La escultora (ficción):
Hay algo mágico en las manos cuando danzan sobre una masa informe y, de pronto, brota una figura. Es imposible no pensar en Buonarroti cuando decía que su don no era tallar el mármol sino extraer la obra de arte que se encontraba dentro. Sin embargo, aquel famoso escultor liberaba a sus esculturas de lo sobrante a golpe de cincel, con cierta violencia. La escultora, por el contrario, parecía acariciar la arcilla y esta, dulcemente, adoptaba la forma que conviniera a sus deseos.
_¿Quieres mirar? Acércate, ya está casi acabada_ dijo invitándome.
Yo, a mis escasos ocho años, ya distinguía entre la excéntrica hermana de mi madre, la contrabandista de golosinas con la que compartía toda clase de confidencias, y la misteriosa artista que se encerraba horas y horas en soledad, exigiendo no ser molestada, y que así permanecía sin necesidad de comer o dormir hasta que abandonaba su encierro con la frente llena de arcilla y una sonrisa satisfecha…o con lágrimas amargas de frustración.
Dando pequeños pasos, entré en el sancta sacntorum. Nunca me había atrevido a hacerlo porque sospechaba que si por juego o accidente rompía algo, podía quedarme meses y meses sin asignación, además de convertirme en el objeto de una ira terrible. Por eso, cuando me invitó a pasar, llegué casi de puntillas, con una mezcla de temor y reverencia.
Contemplé la figura. Estaba aún húmeda pero se distinguía con toda claridad a una bellísima mujer desnuda.
_ ¿Te gusta?_ me preguntó.
_ ¿Cómo no, tita?- repliqué incrédulo, creyendo en verdad que era imposible que aquello no le gustara a alguien.
_ ¿Qué te parece que es?
_ Es una chica desnuda_ contesté_ parece un hada de cuento… – añadí, porque mi anterior frase me parecía poca cosa para un momento que se me antojaba tan solemne.
_ ¿Por qué te parece una chica?-
Guardé silencio un instante.
– Tiene pechos.-
Ella tomó de la mesa uno de sus artilugios para modelar. Para mi consternación, cercenó sin piedad los dos pechos de la figura. Yo contuve un grito. Con la de tiempo que dedicaba mi tía a sus esculturas, no daba crédito a que mutilara así su propia obra.
_ ¡Qué pena! ¡La has dejado fea!
_ ¿Tú crees?_ se rió_ yo ahora tengo una duda. Decías que mi escultura era una chica porque tenía pechos. Ahora que se los he quitado ¿sigue siendo una chica?_
Pensé entonces en que en la escuela me habían hablado de que una mujer por ciertas enfermedades podía acabar sin un pecho o sin ambos. Me sentí culpable por haber llamado «fea» a la escultura, incluso aunque mi tía no me hubiera hecho ningún reproche.
_ Sigue siendo una chica_ me atreví a contestar_ sólo que una chica sin pechos.
_ ¿Y cómo sabes ahora que es una chica?
_ Tiene el pelo largo, hasta la cintura…- iba a continuar con más cosas cuando vi que ella, con sus herramientas, comenzaba a destruir aquella hermosa melena.
-¿Sigues pensando que es una chica? – cantaba su voz, divertida, mientras le dejaba la cabeza tan huérfana como una oveja trasquilada – como ves, está pasando por la peluquería.
_ Ya no sé, tita – dije, sintiéndome algo estafado – porque iba a añadir que tiene las curvas de chica, pero creo que cada vez que te diga algo lo vas a cambiar o quitar. Al final no es una chica o un chico, es barro. Si te dijera que es un chico, no sé… ¡tal vez te daría por transformarla en un pato!_
Mi exasperación acrecentaba su humor, pero atisbé en su mirada un sentimiento de aprobación.
_ Exacto. Esta figura es barro. Mientras sea joven y blanda, podrá cambiar cuando yo quiera, pero si la pongo a secar bajo el sol, se hará mayor, se endurecerá y cualquier posibilidad de cambio pasará por romperse.
_ Oh._ susurré, sabiendo que algo se me escapaba.
_ Las personas somos parecidas a estas esculturas de barro. Los creyentes dicen que Dios es un escultor que modeló al primer hombre y a la primera mujer. Nos parecemos a mis esculturas en que con los años nos endurecemos y nos es más difícil cambiar, pero también en que aunque nos quiten un pecho, un brazo o una pierna, seguimos siendo nosotros mismos. Mas hay una diferencia…
_ Claro. Que estamos vivos – la interrumpí, con la ilusión de haber entendido algo.
_ Y como estamos vivos, somos nuestros propios escultores. Decidimos qué somos y qué vamos a hacer. Decidimos nuestro papel en el mundo a través de nuestro modo de actuar. Incluso ser un chico o una chica, signifique lo que signifique eso.
_ O un pato – reí.
_ O nada en absoluto, si decidimos dejar de ser – dijo, tirando su figura de barro al suelo, que volvió a transformarse en una masa informe.
Feliz día de la mujer.