Duelo


Supongo que muchos habéis notado que he desaparecido las últimas cuarenta y ocho horas. Incluso puede que las últimas setenta y dos.

Creo que he hecho 2.000 kilómetros en los últimos dos días. A consecuencia de eso, la espalda, el cuello y la cabeza me molestan, pero es lógico que eso ocurra, como es lógico que tenga legañas en los ojos y pocas ganas de irme arrastrando por el mundo para continuar con las rutinas que todos tenemos de manera cotidiana. Madruga, desayuna, limpia, trabaja… a una parte de mí le resulta indignante que ocurra algo grave y, sin embargo, el mundo tenga la insolencia de seguir igual.

Mi abuelo ha fallecido. A todos nos duelen nuestros abuelos, aunque haya quien dé por hecho que, por el hecho de ser mayores, debemos tener más o menos asumido que se irán pronto. Podría añadir que era el más cercano, puesto que traté mucho más con mis abuelos maternos que con los paternos. También podría añadir que era el último y supongo que todos sentimos que algo irremplazable se ha perdido cuando un día despiertas y descubres que ya no queda en pie ni uno solo de los cuatro bastiones de la infancia que son los abuelos.

Muertos mis abuelos y muerta mi madre, poca gente queda que comparta conmigo mi historia. No sólo se han llevado su amor incondicional y su presencia; también una parte esencial de mis recuerdos. Considerando que con mi padre toda relación está rota para ahora y para el futuro y que con mi hermano no cuento en absoluto, la única persona con la que puedo compartir ciertas memorias, y no del todo (es más joven que yo) es mi hermana.

No sólo eso. Muertos mis abuelos y mi madre, todo aquello que realmente me ataba a mi ciudad natal ha desaparecido. En los últimos tiempos, mi motivación para vencer el cansancio los fines de semana y meterme un tute de kilómetros para ir al sur un par de días era ver a un abuelo que ya, por sus problemas de audición, no podía ni charlar por teléfono. Era la única persona que dependía enteramente de mí para mantener el contacto, pues los demás familiares y amigos que me quedan son tan capaces de buscarme como yo de buscarles a ellos y pronto se revelará qué lazos permanecen y qué lazos caen.

Además de sentirme triste, me siento también furiosa. Una parte egoísta de mí pensaba ayer que no me merezco que las personas que habían sido las más importantes de mi vida, estén ya en el cementerio. Pensad en qué pocos amores incondicionales hay en el mundo, que hagas lo que hagas permanezcan indestructibles. El resto de amores, por importantes que sean, te cuidarán si les cuidas, te responderán si les responden… y no siempre, pues la vida es injusta y puede ocurrir que, aunque intentes hacer bien las cosas, te acaben fallando al final, del mismo modo en que yo también puedo fallar a la gente incluso sin pretenderlo.

Todo el mundo acaba pasando lo que yo he pasado, ya lo sé. Pero no tan pronto.

Aprovecho la ocasión para disculparme con quienes estén leyendo y se encuentren sorprendidos y molestos porque yo no les hablé siquiera del ingreso de mi abuelo, que antes de morir estuvo nueve semanas ingresado. No avisé a más amigos porque me dio vergüenza demandar su atención después de que yo no les hubiera informado de nada previamente; aunque demandar atención en general es algo que siempre me ha avergonzado y según van pasando los años me avergüenza más. Las dos que acudieron, y a las que estoy muy agradecida, fueron aquellas que sí supieron de su ingreso en su momento.

Supongo que no avisé a más gente porque, pese a que mi abuelo tenía ya casi 91 años (murió a tres meses de cumplirlos) parecía que era de hierro y viviría para siempre. Esto puede parecer una estupidez, salvo que hayas conocido a uno de estos señores y señoras de hierro, de permanentes ingresos y enfermedades y que, pese a los agoreros, luego superaron en tiempo y calidad de vida a personas que parecía que iban a ser mucho más sanas y longevas. Tanto nos malacostumbró tanta fuerza que muchos teníamos esperanzas  secretas de que remontara hasta horas antes del final.

También quiero decir que no sólo he perdido a muchos seres queridos e importantes y la memoria y el amor incondicional que compartía con ellos. He perdido también la prudencia y la vergüenza. Los que se han ido tenían suficiente ascendiente moral sobre mí que me hacían callar cuando quería gritar, no porque me lo pidieran, sino por el respeto que sentía hacia ellos. A partir de ahora no hay nadie por quien deba evitar conflictos si he de tenerlos y ese es un peligro muy interesante.

De existir un cielo, no me cabe duda de que mi abuelo estará en él. No por ser mi abuelo, sino por ser quien fue. No hubo lugar entre los muchos en los que vivió en el que no hiciera amigos y entre las cosas que más lamento es que hubo demasiados que no se enteraron de su final. No hubo persona de entre quienes le conocieron que no se riera con él por su ingenio y su sonrisa contagiosa. Incluso en sus horas más tristes, tenía una canción, una poesía o una anécdota con la que agasajar a quien le acompañara. Siempre actuaba de corazón y tendía una mano a quien pidiera su ayuda o, incluso, si no le se pedía. Los animales, que son los mejores jueces del carácter de los humanos, caían rendidos ante él, por lo que no había perro o gato que se le resistiera.

Si cuando me toque marchar puedo dejar al menos la mitad de afectos sinceros con los que él se fue, ya bastará para quedar satisfecha.

Descansa en paz.

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
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2 respuestas a Duelo

  1. Siento mucho tu pérdida. Llevas razón en que son demasiadas pérdidas y demasiado pronto (aunque realmente nunca es suficientemente tarde para perder a un abuelo o una madre). Un abrazo muy grande.

  2. vengatriz dijo:

    Muchas gracias. Y sí, siempre duelen, tengan la edad que tengan, pase en el momento en el que pase… pero la sensación de injusticia y de que quienes me eran más importantes pareciera que se han puesto de acuerdo para marchar casi a la vez no me la quita nadie. Me costará volver a mi tierra y cambiará mi manera de entender esos viajes. Lo más seguro es que vaya menos, más a menudo sola que con Noel, y que opte por aprovechar puentes largos. Tendré que esforzarme por no cortar el lazo con mi ciudad natal. Otro abrazo para ti.

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