Seguimos con historietas sucedidas Moscú entre los días 3 y 5.
En el Kremlin:
Entre muchos objetos Romanov y eclesiásticos de lujo inimaginable pude ver evangelios de oro y pedrería «de bolsillo» de tal grosor y contundencia que, usados de determinado modo, servirían para arrancarle la cabeza a un oso.
También vi una exhibición de vestidos y carruajes que nos llevan a pensar que lo de presumir tiene ya algunos años; no lo inventaron los millenial.
Obviamente, lo más espectacular del interior del Kremlin son las catedrales… y ver todo aquello repleto de militares, puesto que no deja de ser una ciudad dentro de Moscú empleada en su mayor parte con fines gubernamentales donde nos dejan gentilmente pasar a ciertas zonas muy acotadas para que disfrutemos de los bienes de interés cultural.
Es impactante, por cierto, que en las cinturas de los vestidos de lujo de una de las exhibiciones eran, en algún caso, del tamaño del puño de Noel. En consecuencia, es fácil ver qué relación tiene la evolución de la vestimenta con el feminismo.
Para quien no lo vea: tradicionalmente la elegancia femenina se ha asociado a la restricción de movimientos. En China se ve en la costumbre de vendar los pies para torcerlos y crear cierto efecto de fragilidad al caminar. En aquellos años, está claro que si las mujeres iban con esos corsés a duras penas podían respirar, comer, moverse… así que el sujetador es un gran avance en comparación con ello. Sin embargo, todavía usamos tacones, a pesar de que está demostrado que su uso daña los pies y que evidentemente es difícil moverse igual de bien con tacones que sin ellos. También es más fácil moverse con un traje de los considerados masculinos que con un vestido de los considerados femeninos. Qué curioso que lo masculino se una a la comodidad y a la facilidad de movimientos y la «delicadeza» femenina se asocie a la fragilidad y a las dificultades para moverse.
Imágenes difíciles de calificar o agrupar (si te lías, consulta este enlace con el itinerario del viaje):
- Un asiático, a quien conjeturo chino, que llevaba una camiseta rosa de Mao decorada con brillantitos (avistado en el Kremlin).
- La cola para ver la tumba de Lenin, que podía tener una longitud de 500 metros. Como ya comenté en entradas anteriores, está muy bien embalsamado y luce como si se hubiera dormido ayer, o mejor. Es impactante entrar durante segundos en esa sala fría, a oscuras, con Lenin en el centro enfocado directamente por una luz roja.
- Un señor con una bandera rusa disfrazado de Putin (avistado en la Plaza Roja).
- Un taller de contrucción de barcos vikingos para niños en una plaza (la de la Revolución).
- Encontrar en una franquicia (el My My) una GASPACHO SOUP que no me atreví a probar.
- Un museo en honor a las víctimas del Comunismo (al final de la calle Nicolás). Hubiéramos entrado, pero estaban de obras. Sí, lo pienso y lo voy a decir: parece que los rusos han sido más capaces de asumir que el comunismo mató gente que los españoles con respecto al franquismo.
- El metro de Moscú que, además de ser el más bonito del mundo, es el más largo y el más antiguo. Puedes ver pinturas, esculturas, lámparas de araña, hoces y martillos…
- Aunque quizá lo más incalificable (para mi fue sorprendente y fuera de rango) fue la visita al Museo de los Cosmonautas, ya que, entre otras cosas, pudimos entrar dentro de una réplica de la estación espacial rusa MIR. Nota curiosa: el señor Gagarin está enterrado en el mismo cementerio al que pertenece el mausoleo de Lenin donde, dicho sea de paso, también está enterrado Stalin.
- El parque VDNX cuenta con el monumento a los agricultores. Primer lugar en el que veo un monumento a los agricultores.
La historia del niñato que intentó robarle a Noel:
En uno de los desplazamientos en metro por Moscú nos encontramos con un niñato que no aparentaba más de quince años por su complexión, si bien iba completamente vestido de negro, encapuchado, con gafas de sol y una máscara en la boca que llevaba estampadas en color blanco las fauces de un tiburón.
El niñato intentó echar mano al bolsillo, pero Noel se giró con tales reflejos que el muchacho se acobardó e, incluso, se quitó la máscara.
Hay que decir que llevaba consigo una tablet con la que se puso a juguetear y yo, lo más discretamente que pude, me puse a cotillear de lejos qué andaba viendo. No es algo que yo acostumbre a hacer, pero el notas, entre las pintas y lo de haber intentado robar a Noel, mucha confianza no me inspiraba.
Así descubrí que el niñato se puso a ver vídeos de su pandilla (debía ser su pandilla porque él mismo salía) haciendo pintadas en los trenes o, incluso, subiéndose sobre su techo a lo Indiana Jones para grabar y difundir la hazaña.
La historia del ruso de los pines:
En el quinto día de nuestro viaje fuimos al segundo Kremlin, situado en Izmailovo.
Debo dejar claro que en ruso «kremlin» significa «recinto amurallado». Lo aclaro porque yo pensaba que sólo existía un kremlin y a) no es así y b) los kremlin tienen más de contrucciones históricas que de edificios gubernamentales.
El kremlin de Izmailovo es una construcción antigua y preciosa habilitada como espacio masivo de venta de souvenirs y que a la vez contiene un espectacular molino. De hecho, era uno de los sitios que se recomendaban en Internet para ir a comprar detallitos por la buena relación entre el precio y la variedad.
Entre otras cosas, nos encontramos con un retrato de Sergio Ramos vestido de militar ruso. Dicho retrato costaba tantos rublos que ya no puedo acordarme.
Pero la anécdota no la protagonizó Sergio Ramos, sino un señor mayor que venía muchísimos pines.
Recordad los problemas lingüísticos. Nosotros no hablamos ruso y ellos casi no hablan inglés. Sin embargo, el tipo nos abordó con una sonrisa y empezó a señalarnos pines (Gagarin, naves espaciales, deportistas, Gagarin, un oso ruso, Gagarin… parecía muy orgulloso de Gagarin).
Mas he aquí la maravilla de la comunicación no verbal. Entre tal oferta de pines nosotros buscábamos cosas muy concretas, en concreto, cosas comunistas. Al ver que no nos marchábamos y que seguíamos buscando algo, nos echó una sonriente mirada de placer culpable, como queriendo decir «amadme: sé lo que estáis buscando y lo tengo». Para nuestra sorpresa, aunque la mayor parte de sus pines andaban clavados en una tela, expuestos, muy a la vista, había una pequeña selección disimuladamente colocada en un plato de plástico, que no podías ver si él no te la mostraba. Simplemente preguntó, tras una pausa: «¿Lenin?».
Obvio. ¡Lenin!. Acabamos con dos de Lenin y uno de la hoz y el martillo. Claramente no habíamos dado con un ruso, sino con un soviético, no sería el único, ya que en uno de los aeropuertos nos encontramos a una señora muy señora que le había encasquetado a su pasaporte una cubierta de la antigua URSS (se ve en las siglas «CCCP«). Y ya días después, en Ekaterimburgo, vimos un coche que llevaba pegadas en letra bien grande estas mismas siglas. Cuando digo «bien grande» quiero decir «de no haber sabido de qué se trataba, hubiera pensado que era algún tipo de coche publicitario».
Hasta aquí vamos bien de historias por hoy. Próximamente más batallitas.
Pingback: Viaje a Rusia (V) Anécdotas | ¡Abajo las oposiciones!