Viaje a Rusia (VI) San Petersburgo


¡Hola, caracolas!

Efectivamente, como os podéis imaginar, ya me han llamado a trabajar y de ahí el retraso con la actualización, pero por suerte ya queda poquito. ¡Vamos al lío!

La llegada a San Petersburgo (día 9):

  • El señor del Kiwitaxi que nos llevó del hotel al aeropuerto tenía varios dientes de oro. No es que sea algo muy reseñable, pero cualquier persona que lleve varios dientes de oro adquiere un aspecto más terrible, como cinematográfico.
  • En el vuelo de Moscú a San Petersburgo me tocó junto a la ventanilla de emergencia. Como es lógico, la azafata me pidió mi copereishon en inglés, pues cuando tienes ese asiento, de paso te toca la misión de abrir la salida de emergencia. La gracia es que me pidan mi copereishon y luego me remitan a unas instrucciones de seguridad en ruso que debo leer. En fin, que descuiden, que mi intención no es obstaculizar la salida, morir y dejar que mueran todos. De nada.
  • El hotel resultó maravilloso: contaba con ascensor y puertas que se cerraban. El único problema es que la cama era dura como una piedra, pero por suerte en la misma habitación había unas escaleras que conducían a una buhardilla habilitada como dormitorio infantil que contenía un futón comíoemierda a modo de cama. Nos las apañamos para sacar quitar el futón, lanzarlo sobre la cama e ignorar  la colonia de microorganismos rusos que debían vivir ahí, a fin de convertir un lecho de fakires en una cama de personas. PD: Cuenta la leyenda que justo antes de que Noel lanzara el colchón desde  la barandilla del desván, a una tal Silvia se le ocurrió decir: «y así murió Silvia, aplastada por un colchón» de tal manera que Noel, del ataque de risa, casi se cae por unas escaleras muy precarias con un futón en la mano.
  • Tras esto cayó una siesta de cinco horas (cosas de los reajustes horarios) y un paseo del que salió una de las frases célebres del viaje: «en Rusia el francés se paga». En serio, si vais a Rusia y empezáis a ver «patisseries» y similares, preparad los rublos porque os van a clavar. Siempre va a ser más económico lo local. De hecho, por lo poco que llevo visto, es tontería ir a Asia y cercanías y pretender comer barato al estilo europeo- occidental. Pensad que lo de ir probando comida forma parte de la experiencia.

¿Fast and furious? (día 10): 

Antes de seguir con el día 10, os vuelvo a enlazar la primera entrada con el itinerario para cada uno de los días.  ¡No os perdáis!.

  • Nada más comenzar a andar, empezamos a ver policía y una especie de carrera entre dos coches. No hablo precisamente de coches baratos. También había un buen número de mirones a ambos lados de la acera y unos cuantos cámaras muy pendientes de la escena. Sí, escena. Cuando Noel se lamentaba por no haber grabado la escena a tiempo, los coches volvieron a salir un par de veces más a hacer exactamente lo mismo que hicieron la primera vez, con lo cual Noel pudo grabarla con toda la comodidad.  Quién sabe, quizá salgamos por segunda ver en una película. Si no sabéis de qué hablo, pinchad sobre el enlace y buscad la tercera anécdota de esa entrada.  Si en unos meses aparece un «The Fast and the Furious» ambientado en San Petersburgo, recordad que yo estuve ahí, al pie de la noticia una vez más. 
  • Casi nos echamos a llorar (exageración, evidente) cuando encontramos una tienda de souvenirs en la que vendían postales. ¿Por qué en Rusia apenas se ven tiendas en las que vendan postales?. Y ya en ella descubrimos a un muchacho latinoamericano con quien no hizo falta entenderse en inglés. ¡Toda una racha!. Aprovecho para comentar que la poca gente que me he encontrado en el viaje que hablaba en español, me la he encontrado en San Petersburgo. Sobre todo, turistas. De cara al público, ese chico fue el único.
  • Paseando encontramos un pequeño museo sobre instrumentos de tortura. España apareció mencionada algunas veces por nuestra «pequeña» contribución a la materia durante la época de la Inquisición, pero lo peor es comprobar que nuestro último condenado a muerte por «garrote vil» falleció en 1975. Recomiendo leer su historia.
  • ¡Reencontramos el TRDELNIK!. Cuando estuvimos en Praga desarrollamos una adicción malsana hacia este dulce y, una vez en España, temimos no volver a probarlo jamás… ¡pero resulta que los venden en San Petersburgo!. Como bien se suele decir, son las pequeñas cosas las que nos hacen felices.
  • Y, cómo no, llegó el momento de probar el vodka en forma de cocktail «Blue Lagoon«. Ya por el caviar no me preguntéis, que somos clase obrera.

El Versalles ruso (día 11): 

  • Los jardines de Peterhof son algo espectacular. Fuentes, esculturas, oro… y cuenta la leyenda que hay un palacio (el museo «Grand Palace»), pero por cuestiones idiomáticas mezcladas con poca voluntad por parte de quienes llevan el tema, no nos fue posible visitarlo, a pesar de estar pagado, pues desde el momento en el que sales del recinto, te piden que pagues el ticket de nuevo y tampoco era cuestión de pagar dos veces. Os juro que preguntamos, pero os remito a los problemas de comunicación a los que he hecho referencia a lo largo de estas entradas.
  • Llegar a los jardines tiene su complicación cuando vas por cuenta propia (y no encontramos ninguna visita guiada en inglés para llegar). Es preciso coger el metro y, en cierto punto, combinarlo con un microbús que mete miedo al pánico. Los asientos te dejan medio culo fuera, resbalan, no cuentan con cinturones de seguridad y van parando donde les da la gana. Considerando que se nos ocurrió comer en los puestos que hay junto a los jardines de Peterhof y las hamburguesas no tenían precisamente buena pinta y que, además, Noel se sentó a contramarcha en el microbús… milagro fue que no nos diera por vomitar ahí mismo, sobre todo a él que llegó a preocuparme bastante.
  • Otro detalle de calidad son los baños portátiles que tenían por ahí. Pagué 35 rublos por entrar a uno y, en lugar de orinar, bien podría haberme dedicado a pescar con una caña todos los horrores que se veían en el fondo de la taza. Miedo daba que alguno de esos horrores estuviera vivo y, en el intento de hacer un pis, acabara devorando mi cadáver. Honestamente, me sorprendió la mala infraestructura turística de San Petersburgo en comparación con Moscú, cuando se trata de un sitio tan visitado.
  • Ya de tarde, vivimos la experiencia de ser sorprendidos por una lluvia potente y helada. Habíamos tenido un clima tan estupendo los días anteriores, que nos confiamos. No sé cómo no enganchamos una pulmonía.  No recuerdo haber corrido más en mi vida.

El palacio de Caterina (día 12): 

  • Advertencia. Lo ideal es comprar el ticket del palacio con antelación. Llegando a primera hora de la mañana (eso sí, en autobús de línea decente) tuvimos que esperar de pie más de dos horas. En este contexto, es muy molesto cuando la gente que está en una cola no camina porque está demasiado ocupada haciéndose selfies. 
  • En realidad, en esa cola vimos a gente muy interesante: la pareja que estaba frente a nosotros, comiéndose un bocadillo, haciendo videoconferencias y pasando tres cojones del crío de no más de cuatro años que iba con ellos; el chino situado a nuestra espalda que no se tiró menos de cien rutios (eructos) en esas dos horas. Ojo, sin disimulo ninguno, sin disculparse, sin taparse la boca. Hablamos de sonidos a todo volumen, reiterativos y con la boca bien abierta. Después, teníamos a los japoneses de los que hablé en entradas anteriores que llevaban consigo unas pequeñas butacas (además de los paraguas) para esperar cómodamente sentados y protegidos del sol.
  • Afortunadamente la lluvia nos respetó la visita. A pesar de lo larga que fue la cola, el palacio y, sobre todo, LA CÁMARA DE ÁMBAR, merecieron mucho la pena.  Es quizá uno de esos lugares que todo el mundo debería visitar una vez en la vida. No obstante, según llegamos al hotel empezó a llover y ya apenas paró. De milagro salimos a cenar, aprovechando una pequeña pausa durante el diluvio.

¡Ya sólo me quedan el día 13 y el regreso! Podría continuar, pero esta entrada ya me quedó muy larga.   Próximamente habrá más que, espero, disfrutéis. 

¡Abrazos!

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
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