Día 8: Las ruinas de Sukhotai
Lugares visitados: se fue todo el día en ver las ruinas, pero es que en esas ruinas hay mucho que ver. Son semejantes a las de Ayutthaya, pero más espectaculares en lo que se refiere a belleza monumental. Ahora bien, mientras que las de Ayutthaya daban una sensación de autenticidad inimitable por encontrarse en medio de la selva, estas han sido más acondicionadas para el turista y están rodeadas por un enorme jardín con diversos servicios. Salvando las distancias, la sensación era casi de haber mezclado Ayutthaya con el Retiro. Mucha gente aprovechaba la oportunidad para recorrer el complejo en bicicleta, pero a mí ver ruinas en algo más semejante a su entorno natural me resultó mucho más impactante. Es todo un debate entre los del «equipo Ayutthaya» y los del «equipo Sukhotai», para que me entendáis; aunque creo que ambas son de visita obligatoria.
Kilómetros recorridos a pie: 6km. Hubieran podido ser bastantes más, pero nos sorprendió el monzón y eso nos obligó a recorrer un tramo con la ayuda del inevitable tuc-tuc, aunque en realidad todo empezó porque yo me vi agotada, decidimos subir al tuc-tuc y, justo en ese momento, comenzó a llover como si no hubiera mañana; por lo que, en dos días de monzón, nos habíamos mojado cero veces. Recordad que el monzón es intenso, pero bastante breve.
Anécdotas: Para mí el mayor choque cultural de ese día fue el autobús regular. Nosotros nos alojamos en la parte moderna de la ciudad, así que tuvimos que subirnos al autobús urbano para acercanos al complejo de las ruinas. No obstante, me estoy refiriendo al autobús con ese nombre atendiendo a su función, no a su apariencia. Para que os hagáis una idea, imaginad una camioneta pick up a la que se le ha añadido en la parte normalmente destinada a la carga una estructura de madera que la cubre, a excepción de la parte trasera, que tiene unos escalones que te permiten entrar y un par de barras metálicas verticales. Una vez que entras, ves tres bancos alargados (dos en los extremos, uno en el centro) que son donde se sientan los pasajeros. La estructura de madera cuenta con ventanas sin cristal para que circule el aire, y unas cortinillas que las puedes quitar o poner para protegerte de la lluvia. También cuenta con unos timbres dispuestos en el techo para que los pasajeros puedan solicitar la parada. Evidentemente, el vehículo tiene más años que la tana, un olor sospechoso y, por supuesto, no pasaría la ITV… aunque, ya lo que nos dejó muertos del todo fue, durante el trayecto de vuelta a la ciudad, fue ver a un grupo de escolares subirse a él desafiando las leyes de la física. Pista: como no todos los estudiantes cabían dentro del «autobús» hubo dos o tres de ellos que decidieron viajar colgados de las barras verticales situadas en la parte trasera del vehículo, es decir, físicamente expuestos a haberse caído, a que otro vehículo les diera un golpe, etc. Eso sí, dichos estudiantes (que debían tener trece o catorce años) tenían todos teléfono móvil.
Otra de programación televisiva. Como no nos dio tiempo a continuar viendo «Pasión de Ramayanes» (ver entrada anterior) nos pudimos a ver «Hatim» (adjunto enlace), muy impactante también, sobre todo por las dotes interpretativas de los actores, aunque no tan traumática estéticamente como la otra. Igualmente, echadle un ojo al enlace.
Días 9: Llegada a Chiang Mai (combate de Muay Thai).
Monzón: ¡Sí!
Distancia «pateada»: 2km; la mitad recorriendo una misma calle hacia arriba y hacia abajo, haciendo tiempo para el combate.
Horas de autobús: siete, que se hicieron insoportables.
Anécdotas y choques culturales: el bus estaba absolutamente lleno de españoles. El modo de averiguarlo fue muy épico: una chica catalana estaba triste porque le tocaba sentarse separada de su amiga y, creyendo que no la entendía nadie, empezó a quejarse de la situación en voz alta, ya que «el autobús está lleno de guiris» (estrictamente cierto; pero tan odguiris como ella misma). A partir de ese momento, entre risas, todos comenzamos a identificarnos como españoles hasta demostrarle que estaba rodeada.
Por lo demás, durante las paradas descubrimos dos cosas: 1) El eslabón perdido entre los caramelos y las gominolas, una textura demasiado moderna para mí, y 2) Que las grandes compañías de cerveza (Shingha y Chan) también son marcas de agua mineral. Imaginad que San Miguel y Cruzcampo produjeran cerveza y agua. Tiene su gracia.
Sobre Chiang Mai: como casi todas las ciudades que visitamos, a excepción de Bangkok y de las aldeas de la selva profunda, se trata de un lugar que, si no cuenta como primer mundo, está cerca. Se ve que la gente tiene cierta calidad de vida. No es un lugar con grandes puntos para visitar, pero es un lugar que se ha hecho conocido por todas las excursiones y actividades que ofrece, lo que convierte a Chiang Mai en un lugar idóneo para tenerdiversas experiencias y muy turístico.
Ya que el primer día habíamos llegado agotados del viaje en autobús, decidimos invertir la tarde- noche en una de esas actividades: presenciar un combate de Muay Thai.
El combate de Muay Tai, tal y como se prepara en Chiang May, es en parte un circo para turistas, pero sin perder la esencia (se pegan de verdad, no es una interpetación, y hay turistas pero también locales). Es algo duro presenciar combates infantiles (vimos gente de todas las edades y categorías, desde crías de 12 años en adelante) hasta que se cae en la cuenta de lo violentos que son los partidos de fútbol infantiles en España. Al final se trata de choques culturales. Quitando este choque, el combate me resultó interesante; el llevar un año en Wing Tsun me ha hecho capaz de apreciar ciertos detalles técnicos de los combates. No es que me vaya a aficionar ahora a verlos, pero me siento más capaz de entender un combate que un partido de fútbol. Además, el Muay es el deporte nacional y es interesante ver cómo lo viven, qué ambiente se crea, qué ritos y supersticiones tienen antes de empezar (comienzan espantando a los malos espíritus…) y qué respeto se muestran los contrincantes cuando terminan, llegando a arrodillarse ante quien lo ha hecho mejor antes del veredicto de los jueces… de hecho, en uno de los combates, se arrodillaron los dos ante el contrincante, ya que era dudoso quién sería el ganador. Ahora intentemos pedir, si veis que tal, a los futbolistas de un equipo que haya perdido que se arrodillen ante los ganadores y que les den un abrazo a continuación…
Día 10: Visita al santuario de elefantes.
Kilómetros recorridos: 3, pero muy jodidos.
Monzón: Sí. Nos pilló comiendo, bajo techo, pero la consecuencia fue que el suelo estaba resbaloso.
Descripción: decidimos ir al santuario porque ambos somos contrarios a que se explote a los elefantes, el adiestramiento es violento y acaban traumatizados. En el santuario los rehabilitan gradualmente para devolverlos a la selva. Eso sí, están en un lugar aislado de la civilización, por lo que lo primero es subir en una «pick up» customizada de las muy infames, con todo el mareo consiguiente. De hecho, íbamos inicialmente con otros dos españoles y uno de ellos tuvo que parar a vomitar, pues se le juntaron las malas carreteras, las curvas, el vehículo y la conducción brusca típica tailandesa. Cuando se llega, te invitan a comer en la selva, por cierto, todo riquísimo, aunque siguiendo las instrucciones que da Sanidad, mal que nos pese: no beber agua del grifo, no usar hielos y no comer fruta, por lo que no probamos frutos exóticos con un aspecto demencial. Después de comer se llevaron a cabo varias actividades:
- Charla inicial. Conocemos a los elefantes. Les damos de comer plátanos.
- Aprendemos a preparar un laxante natural para elefantes. Se los damos.
- Dimos a los elefantes un baño de barro en un lozadal.
- Paralelamente, nos enseñaron cómo hacer un cigarro con una hoja bananera y una cáscara de fruta rallada mezclada con el tabaco para suplir la inexistencia de filtro.
- Nos bañamos con los elefantes en el río. Eso supuso ir caminando-patinando ladera arriba y abajo por causa de la superficie irregular, con bastantes piedras, y de la lluvia que había caído mientras comíamos. También pasamos un puente de estabilidad dudosa y cruzamos un río caminand sobre sus piedras, lo que hace obligatorio llevar escarpines/ cangrejeras para hacer esa ruta. Llegó un punto en el que cada vez que el guía anunciaba que tuviéramos cuidado, que el suelo resbalaba, me echaba a temblar.
- Visitamos una cascada y nos bañamos en ella.
- Logramos salir de una pieza sin usar un helicóptero. Creedme, pasé buena parte del camino creyendo que me iba a despeñar y preguntándome cómo nos sacarían de allí si alguno de nosotros tenía una caída chunga… casi todo el mundo tuvo caídas más o menos aparatosas.
He de decir que lo pasé bastante mal. Soy bastante patosa y tengo mucho miedo a las caídas; y eso que tuve la suerte de encontrar un palo recio que me fue verdaderamente útil para apoyarme (me atrevería a recomendar un cayado, vista la experiencia). No obstante, la de los elefantes ha sido una de las experiencias más bonitas de mi vida… y de la de Noel, que salió encantado por haber besado a un elefante. Por cierto, son listísimos. Los más jóvenes parecían reír y jugaban con nosotros y uno de ellos, uno algo mayor y muy grande con el que estuvimos mucho, nos levantó la trompa a modo de despedida antes de marchar.
Realmente me fascinan. Fue EL MOMENTAZO del viaje, a pesar del sufrimiento.
¡Próximamente más! Aún quedan cinco días por contar.