Hoy voy a compartir con vosotros una poesía. No sin antes advertiros que cada vez escribo peor. Hubo años pasados en los que cuidaba más la métrica, la rima, el no hacer rimas pobres, las pausas e, incluso, dónde caían las tónicas, pues hasta el verso libre tiene sus pautas, no es ir colocando palabras como te dé la gana, o eso dicen los que saben.
Pero yo cada vez escribo menos, he dejado los foros literarios, he dejado esas actividades que implicaban corregir y ser corregida, me ha devorado la pereza y he pasado a hacer lo que antes criticaba: escribir desde las tripas sin más, pero a conciencia.
Y esto salió hoy. No es gran cosa en forma, probablemente sea una mierda. Pero descubrí que me salió con mucho contenido, quizá de las cosas más honestas que he podido escribir en mi vida.
Vamos al lío.
LA MOCHILA
El sol brilla, reflejado en el mar.
El aire de la libertad es respirable.
No hay piedras en mis pies.
No hay cuerdas en mis manos.
Nada debería pesarme.
En esta nueva era lo normal
es sonreír
y hasta reír a carcajadas.
Tener alas y volar.
Como decía,
no hay nada importante que me falte.
Me siento segura, en alma y cuerpo.
Como cada día. Tengo un techo.
Hay quien me ama.
Nunca había recibido más amor.
Hay quien valora mis esfuerzos.
Hay quien cree que aporto al mundo.
Yo también.
Pero llevo una mochila.
Una carga menos ligera de lo que aparenta.
La abro de año en año, cada vez menos,
pero siempre con temor al asomarme,
pues aunque cada vez soy más fuerte para llevarla
nunca ha aprendido a pesar menos.
Olor a podrido guarda siempre.
El olor de los insultos en la infancia.
De no saber en quién confiar.
De creérmelos.
De no entender por qué me atacan.
De no entender nada.
También guarda cosas rotas.
Los recuerdos que habrían debido pertenecer
a los años más felices de mi vida;
y luego la certeza
de que, además de víctima, fui verdugo.
Puedo hacer daño, lo hice,
no siempre me arrepiento de ello.
En los últimos años se llenó de nostalgia.
El simple paso del tiempo nos arrebata
a aquellos que más nos quisieron.
Y luego hay quien se marcha
mucho antes de que suene el fin de turno.
Sucede cuando el cuerpo se colapsa
ante un dolor continuo e inhumano
y la mente decide rendirse
ante el final de una guerra irresoluble.
[Demasiados abrazos atrapados
para siempre en el seno de una tumba].
Pero a veces no es la muerte
el único ladrón de baluartes.
Los firmes cimientos no son tan firmes.
Las cadenas del afecto no son tan fuertes.
Basta una escasa distancia entre los cuerpos,
o la distancia entre las mentes, planteamientos,
cualquier absurdo error o desacuerdo
(o, incluso, conveniencia)
y la falta de continuidad en todo caso,
para hacer olvidar lo inolvidable.
Se descubre que no hay más patria que la tumba,
ni más lealtad que la de quien hoy y a diario
pone su alma a tu servicio
para ayudarte a llevar la carga
y que, por más que una brújula te oriente
y un mapa te señale tu casa,
hogar es donde hay quien te espera,
amigo es quien permanece
y familia es quien, sin mediar sangre, lo merece,
pues el pasado es un camino sin retorno
y mañana empieza hoy.