Adaptación


¡Hola, pajarracos!

Como sabéis los que habéis tenido acceso a la información confidencial de la entrada anterior, he estado inactiva y sigo inactiva porque me ha venido una época de cambios muy cruciales en mi vida.

Sí diré de modo público que dentro de seis días hará dos meses desde que me mudé a Avilés. Entre el papeleo, los pequeños arreglos de la casa, conseguir muebles que faltaban… no se puede decir que me haya aburrido, no.

Sin embargo, sí os confesaré que, aunque hagan ilusión, todos los comienzos son duros y, en esos escasos momentos en los que me puedo permitir pensar, creo que lo que más duro se me hace es cierta soledad. No os equivoquéis, aquí tengo una base sólida: tengo a mi pareja y a su familia, que son encantadores y nos apoyan mucho. También conozco desde hace años a amigos de mi pareja y la sintonía con muchos de ellos es buena… pero llego a echar de menos tomarme un café con mis propias amistades, aunque es de agradecer que ya recibí un par de visitas desde Madrid.

Esto es curioso porque realmente mi vida social en Madrid no era demasiado grande. Sí, a lo largo de siete años he conocido a diversas personas que se me han hecho muy queridas, pero, en general, allí el ritmo es de locura, todos viven lejos unos de otros y, al final, te pasas la vida de casa al trabajo y del trabajo a casa y se hace verdaderamente complicado quedar con nadie… pero, como la mente humana es así de curiosa, me sentía mucho más tranquila cuando pensaba que «podía hacerlo» aunque no lo hiciera.

Ahora, digamos, sí se hace imposible tomarse un café con ellos.

En cuando a mis amigos de Almería, me había acostumbrado a verles una vez cada pocos meses, pero en esta ocasión la espera será más larga y también lo llevo regular. Espero compensarlo y que, aunque mis visitas a mi tierra sean menos frecuentes, al menos sea posible compensarlo haciéndolas de mayor duración. Estoy muy comprometida con no desvincularme de mi tierra y, sobre todo, de las personas que me importan, que al final es lo importante.

Supongo que, de todos modos, sentirse sola no es algo que venga tan mal. La soledad ayuda a reflexionar. La soledad aumenta las posibilidades de que me dé por escribir, que dicen las malas lenguas que hace años, cuando lo hacía con frecuencia, no se me daba del todo mal. En esta noche meditabunda en la que tengo a Noel durmiendo porque debe despertarse a las 5.45 de la mañana (cosas del horario de verano; el precio a pagar por estar en casa a la hora de comer) ya he escrito dos correos electrónicos largos a un par de amigos (antes hacía eso con frecuencia) y, fijaos, me ha dado por actualizar este blog medio abandonado, que al final es semejante a escribiros una carta a todos vosotros.

Por cierto, gracias por seguir estando ahí, pese al paso de los años.

Dicho esto, imagino que iré conociendo gente por estas tierras. No es la primera vez que, en muchos sentidos, empiezo de cero. Al final siempre levanto cabeza, aunque debo confesar que conocer gente y hacer amistades no es lo mismo en la veintenta que en la treintena; más que nada porque en la treintena las amistades suelen tener ya una antigüedad y la gente está más cerrada a conocer gente nueva por aquello de que es una edad en la que suele priorizarse la propia familia.

De todos modos, no quisiera cerrar esta entrada dejando la sensación de que estoy triste. No es así. Hay muchas cosas que me ilusionan. Se abren nuevos caminos para mí. Pero todos los cambios, incluso los más positivos, tienen su lado traumático y de ajuste y negarlo sería bastante hipócrita por mi parte.

Un abrazo enorme.

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
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