El PCDLC (el inesperado desenlace)


¡Hola a todos!

No hace falta, creo yo, que vuelva a justificar todo el tiempo que llevaba sin escribir: estoy hasta arriba de trabajo, estoy lidiando con la oposición y… algo que tenía en secreto, pero que ya puedo revelar: estaba luchando por el carné de conducir.

Quienes habéis visitado este blog desde sus comienzos es probable que recordéis esa historia de cómo desarrollé pánico al PCDLC. Refresquemos la memoria: Puto Carné De Los Cojones.

Long time ago, far far away, en otra vida incluso, gasté mucho dinero (más que el Máster de RRHH que había cursado por esa misma época) y pasé muchos malos ratos en vano intentando conseguir el dichoso permiso. Es increíble lo que la sociedad penaliza no tenerlo.

Quien necesite refrescar la memoria, puede pinchar este enlace, pues no voy a volver a contar lo que ya he contado antes, sobre todo porque esta entrada pretende tener un tono muy distinto. Y a quien no la quiera refrescar, se lo resumo así, en términos muy físicos: noches sin dormir, corazón desbocado, lágrimas con mencionar el tema o incluso al volante, tensión muscular, dolores, autoestima a la altura de los tobillos … llámalo angustia, fobia, ansiedad, como gustes. Se convirtió en una pesadilla y parecía que cuanto más sufrimiento me suponía:

  • Más gente me preguntaba por el asunto y me hacía ver lo imprescindible que es; haciéndome ver lo imposible que me iba a ser trabajar y vivir sin él.  Me pregunto cuántos de ellos me preguntarían desde la buena fe y cuántos lo harían para menospreciarme, para situarse, de algún modo «por encima» de mí. A veces los problemas propios suben la autoestima ajena.
  • Más gente menospreciaba el tormento que me suponía o incluso a mí, directamente, porque se supone que «es fácil» y que «todo el mundo lo tiene».
  • Más difícil veía yo conseguirlo.

¿En qué condiciones decidí retomar esta tortura?

  • Cuando comencé a tener un sueldo digno. Hasta aprobar la oposición, no había tenido un sueldo que diera para vivir ni un trabajo con derechos. Para sentirme mejor me era imprescindible pensar que era algo que pagaba de mi bolsillo, que nadie pudiera echarme nada en cara. Me habían echado en cara demasiadas cosas.  En su día me parecía imposible conseguir trabajo para tener el carné pues, al no tener carné, parecía imposible a su vez conseguir trabajo… pero tener éxito en la oposición rompió ese círculo vicioso.
  • Cuando pasó a ser un modo de mejorar mi vida, pero no una necesidad imperiosa u «obligación». Almería, mi ciudad natal para quien no lo sepa, está fatal comunicada, pero ese no es el caso de Madrid. El curso pasado pude trabajar en una localidad de zona norte, casi en Burgos, viviendo yo en una localidad de zona sur y, aunque me suponía cuatro horas de transporte entre las dos de ida y las dos de vuelta, no estaba en una situación en la que me fuera imposible ir a trabajar, como si me hubiera podido pasar en Almería.
  • Cuando tomé conciencia de que mi chico y yo estamos solos en Madrid. Al no tener ni él ni yo familia aquí, estábamos potencialmente solos ante una emergencia. Ojo, no hablo de que sea imprescindible tener un conductor, en Madrid no lo es, pero puede ser una ayuda MUY importante ante muchas situaciones. Por ejemplo, que (dicho por él mismo) «algún imbécil se rompa el tendón del hombro en una despedida de soltero tipo Humor Amarillo en Salamanca y no pueda conducir de vuelta a casa «.
  • Cuando no lo iba a saber ni mi sombra y la poca gente que lo pudiera saber no iba a estar preguntándome todos los días cuántas clases llevaba, cuántos intentos, cuándo iba a volver examinarme… esas cosas tan cotidianas, tan bienintencionadas incluso, pero que duelen tanto cuando alguien tiene una dificultad semejante.
  • Cuando vi que en casa iba a tener apoyo, no reproches. Y me refiero a ningún tipo de reproches: ni por dinero gastado, ni por meses en el tema, ni por número de clases dadas… lo que viene siendo el contexto de cariño, apoyo y calma que hubiera necesitado la primera vez. Hablando abiertamente, la persona que tanto daño psicológico me hizo ya no me lo iba a volver a hacer.

Pero todos sabemos que una cosa es emprender un camino y, otra, permanecer en él hasta el final. ¿Qué factores me han ayudado a perseverar?

  • Un buen profesor. Puedo hablar con conocimiento de causa, porque he pasado por tres profesores. El primero era un chaval joven, buen docente y buena persona, que había sido compañero mío en el colegio. Con la distancia que dan los años pienso que, quizá, sólo quizá, no sabía lidiar con alumnos tan ansiosos como era yo en ese momento pero, por otro lado, mis condiciones de entonces eran infinitamente peores que las que he tenido ahora. No le culpo en absoluto y me apena no poder comunicarle que ya he superado ese trauma pues, lamentablemente, ese joven compañero de colegio acabó con su vida hace unos años. Sé que se hubiera alegrado mucho por mí.  En cuanto al segundo profesor, es alguien de mi nueva etapa. Veréis, yo elegí autoescuela antes de tener destino este curso, por lo que elegí una autoescuela de Madrid capital, desde la lógica de «si he de mudarme, Madrid centro pilla a la misma distancia de todas partes». También es cierto que tiene unos precios muy muy competitivos y que ofrecía la posibilidad de sacar el carné sin asistir a las clases teóricas, desde casa. Pensad que, tras una década, yo había perdido hace años la nota del teórico; tenía que aprobarlo de nuevo. Pero ese no es problema: el teórico lo saqué a la primera en esta segunda ronda. El problema es que mi segundo profesor, a quien no considero mal hombre, no tenía paciencia para tratar con alguien tan ansioso y traumatizado con el asunto como yo. Hablando en plata, no puedes corregir a una persona ansiosa a gritos. Como al final me tocó un centro educativo en la misma localidad en la que resido y no estaba para perder el tiempo yendo a y  viniendo de Madrid, localicé la autoescuela más cercana a mi domicilio, aunque me supusiera pagar una especie de penalización y empecé de cero con otro profesor. A este señor le debo muchísimo. Suele contar  que tantos años al volante tratando con gente le han hecho muy psicólogo, y realmente es así. En mi caso, ha tenido que saber gestionar que me sentara como si estuviera momificada (rígida total de brazos y piernas, con las consiguientes dificultades), «desconexiones súbitas de cerebro» (cuando fallas algo que sabes hacer), combos de ansiedad (fallas una vez y entonces fallas cuatrocientas más), ataques de saturación (con llantos incluidos)… y me hizo ver gradualmente cosas muy significativas. Lo primero, hacerme notar que conducía mejor cuando estaba hablando y distraída que cuando iba «atenta» y  con la ansiedad de hacerlo bien. Podía hacerlo, pero sólo parecía capaz de lograrlo cuando no estaba ansiosa por lograrlo. Eso me hizo ir cogiendo confianza. Lo segundo, me demostró que era contraproducente castigarme a clases dobles. Yo iba con la mentalidad de lograrlo cuanto antes, pero no iba a lograrlo si me dedicaba a tener sesiones de conducción eternas y frustrantes. Lo tercero fue adquirir la capacidad de sobreponerse al error. Normalmente un error no te arruina el examen (salvo que sea una falta de las serias) pero una cadena de errores sí puede hacerlo. Para ello tocó entrenarme, poco a poco, a «quitarme de la cabeza» el error que acababa de cometer, respirar hondo y vivir el presente; porque si el error seguía en mi cabeza, empezaba a cometer más y más errores. Todo ello lo hizo siempre desde el respeto, jamás me dio la sensación de que me menospreciara por el trabajo que me estaba costando.  Al contrario, diría que nos hemos tomado aprecio y que ya nos ha faltado irnos de cafés, pues tantos meses dando clase dan para muchas charlas, un aspecto (el afectivo, el sentirse en confianza) que también es importante para quien llega tan herido a las clases como llegué yo: que haya una buena sintonía con el profe que te toque.  Otra cosa que admiro ha sido su habilidad para ajustar la clase a mi estado anímico del día. Parecía saber instintivamente cuándo podía meterme por lugares más complicados y cuándo era mejor que no me pidiera maniobras exigentes. Mucho de mi éxito actual ha sido logro suyo. Sin ser psicólogo, me hizo una auténtica desensibilización sistemática, el tratamiento que emplean los terapeutas para superar las fobias.
  • El apoyo de Noel. Porque, aunque yo ya no tuviera a nadie que me hiciera reproches, yo a estas alturas ya estaba programada para hacérmelos a mí misma: estás tardando mucho, llevas mucho dinero gastado, no avanzas, no te lo vas a sacar en la vida, eres demasiado torpe para esto, estás perdiendo tiempo de estudio, o, incluso, a lo mejor una persona tan despistada y ansiosa como yo no debería conducir porque el coche es una auténtica máquina de matar, etcétera… varias veces, sobre todo después de algunas clases que se dieron especialmente mal, estuve a punto de dejarlo, y me supo reconducir para que no lo hiciera.
  • Admitir la influencia de la ansiedad en mis resultados. El día anterior al examen hice una clase nefasta, con desconexión del cerebro incluida. Decidí olvidar cómo se aparca en línea, cuando llevaba meses haciéndolo correctamente. De ahí el profesor me hizo ensayar un montón de veces cómo rectificar la maniobra si tomaba mal la referencia, lo que me resultó muy angustioso. Sin embargo, esa fue la maniobra que me dio el aprobado en el examen, lo que explicaré más adelante. Siendo consciente de ello, pedí ayuda médica (primera vez que tomo algo para la ansiedad), no estudié nada el día anterior (no hubiera podido), me fui al entrenamiento de Kung Fu la tarde anterior y entrené a fuego (la actividad física es mano de santo para poder dormir bien), tomé además una tila antes del examen (recordemos que la tila me ayudó mucho con las oposiciones en 2015) y, no pudiendo ir a pasear por culpa de la lluvia entre las 7 y las 10 de la mañana (el tiempo que estuve en la DGT esperando mi turno de examen) me fui a hacer varias veces la primera forma de la Siu Nim Tao a los baños, por lo que si hay cámaras ocultas alguien se habrá cachondeado  de mí pero bien. Esto tiene sentido: es un modo de moverse, soltar así la tensión, dejar la mente en blanco y respirar hondo. Yo no tengo capacidad de hacer Mindfulness/Meditación en completa quietud, así que eso es lo más parecido que he aprendido a hacer y, si a mí me sirve ¿qué hay de malo?.  La ansiedad es un monstruo que no siempre somos capaces de gestionar solos. Si hace falta ayuda externa, hay que pedirla; sin menoscabo de desarrollar estrategias internas, que son las que servirán a largo plazo.

Vayamos a la última pregunta: ¿Qué pasó el día del examen?

  • El día empezó mal. Llovía. Me tocaba salir en cuarto lugar (cuarta persona de cuatro que llevaba mi profesor) y saber que los tres que iban delante de mí habían ido suspendiendo no era algo que ayudara mucho, como no ayudaba estar esperando de 7 a 10 y pico de la mañana. Para colmo, escuché hablar a unas muchachas de que, según ellas «todo el mundo sabe que en Toledo es más fácil».
  • Presencié el tercer suspenso. El muchacho realmente no iba en condiciones de hacer el examen, le habían faltado clases, pero la maniobra que le llevó al suspenso fue eliminatoria: hizo un giro a la izquierda sin ceder a los que venían de frente, por lo que el profesor tuvo que clavar freno con todos sus reflejos, porque hubiéramos podido tener un accidente cojonudo. A mí me tocó relevarle tras semejante susto y los nervios de la situación, aunque no fuera mi error, me calaron.
  • El examinador no era precisamente la alegría de la huerta: aún reconociendo que los examinadores deben mantenerse en su rol, para ser imparciales, me parece lamentable que entren sin decir su nombre y que sean tan tajantes en sus contestaciones. Cuando el chaval que iba antes que yo cometió el error que le costó el examen, el chaval dijo humildemente: «Tiene razón, ha sido culpa mía». ¿Qué hace el examinador? ¿animarle? ¿consolarle? ¿ser cortés? No, le suelta un «pues claro que ha sido culpa suya». Al menos, porque todo hay que decirlo, no nos hizo preguntas de mecánica, no nos metió por lugares especialmente complicados a mi entender y no nos castigó con los diez minutos de conducción libre que se estilan desde los últimos cambios en este examen. Con lidiar con esos ratos de lluvia y sol, pon y quita los limpias, pon y quita las luces, ya teníamos bastante.
  • Según empezó el examen, me piden que estacione… y yo, que tenía la clase del jueves previo grabada a fuego en mi cabeza, lo primero que hice fue equivocarme con las referencias, exactamente del mismo modo en el que me equivoqué en esa clase catastrófica previa. Lo bonito del asunto es que había ensayado cómo salir del brete, eso sí, con medio millón de maniobras: volante a la izquierda, volante a la derecha, volante a la izquierda, volante a la derecha, espejo izquierdo, espejo derecho, no le des al coche, no le des al coche, no le des al coche… a todo esto, viendo con el rabillo del ojo a mi profesor con los pies en los pedales por si debía frenar en seco. Pues bien 1) mi profesor no llegó a pisar los pedales (¡gracias infinitas!), 2) el examinador, a pesar de la mala pinta que tenía ese estacionamiento, aguantó respetuosamente hasta que terminé la maniobra (¡gracias también! al César lo que es del César)  y 3) contra todas las apuestas, fui capaz de terminar exitosamente la maniobra. Tras eso me relajé, sabiendo que había pasado lo peor, y me vine arriba. Parecía tener de pronto una voz interior que me iba diciendo qué tenía que hacer. En una ocasión, me salté deliberadamente un giro a la izquierda. Aunque no había una señal que me impidiera la entrada, vi a todos los coches aparcados de frente y desconfié, es decir, no fue un error, fue una estrategia: había alcanzado un estado mental que me permitía actuar estratégicamente, algo que hasta ese momento no había logrado nunca antes al volante. Luego estuve cerca de equivocarme siguiendo unas indicaciones, pero no lo hice y, ya en la DGT, a punto de dejar ya el coche, lo calé una vez, pero sin caer en esos bucles eternos de «si lo calo una vez, lo calo cuarenta veces», tan típicos míos. Según paré y escuché decir «APTA» me quedé casi sin reacción.  Creo que mi cerebro tardó un par de horas en procesar la información; no podía creerlo. Tened en cuenta que, por increíble que os pueda parecer, para mí aprobar el examen de conducir era más difícil que aprobar una oposición. El profe me dio dos abrazos, se alegró un montón por mí. Me alegra haber podido corresponder a su paciencia y esfuerzos ayudándole a subir su moral: sé que es alguien que se preocupa sinceramente por sus alumnos y sé que le hubiera afectado que ese día hubiéramos suspendido todos.

El resto del día podéis imaginarlo: felicitaciones por Facebook, felicitaciones por móvil, ir a comer fuera y al cine para celebrarlo… y jugar un poco con el Seat León de Noel (ese sagrado Seat León que no deja a nadie) en la cochera, eso sí. Por cierto, que en primera sale como una bestia parda (he notado un montón la diferencia de motor) y me tendré que readaptar a los pedales.

Para la semana que viene tendré mi «L», mi carné provisional y mi seguro y dentro de un par de semanas me turnaré con Noel en el clásico Madrid- Asturias  que hacemos para celebrar su cumpleaños. De hecho, me ha prometido que cogeré el coche un poco todas las semanas para no perder manejo, pues sabemos que hay mucha gente que consigue el carné pero después pasa mucho tiempo sin coger el coche y le pilla miedo. Al fin y al cabo, con todo lo que llevo superado, si me he animado a sacar el carné será para utilizarlo ¿no creéis?..

Ahora, a modo de conclusión, quiero dejar claro por qué me he molestado en escribir una entrada tan larga y por qué quiero hacerla pública:

  • En este mundo de postureo parece que todo el mundo se saca el carné con veinte clases y a la primera. Mentira.  No digo que no haya casos, pero según las estadísticas, en cada examen sólo aprueban el 46%, así que algo no cuadra… y se trata de una mentira que hace bastante daño a quienes no encontramos nada fácil la prueba.
  • Que el carné se dé mejor o peor no tiene nada que ver con la capacidad intelectual de la persona. Yo diría que tiene más que ver con la capacidad de estar atento, de controlar los nervios y de adquirir destrezas psicomotoras.
  • Las capacidades de la persona no tienen nada que ver con su valía. Esto vale para la capacidad de conducir y para cualquier otra. La valía de la persona la dan sus valores, su ética, no su capacidad de conducir, o de cantar, o de dibujar, o de sacar calificaciones excelentes.
  • No deberíamos asociar nuestras capacidades o nuestros logros a nuestra autoestima. Cada uno sabe las cargas que ha tenido que llevar. El «tanto tienes/ tanto logras, tanto vales» es una falacia enorme.
  • El entorno es importante. Una misma persona, en situaciones distintas y con influencias diferentes, puede obtener resultados muy distintos. A las pruebas me remito. En mi primer intento, aprobé el teórico a la segunda y me examiné infructuosamente ocho veces del práctico. Ahora, tanto el teórico como el práctico los he sacado a la primera, si bien no han sido precisamente en veinte clases ni en cuarenta. Tampoco importa. Esto nos lleva al tercer punto.
  • El carné es lo de menos. Sigo pensando que el coche es una máquina de matar. Lo importante no es dar el número mínimo de clases para aprobar. Lo importante es salir a la carretera sin ser un peligro público: pues puedes matar a otros y a ti mismo.
  • Conozco al menos a tres personas que compartían fobia conmigo. Digo «compartían» porque quiero hablar en pasado de mi fobia. Una vez en clase mi profesor me dijo que quería lograr que disfrutara de conducir y yo le respondí que si lograba que dejara de odiarlo ya era un buen triunfo. Profe, lo has conseguido. Ya no lo odio y, quién sabe, quizá algún día hasta me guste. Y esto es enorme. De estas tres personas que comparten fobia (amaxofobia, siendo precisos) dos de ellas no han podido examinarse o volver a examinarse del carné y la tercera aprobó, pero nunca fue capaz de coger el volante después de haber aprobado. Además de para dar las gracias a quienes me han apoyado (algunos mencionados aquí, otros no), quería contar cosas útiles para estas personas y para quienes puedan estar pasando por una situación parecida a la mía. Me gustaría dar esperanza (pero esperanza basada en consejos concretos), ayudaros a recuperar la autoestima con un testimonio sincero y, si no queréis enfrentar esa fobia por las razones que sean, deciros que me seguís mereciendo el más grande de los respetos. Uno de nuestros principales derechos es el derecho a escoger a qué batallas nos enfrentamos y cuáles rechazamos. Que nadie os haga sentir mal. Que nadie os lo quite.

¡Abrazos a todos los que hayáis llegado hasta el final!

¡Saquemos el lado rocker!

 

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
Esta entrada fue publicada en Genérico y etiquetada , , , . Guarda el enlace permanente.

4 respuestas a El PCDLC (el inesperado desenlace)

  1. JGM dijo:

    Por cierto … ¡temazo!

  2. Anabel dijo:

    Se te quedó a fuego aquello que te dije hace años: «Si no ves clara una orden, hazte la sorda» aunque probablemente no recuerdes que te lo dije yo jajaja. Me alegro un montón 😀

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s