¡Hola caracolas!
Continúo con las batallitas viajeras de abuela cebolleta.
Primera anécdota: una entrada traumática
Aunque el viaje a Rusia nos encantó, lo cierto es que la entrada no pudo ser más desagradable, en parte porque no íbamos totalmente sobre aviso de lo que iba a ocurrir. Entrar en Rusia requiere pasar un control de documentación que, en nuestro caso, nos llevó algo más de una hora. Habíamos volado con Aeroflot que, según la red, es la compañía más segura a la hora de volar en Rusia, aunque una amiga me había comentado que tenían fama de perder los equipajes.
Por eso cuando superamos el control estábamos muy nerviosos. No sabíamos si las maletas habían salido ya por la cinta o no y tampoco encontrábamos la información necesaria en los paneles. Esto hubiera sido un inconveniente de poca monta si hubiéramos dado con alguien medianamente capaz de comunicarse en inglés en el aeropuerto, pero nos cayeron bastante malas caras al grito de «No English!«.
Por suerte, tienen más que estudiado que el control dura una hora, así que no colocan las maletas en las cintas hasta que no ha pasado todo el mundo el control, así que a los veinte minutos de haber demostrado que éramos turistas legales y tras haber sufrido cuarenta microinfartos pensando en nuestras maletas, la información apareció en el panel y las maletas aparecieron en la cinta. ¡Abracadabra!.
Entretanto, temíamos habernos quedado sin conductor. Como ya no tenemos veinte años, y aunque tenemos un rollo bastante mochilero, hemos comenzado a concedernos pequeños lujos. Uno de ellos es contratar taxis para que nos recojan en el aeropuerto y nos dejen en el hotel, que bastante cansados llegamos del avión. La página web que empleamos para ello es la de Kiwitaxi.
Evidentemente temíamos que el señor conductor del kiwitaxi nos hubiera abandonado, ya que nosotros no esperábamos tardar hora y media en salir del control y recuperar la maleta. Sin embargo, estaba ahí, imagino que ya se conoce el pampaneo.
En este momento ya nos concienciamos que en Moscú el inglés… como que no. Si ni en el aeropuerto te atienden en inglés y luego va un conductor por ti, sabiendo que vienes del extranjero, y tampoco sabe… da una buena referencia del nivel medio por allí. El tipo al menos parecía muy agradable hasta que nos dio, como digo, la kiwihostia, pues es razonable que cobre el tiempo extra de espera y el tiempo de estancia del coche en el parking del aeropuerto, pero si vas haciendo cuentas se ve cuándo alguien te la está colando, si bien nos pilló con muchas ganas de descansar y muy pocas de discutir.
Consejo: Tened esto en cuenta si voláis a Rusia. Dad un margen de un par de horas para el aterrizaje, el control y la recuperación del equipaje. Así evitáis la tentación de la estafa.
Segunda anécdota: el pasaporte
Esa noche cenamos en una hamburguesería, tras un rato dando vueltas y temiendo no cenar, ya que los sitios que había en el entorno de nuestro hotel parecían desproporcionadamente pijos. Por suerte, al fin encontramos un PECTOPAH (se lee «Restorán» y está claro lo que es) relativamente cerca de donde nos alojábamos. Tenía buena relación calidad- precio, aunque no era un lugar para ir a comer todos los días.
Como curiosidad: tenía una farmacia dentro. Pude ver que había varios restaurantes con farmacias dentro. Ya no hay excusas para pedirle un ibuprofeno a los camareros.
Mirando en la carta descubrí que tenían sidra de pera. Me llamó la atención y decidí probarla. Para mi asombro absoluto, el camarero me pidió muy educadamente el pasaporte para cerciorarse de que no soy menor de edad. ¡A mis 34 años estoy hecha una chavala!.
Consejo: Llevad el pasaporte siempre encima. No sólo os lo pueden pedir en monumentos. Te lo pueden pedir en los bares si se te ocurre beber alcohol.
Tercera anécdota: la peli porno.
El segundo día de nuestro viaje, como podéis comprobar en la primera entrada del viaje a Moscú, fuimos a la calle Arbat, que es toda una preciosidad: arquitectura llamativa, artistas callejeros, terrazas… mucha vida.
De pronto vemos llegar una pedazo de limusina. No recuerdo ya si era negra o roja, porque lo que salió de ella llamó todavía más mi atención. Básicamente, era un tipo muy musculoso que linchaba a patadas a otro tipo que sólo llevaba un minitanga muy perturbador y unos grilletes en sus muñecas unidos con cadenas a una argolla que tenía en el cuello.
Después de cinco minutos en los que Noel y yo valoramos meternos a defender al tipo en tanga (sí, estamos fatal de nuestras cabezas) vimos salir de la limusina a una tipa muy larga, de larga melena muy rubia, con taconazos y un bañador rojo digno de Pamela Anderson en «Los vigilantes de la playa». La chica lloraba y parecía desesperada por defender al tipo con grilletes.
Segundos después, ya no había nada, a excepción de la cámara que había estado ingeniosamente escondida. Quizá lo que querían es que la gente por la calle saliera mostrando naturalidad.
Ya sabéis cuál es la conclusión: es muy probable que Noel y yo salgamos en una película porno rusa.
*
Y hasta aquí por hoy, que tampoco os quiero sobrecargar.
¡Próximamente más!
Pingback: Viaje a Rusia (VI) San Petersburgo | ¡Abajo las oposiciones!