¡Hola, pajarracos y pajarracas!
¿Qué tal estáis?
Yo con muchas cosas que contar, pero muy poco tiempo para hacerlo y la energía bajo mínimos.
Este post se va a centrar en lo esencial, algo que ya sabéis la mayoría: desde el mes de julio tengo una hija, lo que me convierte en madre (¡quién lo iba a decir! ¿no eran las madres esas personas que siempre tienen razón, cocinan muy rico y encuentran todo lo que se pierde? pues algo va mal, esas cosas no me las enseñó la matrona).
El texto que voy a pegar lo publiqué inicialmente en un grupo de Facebook (El parto es nuestro) en el que las mujeres nos apoyamos unas a otras de cara a la gestación y al parto. Se comparten dudas y experiencias y, en mi caso, tengo mucho que agradecerles.
Uno de los recuerdos que tengo es que a más de cuatro les dio por contarme los partos más horribles que conocían durante mi embarazo. De hecho, estando ya hospitalizada para mi inducción, en la víspera de mi parto programado, una conocida (enfermera, para más señas) me vino a contar que salió tan traumatizada de su parto que necesitó terapia psicológica después.
Vamos a pensar que la moza lo hizo sin maldad, peroooooooooo… si había algún momento en el que no debía contarme esa experiencia traumática era ese.
En consecuencia, creo que es muy importante que aquellas que tenemos buenas experiencias (o, si no buenas, tranquilizadoras) las compartamos con las demás también. Ahora me he dado cuenta de que la gestación es una etapa en la que se pasa muchísimo miedo y lo último que necesita una embarazada, que ya pasa terror antes de cada análisis, de cada ecografía, de cada vez que debe subirse a una báscula, etc, es que la gente de su entorno añada más miedo al que ya hay.
Y ya que no tengo mucho tiempo, pues en un rato me toca dar un biberón, copio esa experiencia con la idea de que pueda serle útil o tranquilizadora a alguien, aunque eliminaré ciertos datos por salvaguardar un poco la privacidad. Allá va:
Buenas tardes, compañeras. He escrito aquí muchas veces a lo largo de mi embarazo pidiendo ayuda y consejo, así que lo justo era compartir mi relato de parto por si le puede servir a alguien.
Empezando por el final, mi fecha prevista de parto hubiera sido el (…) de julio, pero me provocaron el parto el (…), en mi semana 38+4. La razón era mi bajo líquido amniótico. Quizá recordéis que gané unos días empleando mi oposición como excusa y que pedí una segunda opinión privada al respecto.
Nunca me dieron una cifra objetiva referente al líquido amniótico que me quedaba. En la pública vieron la situación como una emergencia. La ginecóloga privada era partidaria de que me hubieran hecho una monitorización cada 48 horas para prolongar mi embarazo un poco más, pero cuando ese sábado fui ingresada decidí no luchar más por el lógico miedo de que prolongar mi embarazo fuera una decisión negativa para mi hija.
Así, me quedé ingresada un sábado en el que me pusieron un propess. Hay que decir que el jueves anterior había interrumpido un intento de Hamilton. Cuando comenté esto con la ginecóloga privada me dijo que no hubieran podido hacerme la maniobra ni queriendo, el cuello de útero estaba muy muy verde, casi como el de una mujer no embarazada. Supongo que se dieron cuenta de eso el sábado y por eso, en vez de intentar la maniobra, me pusieron un propess.
Ponerme el primer propess fue indoloro. El problema fue quitármelo el (…). Me ocasionó una irritación brutal, de hecho, ha sido la primera vez en mi vida que me he visto gritando en una revisión ginecológica. Esto también lo compartí por aquí y varias de vosotras me dijisteis que podía negarme a que me pusieran un segundo propess, aunque lo leí demasiado tarde.
Irónicamente, como hubo que usar tanto lubricante para podérmelo poner, el propess se cayó en cuanto fui al cuarto de baño. Fue muy extraño, porque la ginecóloga me examinó y me dijo que lo tenía dentro, que probablemente me había sugestionado, que lo de que mi molestia física desapareciera había sido un efecto placebo… no me había sentido más infantilizada en mi vida, pero mejor así. El (…) entero lo pasé sin el propess y sin que volvieran a molestarme más allá de los tres monitores diarios… y que la irritación fuera pasando seguro que me ayudó en el parto.
Al día siguiente os tuve en mis pensamientos. Redacté y entregué el plan de parto siguiendo vuestros consejos. Aquí se recibe un tipo de formación y apoyo que no suelen dar las matronas. No obstante, debo ser honesta y confesar que el parto siempre me ha dado pavor, por el tema de mi mala gestión del dolor físico. Antes del embarazo, había sido una persona que ante el menor dolor ya se tomaba un Ibuprofeno 600. Además, soy muy aprensiva, por eso decidí no ver vídeos de partos en YouTube.
No os extrañará entonces que yo siempre había tenido claro que quería la epidural. No me veía capaz de soportar el proceso sin ella. No obstante, como leí aquí que tiene un efecto sobre el parto, quería posponerla lo posible o bien que me pusieran la «walking».
Pues bien (spoiler) ya os digo que en el hospital de (…) la «walking» no existe.
Entré en la sala de partos el lunes a las 10:30. Mi cuello del útero seguía muy verde y no había rastro del propess. Me pusieron oxitocina y me dejaron caer que me mentalizara, que estos partos son más largos y, bueno, de un modo u otro ese día iban a sacar a la niña.
Me monitorizaron, pero hay que decir que me dieron intimidad con mi pareja (sólo entraban si yo las llamaba), una pelota de Pilates, una cama muy regulable y libertad de movimientos.
Sin embargo, los monitores dieron mucha guerra. A poco que me moviera, perdían las constantes de la niña, hasta el punto de que, en cuanto mi dilatación lo permitió, me metieron los cables por dentro para no perderla de vista.
No contentos con esto, el monitor de mis contracciones no detectó jamás una contracción. Me da que las matronas creyeron que yo estaba exagerando hasta que descubrieron que ya estaba de cuatro centímetros.
Obvio, la intervención no se limitó a ponerme oxitocina. También en cuanto fue posible me rompieron la bolsa para acelerar las cosas. Hay que decir que esto físicamente ni me dolió. Lo que me impactó fue el poco líquido que noté caer. Temo que con él ni se hubiera podido llenar un vaso.
Ya de cuatro centímetros, me ofrecieron la epidural. Inicialmente me planteé aguantar más, pero a poco que razoné me di cuenta de que no es lo mismo tener un parto natural y no pedir o posponer la epidural para evitar el suministro de oxitocina que encontrarme con un parto marcado por la oxitocina desde el principio.
Además, las contracciones no me daban tregua, tenía una cada tres minutos, y su intensidad subía con mucha rapidez.
Por cierto, a mí lo que más me ayudó no fue la pelota de Pilates, sino inclinarme hacia delante, unas veces de pie y otras sentada.
Cuando vino el anestesista pasé miedo. Temía que no quisiera ponerme la anestesia por mi desviación de columna, pero no tuve ningún problema. También temía no poder permanecer quieta mientras me pinchaba, porque la reacción de encorvarme hacia delante con cada contracción era instintiva y casi imposible de controlar, así que toca reconocer que el anestesista fue rápido y hábil.
La anestesia tardó su tiempo en hacer efecto. Primero se me durmió una pierna, luego la otra. Por eso durante un rato, las contracciones se parecían extrañamente a los calambrazos de una ciática.
Al poco de hacerme efecto, una matrona me sugirió que aprovechara la oportunidad para relajarme y echarme una siesta.
En menos de cinco minutos, empecé a notar tales dolores en el pubis que interpreté que la anestesia había dejado bruscamente de hacer efecto… pero, para sorpresa de todos, una matrona se asomó a mirar y gritó: «¡Pero si está en completa! ¡Pon los pies aquí! ¡Empuja, que te va a aliviar!».
Fue doloroso, chicas. Empujones muy fuertes, muy seguidos. Grité que sentía que me iba a partir en dos (de hecho, lo que grité fue: «¡Me va a partir el culo!») y acabé agradeciendo la episiotomía, cuando yo hubiera querido evitarla.
Como os había contado, entré en la sala de partos a las 10: 30. El expulsivo comenzó a las 16 y a las 17.07 tenía a mi hija en mis brazos.
Hubo o creo que hubo algunas consecuencias. La pequeña está bien, pero nació con 2kg 670 gramos y no hubo modo humano de que se enganchara al pecho. Ahora me toca batallar con el misterioso «cólico del lactante», del que nadie sabe la causa o el tratamiento y sólo saben decirte que te aguantes los tres próximos meses. No puedo evitar pensar que a mi hija le faltaron sus dos semanas.
Por otro lado, me sentí muy bien tratada el día del parto, pese al despropósito de los días anteriores y me vino muy bien que una de vosotras me dijera que, aunque el parto no fuera como había previsto, no por ello tenía que ser malo.
Pese a todos mis miedos, al final fui capaz de enfrentarme a un parto inducido, duro… y, paradoja, dada su velocidad e intensidad, la mayor parte de él sin anestesia.
Espero que esta historia pueda ayudar a aquellas que compartís mis miedos.
Un abrazo.
Espero que este «tocho» os pueda ser de interés y, de paso, espero poder sacar otro ratito para contaros más cosas de la maternidad, el postparto y mi vida en general.
¡Cuidaos!