!
Me enganchan tus publicaciones… 😉 para cuando el siguiente capitulo??? (En ascuas)
¡Para hoy! ¡Que me voy a poner ahora mismo a redactarlo!