Viaje a Rusia (V) Anécdotas


¡Hooola de nuevo!

¡Vamos allá con la siguiente ración de anécdotas rusas!

Recordad que recomiendo tener a la vista la entrada anterior, para que sepáis por dónde vamos, y la primera entrada, en la que señalé el itinerario.

Cosas que pasaron en Sergiev Posad: 

  • Nos tocó enfrentarnos a una estación de trenes de cercanías con toda la información escrita en cirílico. Por suerte, yo había aprendido a leerlo un poco. Preguntar era casi inútil, como ya comenté. Nos costó varias horas (incluyo parada en un local con WiFi gratis para buscar más información de Rusalia) encontrar a la única persona que sabía inglés de la estación. Parte del problema consistía en que habíamos sido demasiado madrugadores y previsores: habíamos llegado a la estación bien temprano pero el primer tren hacia Sergiev Posad no salía hasta las 12:03. Igualmente, hasta que no llegamos a destino no estuvimos seguros de haber cogido el tren adecuado.
  • Mientras esperábamos en la estación (dudando muy seriamente de nuestras capacidades para llegar a destino) presenciamos cómo una chica muy bajita casi se abre la cabeza por intentar sentarse de un salto sobre una estructura que tenía a sus espaldas una muy buena caída (las escaleras que daban al metro). Tuvo que ser una señora muy mayor que se había sentado en ese mismo sitio un rato antes sin problemas quien evitó que la muchacha, debido a su exceso se ímpetu, se abriera la cabeza.
  • Ya en Sergiev Posad descubrí que a los centros de oración ortodoxos se debe entrar con los hombros cubiertos y, en el caso de las mujeres, con un pañuelo en la cabeza, aunque allí me libré de la obligación, nadie me dijo nada ni me impidió la entrada.
  • Eso sí, fue traumático ir a los aseos y descubrir que allí se estila lo que yo llamo «aseo tailandés» (puesto que lo descubrí en Tailandia) y que realmente se llama placa turca. En su día, cuando fui a Tailandia, aprendí a orinar en ellas, aunque me supuso mi pequeño trauma o choque cultural, pero jamás he podido hacer (me divierte el eufemismo) «aguas mayores» en una.  No obstante, el día de marras no pude orinar porque había caminado tanto por Moscú durante las jornadas anteriores que me había despertado con una tensión tan cojonuda en el coxis que no podía doblar el espinazo, ni siquiera para hacer el esfuerzo de tocarme los dedos de los pies con las manos, así que no era capaz de ponerme en cuchillas; cada vez que dejaba de estar erguida, la espalda me pegaba un latigazo… así que me tocó aguantar hasta que salí del monasterio.
  • Ya os conté que en la puerta me vendieron KVAS y mucha gracia no me hizo, aunque quita la sed. Lo que me sorprendió es que bebieran alcohol tan cerca de un recinto religioso.

Hijo de la luna: 

Una vez en Moscú, me sorprendió muchísimo pasar por una fachada y escuchar a toda voz la canción de «Hijo de la luna» y no, no era una versión rusa, estamos hablando de la vieja «Hijo de la luna» cantada por Ana Torroja de cuando Mecano era Mecano.

Día 7. En Ekaterimburgo (ciudad perteneciente a Siberia): 

Nos encontramos con uno de los hoteles más peculiares en los que jamás hayamos estado. Por lo que vimos, se encuentra regentado por tres muchachas y, aunque la información no nos consta, nos dio la sensación de que se trataba de tres hermanas, ya que una aparentaba unos 20 y era la que asumía funciones de mayor responsabilidad (recepción de clientes) otra que debía tener unos 16 la ayudaba (enseñando las habitaciones, limpiando) y otra mucho más joven (en torno a 14) parecía limitarse a acompañarlas. Las tres se demostraban una gran complicidad.  Asimismo, había una cuarta muchacha, pero el día en el que llegamos nos la encontramos durmiendo en un sofá que se encontraba justo frente al mostrador de la recepción, ya que ella era la que se quedaba haciendo el turno de noche. Por cierto, que por puro despiste mío, casi pongo mi culo sobre los pies de esa muchacha cuando me tocó quitarme los zapatos para dejarlos en la entrada.

¿Por qué era peculiar este hotel?

  • Ya antes de subir, nos encontramos con un ascensor roto. Esos días nos tocó subir y bajar de un cuarto piso. No mata a nadie, pero no es muy cómodo.
  • Ver a la recepcionista usar el Google Translate para comunicarse es muy significativo, aunque ya teníamos asumido que esto en Rusia iba a ser la norma.
  • Nos dieron una habitación con la puerta rota. Para cerrarla, había que pillar la puerta con una toalla. La sensación es que inicialmente nos correspondía otra habitación, de hecho, iban a dárnosla, pero cuando la de dieciséis abrió la puerta… estaba entera sin recoger, por lo que nos asignaron la de la toalla. Que, por cierto, al poco rato un niño de no más de cuatro años que iba correteando por el pasillo nos abrió la puerta de sopetón y muerto de risa. Menos mal que no estábamos haciendo nada no apto para menores.
  • Cuando hicimos notar este hecho, la muchacha apenas respondió con una frase «Administration cares». Obvio: ¿Cómo podíamos temer que alguien quisiera robarnos con una vigilancia tan férrea? (añadir tono irónico).
  • No obstante, no se trataba de una excepción: ese hotel tenía un verdadero problema con las puertas. Simplemente, yendo por los pasillos descubrí otro cuarto cuya puerta también se cerraba con una toalla. Además, al día siguiente Noel se quedó encerrado en uno de los baños aunque, en lugar de pedir ayuda, resolvió salir por sí mismo dándole un empujón.
  • Aunque lo más impactante es que creo que la chica de 14 me tiró los tejos. Si no me los tiró, como mínimo actuó de un modo muy raro ante mí. Estaba empeñada en conversar conmigo aunque no supiera cómo. Me intentó explicar que le encantaba España pero, cuando le pregunté si había estado, me respondió que no, que había estado dando clase de español. Se me ocurrió entonces la gran idea de hablarle en español y ella, riendo, empezó a enumerar las pocas palabras que recuerda de mi idioma: «uno, dos, cuatro… ¡buenas tardes!». Hasta ese momento estaba siendo muy divertido… pero pasó de divertido a, en cierto modo, perturbador, cuando, de pronto, abandonó el mostrador, se colocó a mi lado, extendió los brazos y dijo, con voz mimosa: «Huuuuuge me!!!» (Abrázame). Sí, esa inocente criatura me abrazó recién llegada de un viaje: sudorosa, oliendo a todo lo malo de la humanidad… y sin razón alguna. Desde ese momento, cada vez que me veía por los pasillos me sonreía o hacía risitas haciéndome un saludo coqueto con la mano. Tened en cuenta que, al no haber agua potable en el grifo, me tocaba salir relativamente a menudo a tomarla de unos bidones que tenían preparados en los pasillos.  Ya al día siguiente, me estaba yo calzando, sentada en el famoso sofá frente al mostrador de recepción,  cuando veo que esta muchacha se sienta a mi lado y se me queda… mirando fíjamente las peras. Pero fijamente. No hablo de una miradita furtiva de las que luego se disimulan. Llegué a sentirme violenta e intenté iniciar algo que se pareciera a una conversación preguntándole si me recomendaba algún sitio para visitar en Ekaterimburgo. La muchacha empezó a tartamudear, balbucear y a encogerse de hombros, todo en uno, y no fue capaz de darme una respuesta clara (ni de echar mano al Google Translator). En otro orden de cosas, también me cayó un besamanos cuando me despedí del guía turístico que nos acercó de excursión a Ganina Yama ese mismo día. Ha de ser que por aquella parte del mundo son muy efusivos. Yo prometo que no me había echado ningún perfume con feromonas. 

Más sobre Ekaterimburgo: 

  • Han tomado una medida muy divertida en atención de aquellas personas que vayan a visitarles. Puesto que no son muy dados a traducir carteles, han pintado en el suelo una línea azul que conecta todos los puntos turísticos de la ciudad. Esa medida es ideal para las personas como yo, que no nos orientamos para nada.
  • Como os dije en entradas anteriores, cuenta con una Iglesia sobre la sangre derramada, en honor a los Romanov, que fueron asesinados allí, que ellos cuando dicen «sobre» quieren decir «encima de».
  • Luego cuentan con un conjunto de iglesias en pleno bosque siberiano (ya lo dije pero lo repito) en Ganina Yama. Cada iglesia está dedicada a un Romanov (actualmente santos según la iglesia ortodoxa rusa) y, por tanto, son siete. El conjunto respeta el entorno: los templos son de madera, están conectados entre sí por caminos y no se han talado los árboles. Además, hay una galería de fotos alrededor de la mina en la que fueron hallados los cuerpos. Evidentemente Ganina Yama fue construida en torno a esa mina. Por cierto, ahí me obligaron a entrar a la ortodoxa: pañuelo en la cabeza y piernas cubiertas por un faldón rojo. Lo peor es que en lugar de darme un fular digno de tal nombre, me dieron un pañuelo del tamaño de una servilleta que no había modo de colocarse de manera elegante. Esto significa que Noel tiene unas fotos mías en las que yo le parezco demasiado a la abuela de la fabada. No me atrevo a publicarlas porque son pura carne de memes, pero no es precisamente mi estilo más favorecedor.
  • Por cierto, que encontramos al guía turístico de pura casualidad, tuvimos que hacer el recorrido en una furgonetilla enana infernal de las de ir culo contra culo y, por supuesto, escuchar todas las explicaciones únicamente en ruso, por lo que a mí me iba a dar algo por el trayecto. Escuchar una charla de más media hora en una lengua que no es la propia debe ser una tortura patentada por la KGB. Pero eso, luego, cuando nos recogió y nos devolvió al punto de partida, el tipo me obsequió con un besamanos. No quiero ni pensar en la cara que debí poner, el contacto físico sorpresivo me violenta mucho.
  • Ese día comimos en el Subway, donde tampoco hablaban inglés, así que fuimos señalando de qué ingredientes queríamos el bocadillo. Para nuestra sorpresa, no sé por qué razón (¿promoción? ¿aniversario?) nos regalaron una cuchara. Quizá fue por valientes, puesto que fue en ese lugar donde descubrimos el Sprite de Pepino. Ahí la tenemos, en la mesita del salón que nos hace de altar de los recuerdos que vamos teniendo de nuestros viajes: la cuchara del Subway de Ekaterimburgo.

Con esto he zanjado los días 6, 7 y 8, por lo que a partir de la próxima entrada toca hablar de las anécdotas sucedidas en San Petersburgo. ¡Prometo actualizar pronto! (enseguida empieza mi «año académico» y en este me toca de nuevo opositar).

¡Abrazos!

Acerca de Hécate

Lee y me cuentas.
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